
En 1890, el doctor oculista Conan Doyle consiguió realizar uno de sus dos grandes sueños: poder trasladarse a la capital del Imperio y establecer allí su hogar familiar y su consulta. Sin embargo, todavía le quedaba por alcanzar el segundo: convertirse en un reputado novelista. Y es que en esta época Doyle todavía no es capaz de vivir sin sus dos diferentes fuentes de ingresos, por lo que se ve obligado a cultivarlas por igual. Pero las pretensiones del joven escritor de igualar a su amado Walter Scott y ser aclamado por la crítica no iban a cumplirse con tanta facilidad y serían una serie de coincidencias de unos factores concretos los que, muy a su pesar, ligarían su nombre al de una figura alta y delgada y a la de su inseparable compañero: Holmes y Watson.
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El primer factor antes mencionado sería sin duda la existencia de cierto editor inglés, cuyo nuevo magazine (The Strand magazine) ganaba con rapidez en popularidad; si a eso añadimos la contratación por parte de Doyle de un nuevo agente literario que veía con buenos ojos la explotación de sus personajes y de los que conservó la mayoría de derechos de autor –incluido la posibilidad de editarse de nuevo en formato libro-, ya tenemos el caldo de cultivo necesario para que las historias del más famoso detective vieran la luz. Si a eso añadimos que su autor dio por fin con la tecla perfecta para narrar sus peripecias –los relatos cortos- ya tenemos la fórmula del éxito. Publicadas entre Julio de 1890 y Junio de 1882, se recopilaron en un volumen en ese mismo año tanto en tierras inglesas como americanas. Sin embargo, Doyle todavía seguía descontento con su creación literaria, un mal menor que, al igual que la mayoría de críticos de la época, creía una criatura inferior a su rango, ya que se veía capaz de historias más elevadas.

Pero la popularidad y la aceptación de estos relatos fueron tal que su editor llegó a ofrecer grandes cantidades de dinero. Si por cada uno de los seis primeros relatos Doyle se embolsó treinta y cinco libras, en un intento desesperado de que no le solicitaran más aventuras del detective, llegó a pedir hasta cincuenta libras por cuento. Algo a lo que se accedió sin dudar, para sorpresa del escritor escocés. Si tardó unos seis meses en terminar las seis primeras entregas (Escándalo en Bohemia, La liga de los pelirrojos, Un caso de identidad, El misterio del Boscombe Valley, Las cinco semillas de naranja, El hombre del labio retorcido) la séptima y la octava (El Carbunclo Azul, La Banda de lunares) tan sólo le llevaron una semana. Las tres siguientes llegaron con igual celeridad (El dedo pulgar del ingeniero, El aristócrata solterón, La Corona de Berilos). Es en la duodécima y última donde Conan Doyle, en una prueba más de su confrontación con el propio Holmes, comienza a maquinar su muerte y desaparición y es testigo de sus cavilaciones la correspondencia que mantenía con su madre y cuyos consejos tenía en gran estima. La reacción de la progenitora fue inesperada y no sólo prohibió a su hijo tamaña insensatez, sino que incluso le sugirió el argumento de la última historia (El misterio de Copper Beeches).
Por supuesto que Doyle, una vez acabado su encargo, volvió a dedicarse a sus altas empresas: las novelas históricas y el teatro. Todavía no había asumido que había sido vencido y devorado por su propia creación, que no sólo escribiría su nombre con letras de oro en la historia de la literatura, sino que lo superaría en fama y popularidad.

Escándalo en Bohemia
Conan Doyle hace uso de la continuidad para situar esta aventura tras lo narrado en su anterior novela, El signo de los cuatro. De ese modo, Watson sigue siendo el narrador o biógrafo oficial de su amigo, si bien aquí la acción les encuentra a ambos separados. Mientras que el buen doctor ha vuelto a la práctica de la medicina para mantener su reciente matrimonio, Holmes se debate entre sus accesos de melancolía auspiciados por el consumo de cocaína y la resolución de complicados casos a priori irresolubles.
Por una casualidad realiza Watson una visita a su amigo en el mismo momento en el que un misterioso personaje solicita su ayuda para resolver una situación que tiene en jaque a la misma realeza del país de Bohemia. Holmes aceptará sin pensárselo demasiado y enseguida se pondrá manos a la obra. Destaca este relato que estrena la nueva forma de escribir de su autor –apenas si llega a las 40 páginas- con un caso que es más realizar una misión encomendada que resolver un misterio o un crimen y que sitúa en la órbita del famoso detective a Irene Adler, la mujer en palabras del propio Holmes y una de las pocas personas que han conseguido vencerlo.

