domingo, 20 de noviembre de 2011

El prisionero del cielo, de Carlos Ruiz Zafón


En el año 2001 se produjo uno de esos fenómenos editoriales de los que se alimenta tanto la industria como los lectores más voraces y que proveen de grandes beneficios a los primeros y de multitud de conversaciones a los segundos. Con la publicación de La Sombra del Viento, Carlos Ruiz Zafón, barcelonés, dedicado a la literatura juvenil con un éxito moderado –cuatro novelas publicadas por Edebé- se convirtió en el bestseller del momento, superando todas las expectativas imaginables y convirtiéndose en uno de los escritores españoles más leídos dentro y fuera de nuestras fronteras, sino el que más. Su éxito y repercusión fue tal que habría que emparentarlo con fenómenos de tal calibre como El código Da Vinci, la saga Millennium o la de Harry Potter, más que con el último libro de Pérez-Reverte o con éxitos patrios como La catedral del mar, de Ildefonso Falcones.

Siete años después se publicaría la tan deseada continuación, El juego del ángel y se revelaron los planes del autor de realizar una tetralogía, toda ella situada en la ciudad de Barcelona en diferentes épocas y relacionados los volúmenes entre sí por personajes  y situaciones, sin ser necesariamente continuaciones al uso. La apuesta de la editorial Planeta por esta segunda entrega fue impresionante y aunque vendió muchísimo al parecer las previsiones de la editorial fueron algo exageradas.

Tras un nuevo paréntesis, esta vez de tres años, el autor nos regala la tercera parte, de nuevo tras una ambiciosa maniobra editorial y con muchas expectativas que cumplir.

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Rompo un poco mi costumbre empezando a hablar de la edición, con el propósito de resaltar la idea de saga que tras la lectura de El prisionero del cielo adquiere más importancia. Planeta demuestra especial cuidado más allá del tamaño de fuente o de la tapa dura con sobrecubiertas habituales. Dividido el libro en varias partes, cada una con una fotografía a página completa de la ciudad catalana en blanco y negro, recopila en sus primeras páginas las opiniones más prestigiosas que sobre el autor se han escrito tanto en nuestro país como en el extranjero –algo que es habitual en las ediciones anglosajonas- siendo lo más interesante una breve introducción que bautiza esta saga como El Cementerio de los Libros Olvidados, poderosa creación del autor que evoca a Borges y que utiliza en las tres novelas con desiguales resultados. Pues bien, en dicha introducción se informa al lector de que es posible acceder a la novela sin haber leído las anteriores, algo que hay que coger con pinzas. Evidentemente la sencillez de la novela permite su lectura para un lector neófito, pero serán aquellos que más disfrutaron con las dos anteriores los que le sacarán verdadero partido a sus más de 350 páginas.

Me explico: tras La sombra del viento, novela que llegó a mis manos tras la recomendación de un amigo, como le ocurrió a la mayoría de gente que la leyó, Ruiz Zafón arriesgó de lo lindo con El juego del ángel, una secuela atípica en cuanto que se desarrollaba unos veinte años antes y que a priori tenía pocos lugares comunes, más allá del enigmático Cementerio y de la librería Sempere –al final de la novela y sin ánimo de destripar nada, podíamos encontrar por la proximidad de los tiempos a algún personaje con cierta importancia que aparecía en el primer libro-. Los ingredientes de esta segunda incursión en su particular Barcelona eran también diferentes: más oscura, sin apenas rastro del sentido del humor que había encandilado al público en la primera, más parecida a una novela de terror y de misterio, eso sí, con un gran enigma detrás.

El prisionero del cielo vuelve a romper con su predecesora y recupera el estilo despreocupado de la original, pero al mismo tiempo se convierte en secuela de ambas. Y por si ello fuera poco, no deja de ser un capítulo más en un algo más grande, característica única entre las demás entregas de la saga. Por eso mismo, su final es abierto, inconcluso y a la espera de la publicación del último volumen que finalice todas las tramas.

Pero de momento nos encontramos a finales de los años 50. Daniel Sempere, casado con Bea y con el pequeño Julián a su cargo continúa ayudando a su padre en la librería y frecuentando la amistad de Fermín Romero de Torres, cuya verborrea y crítica mordaz siguen tan afiladas como siempre. Un extraño personaje entra un día en la librería y deja una enigmática nota a nombre de Fermín, que hacen que éste se vea obligado a contar su historia, narrada en clave de flashback y que nos lleva a la prisión de Montjuic alrededor de 1940, donde confluirán, además del propio Fermín, una serie de personajes esenciales para la trama, entre ellos uno muy particular al que los demás reclusos apodan el prisionero del cielo.

El autor juega muy bien sus cartas recuperando el estilo alegre, rápido en los diálogos y en las tramas. Se apoya sin ningún miedo en sus personajes más queridos, con los que el público ya debe de estar familiarizado, por lo que en el fondo continúa contándonos su historia. Pero en realidad se trata de algo más: los misterios que creíamos resueltos sólo eran una parte y todavía quedan muchos cabos por atar. Ruiz Zafón relaciona sus tres novelas de una forma original, hace entretenida la nueva entrega y emocionante en la mayoría de sus páginas y se permite varios homenajes a sus escritores favoritos del XIX, como Dickens, Hugo o Alejandro Dumas, al que roza el plagio.

Como si de una serie televisiva se tratase, un cómic americano o un folletín donde publicaban los autores antes mencionados, el autor responde preguntas para plantear otras nuevas que deja inconclusas y que deberán aguardar varios años para obtener su solución. Es el único pero que se le puede poner, que abandona el hecho de ser una historia autoconclusiva, pieza fundamental de un todo más grande y más complejo y opta por convertirse en un capítulo más, al más puro estilo de otras series actuales de la literatura como puede ser Canción de Hielo y Fuego, donde cada libro no puede entenderse sin los demás. Por poner un ejemplo de lo contrario, en mi última reseña de las aventuras del capitán Alatriste (El puente de los asesinos) alababa la capacidad de Pérez-Reverte para hacer accesible su novela para nuevos lectores.

Por todo lo comentado anteriormente, El prisionero del cielo juega bien con sus posibilidades y le sirve al autor para crear un universo propio alrededor del Cementerio de los Libros Olvidados y de esa entrañable librería de Barcelona. Pero, al mismo tiempo, la hace más simple, ya que su principal atributo es el juego metaliterario que propone al lector. La trama principal y secundarias son más anodinas y los misterios y revelaciones parecen menos chocantes. De ahí precisamente la idea de que quizás a lectores nuevos no acabe de satisfacer como aquellos que conserven fresca en la memoria las aventuras anteriores.

Dependerá todo de cómo acabe la siguiente novela y cómo se desentrañe esa espesa tela de araña en cuyo centro de halla el joven Daniel Sempere. De momento, esta entrega es digna del entramado al que pertenece, pero no supera a sus predecesoras, si bien las complementa. 

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