James Blackthorn es un cansado norteamericano que vive en Bolivia de la cría de caballos. Se siente solo y viejo y antes de abandonar este mundo, lo que más le gustaría es volver a su patria y encontrarse con un joven al que escribe largas cartas, dirigiéndose a él como su sobrino. El año es 1928 y los vaqueros que hicieron famoso el Oeste americano van desapareciendo poco a poco, así como sus aventuras han ido formando parte de la leyenda.
Pero a Blackthorn todavía le queda una última que vivir: su encuentro con un ingeniero español de minas, Eduardo Apocada, cambiará sus planes y lo dirigirá hacia una nueva vida que no tenía pensada.
Sorprende esta película por varios motivos. En primer lugar se trata de una producción española de unos 3 millones y medio de euros, rodada en Bolivia en inglés y español y donde varios de sus personajes protagonistas están interpretados por actores norteamericanos consagrados a los que no es raro ver en superproducciones. En segundo lugar por la figura de su director, Mateo Gil. El canario es más conocido en el mundo del cine por sus premiados guiones –tiene varios Goyas- en películas como Mar adentro, Ágora o El método. Aunque también ha destacado en el terreno del cortometraje, en el largo debutó con Nadie conoce a nadie, junto con su amigo Eduardo Noriega, Jordi Mollá y Natalia Berbeke. Aunque la película tuvo cierto éxito de taquilla, no guardo buen recuerdo de ella, si bien la vi hace muchos años. Después de esto Gil estuvo embarrado en un proyecto muy personal, la adaptación de Pedro Páramo y solo volvió a la dirección en la película para televisión Regresoa Moira, una de las más flojas del ciclo de Películas para no dormir.
Por eso llama la atención la elección de este proyecto y sobre todo su manera de rodarlo, al más puro estilo clásico del cine americano. Un western crepuscular que si no nos lo dicen nadie hubiese pensado que se trata de una producción española. Gil rueda de una forma aplastantemente sencilla, acompañado de una música lírica muy apropiada obra de Lucio Godoy. No faltan los paisajes desérticos, las persecuciones a caballo ni los buenos tiroteos, así como los planos reflexivos y los enfrentamientos psicológicos entre personajes, sin duda algo imprescindible en este tipo de películas.
El reparto también es un acierto. Sam Shepard (Hermanos) se queda con el papel protagonista y Eduardo Noriega (Transsiberian) el del ingeniero español, compañero de fatigas, aunque hay que reconocer que su trabajo palidece en frente del de su compañero. Stephen Rea –el policía de V de Vendetta- aparece en un papel secundario.
Pero sin duda una de las grandes sorpresas son los papeles de Padraic Delaney (Los Tudor) y Nikolaj Coster-Waldau (Jaime Lannister en la reciente Juego de tronos). Si a priori la historia ya parece interesante para los amantes del western más icónico, la cosa adquiere visos de veras sorprendente cuando nos damos cuenta de los incontables guiños cinéfilos que se aprecian, ya que James Blackthorn no es más que un seudónimo de Butch Cassidy, el mítico bandido que junto con Sundance Kid fueron inmortalizados por Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Una serie de flashbacks nos muestran la historia que tuvo lugar en realidad.
No debe de ser una tarea fácil para un español jugar con un icono de ese calibre, pero Mateo Gil sale airoso. En IMBD le dan una buena puntuación, de notable –hasta ahora solo se ha estrenado en el Festival de Tribeca y en España- y en Rotten Tomatoes las pocas críticas que hay son positivas.




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