La liga de los pelirrojos
Un caballero que lleva una casa de préstamos en la ciudad responde a un misterioso anuncio en el periódico en el que se solicita la presencia de cualquier pelirrojo que quiera optar a la vacante que acaba de tener lugar en la Liga de los Pelirrojos. Debido a su peculiar color de cabello asiste a una entrevista de la que finalmente acaba saliendo con éxito. Un sueldo de cuatro libras semanales por asistir todas las mañanas sin falta a las oficinas y copiar diligentemente la Enciclopedia Británica. Un sueño hecho realidad que acaba desapareciendo sin dejar rastro en las mismas narices del prestamista tras una semana de trabajo, que se ve obligado a recurrir a la perspicacia de Sherlock Holmes para intentar esclarecer tan rocambolesca situación.
Se sigue distanciando Doyle con este relato de la tradicional búsqueda del culpable al tiempo que comienza a repetir la estructura que hará famosos a estos relatos: Holmes y Watson aguardan hablando de trivialidades hasta que un extraño llama a su puerta y les propone un misterio que resolver, a lo que Holmes aceptará despidiendo a su cliente y encargándose, a veces con Watson y en otras ocasiones en solitario, de realizar una serie de pesquisas u operaciones que parecen no tener conexión alguna, para finalmente presentar la solución del caso ante los atónitos ojos del buen doctor. Sin faltar una especie de epílogo donde el gran detective realiza una pormenorizada explicación de cómo ha sacado sus conclusiones. A esto añadimos los detalles de la variada personalidad de su personaje protagonista –en este relato concreto se vuelve a tocar su amor por la música- y ya tenemos otra aventura de Sherlock Holmes lista para enviar al editor.

Un caso de identidad
Holmes tiene pocos problemas para resolver una desaparición en el que una joven con una renta al año que le permite vivir cómodamente contrata los servicios del detective para que localice a su prometido, el cual tras solemnes promesas y compromisos de fidelidad desaparece a tan sólo un día del enlace matrimonial. Holmes desenreda de forma rápida el misterio en torno a la cuestión, ya que como él mismo dice, ya se ha encontrado en situaciones parecidas con anterioridad y sabe perfectamente por dónde van los tiros. Esto le sirve a Doyle para ir tejiendo poco a poco un pasado al personaje, que ya llevaba muchos éxitos a sus espaldas antes de la llegada de su fiel e improvisado biógrafo, el doctor Watson, que no deja de recordar –un recurso hábil del que echa mano el autor para que no nos olvidemos de sus antiguas obras- los extraordinarios casos en los que se ha visto envuelto –El signo de los cuatro, Estudio en escarlata o Escándalo en bohemia-.

El misterio del valle de Boscombe
El doctor Watson ve interrumpido su desayuno por una carta urgente enviada por Sherlock Holmes, que se dispone a partir de inmediato al oeste hacia el valle de Boscombe donde ha sido requerida su presencia por el inspector Lestrade, a petición de una joven damisela cuyo amigo de la infancia es acusado del asesinato de su propio padre. Para Holmes es vital la compañía de un amigo de toda confianza y Watson se ha convertido en tal, por lo que abandonará a su querida mujer por unos días.
Holmes demuestra de nuevo sus increíbles dotes analíticas y deductivas, así como su preparación y estudio previos de las más diversas materias –como la identificación de diferentes tipos de tabaco a partir de las cenizas que dejan estos- para encontrar al verdadero asesino o, por lo contrario, dejar probado que el joven al que mantiene preso la policía es en realidad el autor material de los hechos.
Las cinco semillas de naranja
En medio de una poderosa tormenta, Holmes y Watson –que aprovecha cualquier ausencia de su mujer para ir a pasar unos días a su vieja habitación de Baker Street- son interrumpidos por un joven veinteañero que heredó una pequeña fortuna hace algo más de dos años. El joven acaba de recibir una carta firmada con las iniciales KKK y cuyo contenido se limita a seis semillas secas de naranja. El miedo que lo posee se cimenta en que tanto su padre como su tío antes que él –el responsable de la fortuna familiar, traída directamente de las costas norteamericanas- murieron tras recibir sendas misivas. Aunque no se pudo probar nada sospechoso en las causas de las defunciones –suicidio uno, muerte por accidente otro- el último heredero de la familia teme por su vida.
En este pequeño relato Watson hace alarde una vez más de la extraordinaria personalidad de su compañero y no tiene reparos en enumerar la gran cantidad de casos en los que ha participado el detective que tiene documentados de los cuales sólo publica aquellos más extraños e inverosímiles. Como el que nos ocupa, ya que ni el mismísimo Sherlock Holmes logrará resolverlo del todo. De paso podemos conocer el número de veces en toda su carrera que ha sido derrotado: unas cuatro veces –tres fueron hombres y la cuarta una mujer, como ya sabemos de sobra-.

