Pienso que hay un libro para cada momento y lugar, de igual forma que hay historias que no apetece leerlas en determinadas situaciones. Muchas veces el éxito o no de la lectura de un libro depende de las condiciones exteriores a la hora de disfrutarlo. Por mi forma de leer, elijo cuidadosamente lo que leo y si en un margen variable de unas 100 o 150 páginas el autor no consigue cautivarme, abandono y salto al siguiente sin ningún tipo de duda. Esto me ocurre porque tengo más libros pendientes de leer que tiempo para hacerlo, por lo que soy bastante exigente, si no en términos de calidad artística, al menos sí en disfrute personal.
Ya sea un bestseller americano sin ninguna pretensión más allá de entretener, una sesuda biografía o un clásico de nuestra literatura, lo importante es leerlo cuando lo pide el cuerpo. Y casi nunca me equivoco, casi nunca tengo que abandonar un libro a su suerte y al olvido de la estantería. De hecho, probablemente este sea el primer post sobre una novela que no me ha gustado nada y que por lo tanto no he sido capaz de terminar.
De Julia Navarro había leído hasta entonces La hermandad de la sábana santa y La sangre de los inocentes. Cuando los leí me parecieron un buen ejemplo de novela histórica y policíaca que apostaba por el entretenimiento por encima de todo. Aunque sus resoluciones no me parecieron excepcionales, sí es verdad que creo que cumplían ampliamente, que no engañaban al lector y que le hacían pasar un buen rato.
Con su última y celebrada novela, Dime quién soy, no empecé con buen pie. De primeras los libros tan grandes y con tantas páginas me echan para atrás por varias razones, una de las cuales es la incomodidad que me produce su trasporte de un lado para otro. Otro recelo sería el prejuicio de que seguro que se podría haber contado en menos páginas –me pasó algo parecido con El asedio de Pérez-Reverte, si bien ese sí que pude acabarlo-. El caso es que aunque lo tenía a mano estaba esperando el momento propicio para abordarlo, momento que llegó hace pocos días con motivo de unos días de vacaciones y asueto.
Pero ¡ay! No es una historia que me interese. Creo que empieza bien, siendo un joven periodista en paro el que recibe un encargo de su tía para que realice una historia de la familia e indague en la figura de su propia bisabuela, la cual desapareció en extrañas circunstancias abandonando a su marido y a su hijo recién nacido. Guarda algunos puntos en común con los comienzos de la saga Millennium y parecía que nuestro protagonista iba a embarcarse en una investigación que le llevaría a seguir los pasos de su pariente, que era muy peculiar, a lo largo y ancho de la historia del siglo XX y atravesando diferentes países y continentes, tal y como se prometía en la contraportada.
Sin embargo, el falso protagonista accede muy rápido a una fuente de información que le cuenta todo lo ocurrido en los primeros años de su bisabuela. Todo ocurre demasiado fácil, las explicaciones que dan están demasiado cogidas por los pelos y justo va averiguando la historia en orden cronológico. Por si fuera poco, el retrato de esa España republicana a las puertas de la guerra –la civil y la mundial- es demasiado académico, se explican demasiadas –si no todas- cosas: los partidos políticos, las diferentes facciones, la situación europea... Curiosamente siempre hay un personaje que represente a una u otra y de esa forma vamos enterándonos de lo que ocurre alrededor de la protagonista real, una joven perteneciente a una familia de Madrid bien situada debido a los negocios de su padre. Otra cosa que me escamó un poco fueron algunos recursos ideados por la autora, como que una joven anote en su diario personal ideas políticas oídas a los adultos que a priori no deberían de interesarle lo más mínimo o que uno de los testigos de su vida recuerde con todo lujo de detalles hechos acaecidos muchísimos años atrás sin lagunas y en su debido orden cronológico. Es como si Navarro hubiera querido realizar ese tipo de novela epistolar tan característica como La piedra lunar o Drácula, pero sin conseguirlo lo más mínimo.
En su defensa debo decir que como no llegué a pasar más allá de las 150 primeras páginas no sé si la cosa mejora o sigue igual –o incluso empeora-, pero es cierto que me han llegado alabanzas de esta historia, aunque yo no haya sido capaz de apreciarlas.
Quizás algún día encuentre el momento adecuado para leer este libro y consiga acabarlo. No sería la primera vez que me ocurre.


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