martes, 1 de febrero de 2011

127 horas, de Danny Boyle

Después de ganar el Oscar al Mejor Director el año pasado con Slumdog Millionaire, de nuevo vuelve Boyle a situarse en las quinielas de los premios gordos de Hollywood. En esta ocasión se presenta con una película más pequeña que sus anteriores producciones, centrada en la figura de su actor protagonista, un James Franco que se enfrenta a un difícil papel y que sale más que airoso, dando vida al aventurero Aron Ralston, que vivió una singular situación cuando atravesaba en solitario uno de los cañones de Utah, el Blue John Canyon: tras un desprendimiento de rocas, su brazo derecho quedó atarpado de tal manera que le empedía escapar de la grieta en la que se encontraba.

Boyle se encarga también del guión que adapta el libro escrito por el propio Ralston. Pero es su labor en la dirección lo más destacable junto con la interpretación de Franco, muy creíble en su papel y nominado por este. Muy limitada en su duración de apenas una hora y media, Boyle se las ingenia para no aburrir en ningún momento y mantener la tensión en alza, ya que se trata de una película donde en la mayoría del metraje sólo aparece un actor y este apenas tiene libertad de movimientos. Primerísimos planos; cámara en mano en muchas ocasiones; un uso del color y de la música muy particular, como viene siendo habitual en su filmografía. El director recurre a muy diferentes trucos para contar esta historia de supervivencia al límite, desde dividir la pantalla en varias partes hasta representar las ensoñaciones y alucinaciones que sufre por momentos el desafortunado Rolston y que contrasta con la veracidad y el realismo a la hora de plasmar el resto de escenas.

Hábil película que puede reportarle alguna alegría a James Franco y que cuenta con las actrices Kate Mara (Transsiberian) y Amber Tamblyn (la nueva miembro del equipo médico de House) en unos breves papeles al principio de la historia. Desde su estreno en Toronto en septiembre de 2010 ha provocado alguna que otra polémica con desmayos en la sala y abandonos de la misma. Y es que, reventando el final de la historia -de todas formas ha salido publicado en multitud de sitios-, la única salvación de Ralston radica en cortarse su propio brazo, escena que Boyle va posponiendo, sabedor de que el público la está esperando y cuando ésta llega está mostrada con una crudeza y veracidad que por momentos dejar los ojos fijos en la pantalla llega a tornarse una empresa difícil, viviendo el espectador unos momentos agónicos. Sin embargo tengo que admitir que esta secuencia en concreto no me parece que sobre, si bien es verdad que es un poco dura, pero en su totalidad la película es bastante intensa.

Lo que también es cierto es que se ha convertido en todo un éxito y que ha recaudado muchísimo dinero teniendo en cuenta que se trata de cine independiente y con un presupuesto muy comedido de apenas 15 millones de euros.

Como comentario personal y curioso, es una pena que se haya elegido ese cartel con la cara de James Franco cuando el original -simulando un reloj de arena- es uno de los mejores del año con diferencia.

Nominada a tres Globos de Oro (Mejor Guión, Actor Protagonista y Banda Sonora) y a seis Oscars (Mejor película, Actor Protagonista, Guión Adaptado, Montaje, Banda Sonora Original y Canción Original).

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