El hombre del labio retorcido
Uno de mis relatos favoritos del volumen, que comienza cuando el doctor Watson se ve requerido por una urgencia a entrar en un antro indeseable donde se fuma opio y donde, por casualidad, descubre a un mendigo que no es otro que el propio Sherlock Holmes, caracterizado de la hábil forma a la que nos tiene acostumbrados y en plena investigación de un hombre desaparecido. Las características del caso son tales que Holmes está completamente desorientado, por lo que pide la ayuda y compañía del doctor Watson. Un hombre de negocios fue visto por última vez en una de las habitaciones superiores del edificio. Cuando la policía realizó sus pesquisas tan sólo pudo llevarse detenido a un mendigo con el labio superior retorcido, el cual es el principal sospechoso del detective. Aunque demostrar su culpabilidad no le está siendo sencillo.

El carbunclo azul
Uno de los casos más graciosos investigados por la famosa pareja y que tiene lugar en los días cercanos a la navidad. Un mensajero llega a casa de Holmes con una increíble historia: el día anterior salvó a un hombre de un asalto en plena calle. Entre la confusión, el pobre ciudadano se dejó olvidado el ganso típico para cocinar en esas fechas. Cual sería su sorpresa cuando al abrirlo para disfrutarlo en su propia mesa, encontró una piedra preciosa de color azul de valor incalculable. Movidos por la curiosidad de la situación, Holmes y Watson desharán los pasos del animal hasta descubrir cómo llegó a parar ahí uno de los diamantes más famosos de todo Londres.

La banda de lunares
“Banda de lunares” son las últimas palabras que pronuncia una joven casadera antes de morir repentinamente en su habitación, a priori inexpugnable desde el exterior. Su hermana, que quedó conmocionada y que reside con su padrastro, huye de la casa presa del pánico tras oír un misterioso silbido del que su hermana se quejaba constantemente. Su destino no podía ser otro que Baker Street y su peculiar inquilino, que por esa época todavía compartía habitación con el doctor Watson. Es el propio Watson el que, como siempre, cuenta la historia situada muchos meses atrás. Tal tardanza a la hora de hacer público el relato la explica el buen doctor por los deseos de la familia de permanecer en el anonimato. De esta manera se ahorra el autor real –Arthur Conan Doyle, por supuesto- el inventarse otra excusa para disculpar a Watson con su señora.

El dedo pulgar del ingeniero
Uno de los dos únicos casos traídos a la atención de Holmes por su humilde compañero, un Watson que en calidad de médico se topa con una historia tan extraordinaria que se ve obligado a compartirla con su compañero: un ingeniero hidráulico que llega a su consulta con la falta de un dedo en su mano relata una historia de persecución en la que se ha salvado por los pelos cuando fue requerido para realizar un trabajo muy bien pagado en una prensa a las afueras de Londres, un lugar del que le es imposible dar pista alguna. Tanto los hechos como la situación real del lugar donde abandonó su apéndice necesitarán del ingenio de Holmes para ser desentrañados.
El solterón aristocrático
De nuevo los servicios de Holmes son requeridos para ayudar a un personaje importante perteneciente a la nobleza inglesa. Un caso por otro lado bastante fácil que no le lleva al detective ni una hora resolver, debido de nuevo a su increíble archivo de sucesos ocurridos a lo largo y ancho del mundo y su conocimiento de los mismos. En el día de la boda, la ya esposa del caballero aristocrático que da nombre al título desaparece sin dejar pista ninguna en pleno banquete. Las pesquisas del inspector Lestrade acusan a un antiguo amor celoso de un posible crimen. Pero la imposibilidad de encontrar el cuerpo hace necesaria la inteligencia de Sherlock Holmes.

La diadema de Berilo
Un acaudalado banquero acaba de conceder un cuantioso préstamo a un miembro de la alta sociedad londinense a cambio de la diadema de Berilo como depósito, una joya única en su precio y de valor incalculable. Su honor y su fortuna se pondrán en entredicho cuando sorprenda a su propio hijo con las manos en la diadema, de la cual han sustraído tres piezas. Ante la imposibilidad de encontrar la parte robada, recurrirá a la perspicacia de Sherlock Holmes, el cual no ve tan claro la exposición de los hechos que ha realizado la policía de Scotland Yard.

La finca de Cooper Beeches
En el último de esta primera tanda de doce episodios sorprendemos a Watson y Holmes en una alegre disputa cuando el último parece echarle en cara al primero, en tono amistoso, el alarde que hace en la narración de los casos en los que se han visto envueltos. Una joven interrumpirá la animada conversación para solicitar la ayuda de Holmes en una situación de lo más misteriosa: un caballero de las afueras está dispuesto a pagarle una fortuna por ir a su hacienda a vivir y cuidar de su pequeño. Como extrañas condiciones debe cortarse el pelo y vestirse de una forma especial, así como realizar todos los mandatos del señor y de su señora esposa. Recelosa de lo que pueda encontrar, la joven pone sobre aviso al detective y pocos días después le urge a partir a su encuentro, tales son los acontecimientos que se ha nido desarrollando en Cooper Beeches.
Todo sobre Sherlock Holmes, aquí.
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