Esta obra se estrenó a finales del año 1999 y no solo fue nominada a siete premios Oscars, la mayoría de ellos escatimados por la industria hollywodiense, sino que en un director de la carrera de Mann –en aquella época había estrenado El último mohicano y Heat, quizás sus películas más recordadas; y todavía le quedaban Alí y Collateral- decir que se trata de su mejor película es quizás, como mínimo, arriesgado.
Junto con Eric Roth -el guionista tras grandes películas como El curioso caso de Benjamin Button, El buen pastor, Alí, Forrest Gump o Munich- Mann adapta un artículo publicado en la revista Vanity Fair por la periodista Marie Brenner, titulado El hombre que sabía demasiado. Por lo tanto nos encontramos ante una historia que parte de un hecho real y que de ahí desarrolla un drama sin igual, la lucha de dos hombres, cada uno en su campo, contra un poder superior y si no la amistad entre ellos, al menos los lazos de compañerismo y lealtad que se crean entre ambos protagonistas, interpretados con gran brío y pasión por dos de los mayores actores que hay ahora mismo en activo y en total estado de gracia en el momento de la realización de este guión.
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Mann comienza su película de una forma hábil. Siendo fiel a su cinematografía, los colores, la cámara en mano, los primerísimos planos y los encuadres van a jugar un papel destacado durante todo el metraje, así como derivado de esto, el montaje o la banda sonora. Pero de momento presenta los nombres de sus actores principales y el título de la película de la forma más sencilla posible: letras blancas sobre fondo negro, quizás buscando el contraste con la estupenda presentación de personajes que se dispone a realizar.
El negro total, artificial, deja paso a un blanco más real. Un hombre, con la cara totalmente tapada, sólo percibe a través de la venda que le cubre los ojos lo que ocurre a su alrededor. Está siendo transportado en el asiento trasero de un vehículo, rodeado de hombres armados y se encuentra atravesando lo que parece ser una ciudad árabe. Pronto lo sitúan cara a cara con una personalidad, un jeque, el cual le interroga sobre sus motivos de hacerle una entrevista. El hombre, todavía vendado, se encuentra desorientado, pero se niega a facilitarle las preguntas. Proviene de uno de los programas de televisión más prestigiosos de Norteamérica, 60 minutos, y su política de no facilitar nada a los entrevistados es inamovible, tal es el grado de equidad e imparcialidad que poseen. El jeque acepta y Lowell Bergman se queda solo, tras lo que se descubre el rostro y comienza las llamadas para preparar una entrevista con un supuesto terrorista musulmán. Al Pacino hace su genial aparición y ya sabemos mucho de su persona.
La tónica habitual en la película va a ser dividir el metraje por turnos entre ambos protagonistas, descontando las escenas que pasan juntos, ya sean cara a cara o conversando por teléfono, sin duda lo mejor de una película ya de por sí sobresaliente en el terreno actoral, donde un emergente Russel Crowe (Robin Hood, Red de mentiras, American Gangster, El tren de las 3:10, L. A. Confidential) se atreve a dar la réplica a un Pacino (Asesinato justo) que no ha vuelto a deslumbrar en pantalla grande como aquí.
La introducción del personaje de Jeffrey Wigand es totalmente opuesta a la de Bergman. Un nervioso en todo momento Crowe nos es presentado a base de primeros planos, de sus temblorosas manos, su cabeza gacha, su mirada perdida. Recoge sus cosas en lo que parece ser un laboratorio de una gran empresa y se marcha a su casa. Trajes caros, coche caro, casa enorme donde le aguardan su mujer y sus dos hijas pequeñas. Pero algo no cuadra: se sorprenden de verlo allí, es demasiado pronto y actúa de forma distante. Su hija tiene un ataque de asma, sin consecuencias, de momento. Pero su mujer nota algo: Wigan ha sido despedido esa mañana y todos los temores de su esposa salen a la luz: la casa, el colegio, el seguro médico…
También conocemos algo del entorno de Bergman. En realidad trabaja como productor del programa de entrevistas de la cadena CBS 60 minutos, uno de los más prestigiosos del género. Su cara conocida es un profesional con más de cincuenta años de profesión a sus espaldas, el presentador Mike Wallace, interpretado por Christopher Plummer, amigo de Bergman. Todo su equipo de periodistas y de investigación se vuelca con su jefe, encargado de traer las noticias más suculentas a la cadena para su posterior emisión. Ahora algo acaba de llamar su atención: ha recibido una serie de documentos de la compañía Phillip Morris y necesita alguien que se los traduzca. Sus primeras intentonas hacen que aflore un nombre: el de Wigan, que en un principio no quiere saber nada del tema. Pero el instinto del viejo periodista le dice que ahí puede haber algo, así que organiza una cita clandestina en un hotel para hablar cara a cara con Wigan, que se niega en rotundo a facilitar más información de la debida ya que tiene firmado un contrato de confidencialidad con su empresa que no está dispuesto a romper. Pero al final de la reunión algo surge que hace que Bergman se interese aún más: ¿Por qué ha sido despedido fulminantemente uno de los vicepresidentes de una de las compañías de tabaco más poderosas de los Estados Unidos, Brown & Williamson?
Mann conoció el caso de voz del propio Bergman, al que ya conocía de antes y con el que llevaba tiempo queriendo desarrollar algún proyecto, debido a la gran cantidad de gente interesante que conocía el productor televisivo –medio que, por otro lado, no era ajeno al director, que había creado hacia unos años la serie Corrupción en Miami-. Junto con Roth desarrollaron el guión de la película, que contaría finalmente con un presupuesto cercano a los 100 millones de dólares, dinero que no recuperó en taquilla.
