El director de Nueva York comenzó su carrera con una serie de propuestas tan exitosas como difíciles de digerir. En su tercera película fueron tantos los problemas que tuvo a la hora de llevarla a cabo y tan poca la aceptación que tuvo, que se vio obligado a cambiar su modo de hacer cine. La fuente de la vida (The Fountain), pese a ser una gran historia de amor, complicada de ver y de tragar y coronada con dos grandes actuaciones de Hugh Jackman (X-Men Orígenes: Lobezno, La lista) y Rachel Weisz (Ágora, Desde mi cielo), no acabó de triunfar en taquilla, al final lo que cuenta para seguir en el negocio de Hollywood.
Tan solo dos años después Aronofsky supo reciclarse y realizar su película más académica hasta el momento –por llamarlo de alguna manera, alejada tanto de sus historias rebuscadas como de su complicada cámara-: El luchador, que estuvo nominada a los Oscars en el año 2009 con su protagonista en las principales quinielas, un Mickey Rourke que sorprendió a todo el mundo al meterse en la piel de un luchador de wrestling acabado y al borde del retiro que ve como la vida empieza a cobrarle la factura y deja demasiados asuntos pendientes detrás. En su momento se hizo con dos Globos de Oro y volvió a centrar la atención tanto en su actor como en su director, que en mi opinión había ofrecido una película interesante, con una buena dirección de actores pero muy impersonal donde apenas se notaba su mano si no era por una serie de planos subjetivos a la espalda de Rourke que lo seguían a todas partes.
Y cito este recurso estilístico de Aronofsky porque me sirve para enlazar con Cisne negro, ganadora del Globo de Oro a la Mejor Actriz Dramática y nominada a cinco Oscars (Mejor película, Director, Actriz, Fotografía y Montaje). El director lo usa en ciertas ocasiones para seguir de cerca a su personaje principal Nina Sayers a la que interpreta con gran convicción y multitud de registros una espectacular Natalie Portman (Brothers) que en un ejercicio muy curioso de metacine es capaz de ofrecer al espectador lo mismo que el tiránico director del ballet para el que trabaja le exige a su personaje.
Thomas Leroy (muy convincente Vincent Cassel) se propone estrenar una nueva versión de El lago de los cisnes. En detrimento de su principal estrella, a la que pone cara Winona Ryder (la última vez que la vi en el relanzamiento de Star Trek) necesita una nueva bailarina que consiga aunar la dualidad que necesita la Reina Cisne y sepa transmitir al gran público las diferencias entre el Cisne Blanco y el Cisne Negro en una tortuosa historia de amor. Cuando Nina alcanza el sueño de su vida y logra el papel, deberá exigirse lo máximo para sacar de ella lo necesario que le permita mostrar lo que su director necesita en el escenario.
Aronofsky se mueve muy bien en una historia que ha sabido adecuar a su estilo más personal, con esa dualidad, jugando con espejos y sus reflejos. Pero pronto sumerge al espectador en un oscuro viaje en el que resulta muy difícil distinguir qué es realidad y qué es ficción. Y es que Nina, además de poseer una personalidad cándida y perfeccionista, vive en un ambiente opresivo gracias a su sobre protectora madre; a lo que hay que sumar la competencia de otra joven bailarina interpretada por Mila Kunis que ansía su rol protagonista.
Quizás alguien pueda llevarse a error a la hora de ir a ver Cisne negro, pero sin duda serán pocos los que abandonen la sala en el mismo estado de ánimo con el que entraron. Tanto el director como la gran interpretación de Portman consiguen trasladarnos a un mundo de pesadilla que muchas veces tiene más que ver con el terror de una película de Roman Polanski que con otra cosa. Hay mucha tensión y sensación de agobio, de no saber qué es lo que está pasando y adonde puede llevar la presión a la dulce niña que conocemos en los instantes iniciales. Mención aparte merecen algunas de las poderosas imágenes de Aronofski, donde destacan las más cruentas; las más íntimas de su protagonista o esa espectacular transformación en el gran colofón final. Por último, no he podido evitar recordar un clásico del cine norteamericano: Eva al desnudo.
Parece cantado el Oscar para Natalie Portman, que va añadiendo madurez a sus papeles. Pero yo lo que celebro es la vuelta del director, que se había tomado un descanso y que ahora ha conseguido unir su personal estilo con la aceptación en taquilla. Su designación como próximo director de Wolverine de nuevo con Jackman nos sacará de dudas.





Estoy deseando ver esta película, gran exposición la tuya enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Rafa.
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