El quinto trabajo de ficción del escritor nacido en
Washington puede catalogarse dentro de sus obras menores, sin ser esto un
hándicap para su lectura. Ya desde los mismos comienzos de su carrera literaria
en 1988 con Los crímenes de Pittsburg,
Chabon fue elevado por la crítica especializada de su país y por las numerosas
ventas de sus libros a un pequeño pedestal al lado de un puñado de escritores
de su generación –Jonathan Frazen, por ejemplo- cuyo destino no es otro que
liderar la literatura norteamericana de principios del siglo XXI.
Mucha presión, que le ha hecho diversificar su escritura
entre novelas más largas y a priori complicadas donde posee el espacio
necesario para elaborar sus tramas y desarrollar sus fantásticos personajes.
Entre la publicación de Las
extraordinarias aventuras de Kavalier y Clay –Premio Pulitzer 2001- y El sindicato de policía Yiddish (2007), posiblemente sus trabajos más
elogiados, Chabon publicó dos obras más pequeñas en extensión y de temática
bien diferente: una novela para jóvenes titulada Summerland (2002) que fue todo un best-seller –pese a no ser
ensalzada por la crítica- y la que nos ocupa en este post, publicada dos años
después, de apenas unas cien páginas y con reminiscencias en su título tanto a
la situación judía en el momento en que está ambientado la historia –finales de
la II Guerra Mundial- como a un homenaje encubierto desde el mismo título al
protagonista, un anciano de 89 años de edad que vive en la campiña, retirado de
todo lo que ha conocido alguna vez y dedicado al cultivo de miel.
Chabon traza un relato detectivesco a medio camino entre el
homenaje velado y la deconstrucción o crítica de esa forma de ver los crímenes
y misterios que inundaron las librerías a finales del siglo XIX y que en
Estados Unidos iniciaría Edgar Allan Poe. Dejando de lado su estilo de
escritura, que siempre logra cautivarme –es, por otro lado, uno de los
escritores que más me cuesta leer en su idioma original, quizás por ese punto
extra de esfuerzo que disfruto enormemente todos sus trabajos- la historia es
más sencilla de lo habitual en él: son pocos los personajes que aparecen y el
caso a resolver no es muy complicado, quedando un poco simple en su desenlace
final. Es sin duda en su comienzo, muy original y en la figura de su
protagonista donde esta pequeña novela gana muchos enteros.
Un crío mudo de ascendencia alemana y judío acaba de llegar
para quedarse en casa del reverendo del pueblo. Como elemento más curioso de su
persona, porta siempre en su hombro un loro africano que no para de recitar
palabras y números en alemán, inconexas todas ellas y sin ningún tipo de
relación para aquellos que las escuchan. Cuando uno de los inquilinos de la
casa donde vive el muchacho aparezca muerto y el inusual animal robado, el
comisario de policía recordará al viejo anciano –cuyo nombre nunca se menciona-
de viejas historias y leyendas, de cuando éste vivía en Londres y se ocupaba de aquellos casos tan difíciles
que ni siquiera Scotland Yard podía resolver.
Una vez planteado el misterio, le queda a Chabon el homenaje
a una figura a la que se creía muerta y que resulta está pasando sus últimos
días en el campo. Sus inquietudes y pensamientos, sus increíbles habilidades
deductivas y la resignación de aquel que se sabe cercano a su final son sus
señas de identidad. A partir de ahí hay una gran cantidad de referencias a un
pasado glorioso y distante -23 años desde que abandonara la capital inglesa-
que los lectores más asiduos y espabilados no tendrán ningún problema en
reconocer.
Un curioso acercamiento a la novela de detectives primigenia
por parte de Chabon, que en los últimos años ha estado más dedicado a ejercer
de editor o colaborador en antologías –Maps & Leyends era una recopilación de sus artículos y ensayos-, así como a
sueldo de Hollywood, mientras espero ande trabajando en su siguiente novela,
que por el tiempo que está tomando tiene pinta será de las grandes.Otra obra de Chabon en este mismo blog sería Gentlemen of the Road.


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