Volviendo a la trama principal, desde su entrevista con el reportero Wigan va a pasar un calvario sin igual: además de su trabajo, ya perdido, le va a costar su posición social, su familia y su divorcio, parte de su salud, su reputación y, en una frase, todo lo que tiene. Todo excepto la ayuda, la quiera o no, de un hombre que quiere hacer honor a su palabra y que, al igual que él, ha sido traicionado por los suyos. Y es que el temor de la compañía tabacalera donde trabajaba Wigan a que revele datos confidenciales le hace ser objeto de una persecución en todos los frentes, desde amenazas de muerte a él y a su familia a maniobras de acoso por parte de personas anónimas o del mismo FBI, sin descontar la manipulación en diferentes medios de comunicación de la persona de Wigan, destapando todos sus trapos sucios y tergiversando su historia reciente para despojarle de la más mínima posibilidad de credibilidad pública. Algo para lo que Bergman tiene un plan: grabar una entrevista donde Wigan pueda desahogarse y confesar todos los males de la industria tabacalera, entre ellos la manipulación química del tabaco para crear dependencia. Pero la única manera de burlar el contrato de confidencialidad es que Wigan acepte testificar en un caso de la Fiscalía contra las tabacaleras, lo que les daría la posibilidad de emitir la entrevista. La película de Mann da un claro giro una vez que Wigan decida ir a por todas, perdiendo su vida tal como la conocía en ese momento. Obligado a trabajar de profesor en un instituto, abandonado por su mujer, con su credibilidad destrozada y los nervios a flor de piel, en lo único que le queda por creer es en que su testimonio será oído públicamente. Algo que de repente ya no es tan seguro, ya que los intereses políticos y empresarios de la CBS chocan frontalmente con los planes de los noticiarios de emitir el programa en su totalidad en el espacio de entrevistas. Esto pondrá al periodista en un dilema moral: por primera vez ha fallado a su confidente, no ha logrado cumplir su palabra y su jefe y compañeros le han dado la espalda. El personaje de Pacino iniciará una cruzada personal y en secreto con el único propósito de lograr salvar los obstáculos que le permitan ser fiel a su palabra y a sus convicciones.
Aquí la realidad empieza a mezclarse con la ficción, ya que el proyecto de Mann sufrió ciertas presiones antes de su estreno, por supuesto desde la tabacalera implicada y por parte de la propia CBS, que no veía con buenos ojos todo el lío que se dramatiza con las presiones de la cúpula de la cadena. Por supuesto las escenas más críticas fueron aquellas en las que Wigan se siente perseguido o recibe amenazas de muerte y en la propia película se encarga de situar estos hechos en su debido contexto con una serie de explicaciones tras finalizar la misma. Probablemente Mann y su guionista tuvieron que reescribir varias veces su guión y la Disney fue presionada a su vez por la tabacalera implicada.
Una de las escenas más poderosas de la película tiene lugar en un encuentro telefónico entre ambos protagonistas cuando Crowe se encuentra desesperado en su habitación de hotel mirando impasible y fijamente el balcón de su habitación. En el fondo mira hacia el edificio de enfrente y la revelación de cuál es ese edificio concreto culmina una secuencia muy bien ejecutada, que comienza con la música y acaba con el diálogo de ambos actores vía telefónica.
También destacar la gran cantidad de grandes actores en papeles secundarios, dando vida a los personajes alrededor de la pareja protagonista. Bruce McGill (Un ciudadano ejemplar); Michael Gambon (Harry Potter) que se encarga del corto papel del presidente de la tabacalera; Phillip Baker Hall como el máximo responsable de CBS News; Gina Gershon, Rip Torn o Colm Feore.
Un claro ejemplo de la profundidad dramática de la historia y de la forma de Mann de contarla, en un ejercicio de estilo muy personal. Al final The Insider causó más revuelo en el mundo real que en la taquilla y por supuesto fue mucho más reconocida por la crítica, que la alabó sin mesura, que por los espectadores, que le dieron un poco la espalda, quizás por el tema demasiado cercano a tratar o por el marcado ritmo pausado de Mann, aquí más cercano a las conversaciones que a la acción. De todas formas, para mi una gran película, donde podemos apreciar los entresijos de las grandes empresas y cómo éstas pueden influir en estamentos a priori fuera de su alcance como el FBI o la Fiscalía de un estado. Maniobras políticas y judiciales de presión o tácticas delictivas improbables de cara a un juez, todo para proteger una de las industrias que más millones de dólares genera. Sumado a esto la difícil relación que existe siempre en los medios de comunicación y el poder que estos poseen sobre la gente.
Pero sobre todo el retrato de dos personajes quizás demasiado bien tratados por Mann. El uno un alto ejecutivo de una empresa que se sabe vendido a su estilo de vida y situación económica y que lo único que desea es poder llegar a casa satisfecho del trabajo realizado, aunque tenga que arriesgar todo lo demás; Y el otro convencido de que el trabajo que hace no vale nada si no es capaz de cumplir su palabra, proteger a sus fuentes y entregar la verdad al público americano. Dos hombres aparentemente con éxito que van a descubrir que a veces luchar por las convicciones personales de uno mismo es lo peor que se puede hacer en esta vida.
Dos grandes papeles en las manos de dos grandes del cine, como si el veterano de Pacino cediera el testigo a Crowe. De hecho, tras comparar la filmografía de uno y otro desde entonces, parece que así fue.







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