martes, 1 de noviembre de 2011

Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio, de Steven Spielberg


Ocurre de vez en cuando, como si de una alineación de planetas se tratara, que una serie de talentos en diferentes campos  acaban por trabajar juntos, dando pie a una gran empresa que acaba finalizando con la llegada masiva de espectadores a la taquilla del cine más cercano. No son pocas las veces que esto ocurre en Hollywood, pero que tras tanto bombo y platillo se encuentre además una buena película de aventuras, eso ya no es tan común.

Steven Spielberg (Munich) y Peter Jackson ya trabajaron juntos, el primero como productor en la película del segundo Desde mi cielo (The Lovely Bones) que se estrenó en 2009 y pese a que tuvo algún que otro halago importante para Stanley Tucci en su papel y para los efectos especiales, no acabó de recaudar todo lo previsto ni de llamar especialmente la atención. Unos años después, ambos directores deciden unir sus esfuerzos para rescatar del olvido un viejo proyecto de Spielberg: realizar una adaptación cinematográfica del reportero creado por Hergé y que triunfaba en toda Europa, gracias a las viñetas, desde hacía muchas décadas.

Ambos se dedicaron a la producción de una trilogía que sería realizada utilizando los últimos adelantos técnicos en captura de movimientos –en un principio la idea era realizarla en imagen real, pero pronto Spielberg debió de plegarse ante el increíble abanico de posibilidades que se le abría ante sí-, una técnica perfeccionada por la compañía de Jackson de efectos especiales, Weta y cuyos máximos logros eran las personificaciones de Gollum y de King Kong, tras los cuales se encuentra el actor Andy Serkis, al que en esta película animada vemos en el papel del capitán Haddock.

Con un estilo de rodaje donde apenas hay decorado ni attrezzo, sino que son los propios actores los que, enfundados en variopintos trajes repletos de sensores, acaban imaginando todo el mundo a su alrededor, Spielberg se suelta el pelo con fantásticos planos, secuencias increíbles con travelling impensables para una película de acción real; al tiempo que no abandona sus mejores cualidades como narrador: un sentido de la aventura y del ritmo envidiables, un juego muy curioso de reflejos y espejos o incluso unos títulos de crédito donde se nos cuenta una aventura de Tintín en pocos minutos que, gracias a la partitura de John Williams, recuerda bastante a los créditos iniciales de Atrápame si puedes.

Del guión escrito a varias manos se encargan Steven Moffat (revitalizador también de otros personajes clásicos de la literatura en Sherlock o Jekyll), Edgar Wright (el director y escritor de Scott Pilgrim contra el mundo) y Joe Cornish, compañero del anterior. Una aventura dividida en cuatro bloques bien diferenciados que nos lleva en volandas sin apenas fallos de escritura y que saben manejar los ingredientes necesarios para agradar al mayor público posible, tales como el homenaje a la figura de Hergé en los comienzos de la película, la inclusión de personajes y situaciones que nos llevan a aventuras concretas de Tintín –las pinzas de la oro, la Castafiore-, las necesarias concesiones al público infantil –algunos gags más simples e infantiles, el protagonismo de Milú- y alguna que otra situación o diálogo que ayuden a los mayores a que no decaiga la atención –el alcoholismo de Haddock o el comentario sobre el pastor al que le gustaban demasiado sus animales-.

Tanto Jamie Bell (Resistencia) en el papel principal, como Daniel Craig (La brújula dorada, Casino Royale) haciendo de villano, no desentonan en ningún momento. Pero si hay algún protagonista de esta película, primera parte de una trilogía, ese es sin duda Steven Spielberg.

Un Spielberg que se lo pasa en grande, que arriesga con los planos, que nos ofrece secuencias memorables como la que tiene lugar en el norte de África –pese a ser claramente una exageración- y que recuerda por momentos a los mejores momentos de Indiana Jones, con un sentido de la acción y de la aventura que pocos directores actuales son capaces de igualar. Como muestra un botón: en apenas media hora que puede durar la secuencia de los recuerdos de Haddock, con toda la batalla naval, Spielberg se las ingenia para sacudirse de un plumazo las más de ocho horas de fuegos artificiales de la saga Piratas del Caribe. Y con bastante facilidad.

No deja de tener cierta gracia que el máximo exponente de la línea clara en el cómic europeo y mundial viva uno de sus momentos de mayor gloria en 3D y que una de las Fundaciones que con más celo protegen el legado de un artista por fin se haya plegado a la mercadotecnia de Hollywood, cuyas primeras consecuencias son la proliferación de Tintín y todos sus secundarios en diversos sitios como el McDonald’s, sin ir más lejos.

Y ha tenido que venir Steven Spielberg a liar todo esto. Lo dicho al principio: alineación de planetas.

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