Publica ahora Astiberri
esta obra realizada por el tándem de artistas españoles al que habría que sumar
el trabajo del colorista Sedyas, también de la patria –Baracaldo, para ser más
exacto-. Un tomo muy bonito donde se recopilan los dos álbumes que vieron la
luz en Francia por primera vez en la editorial Dargaud en mayo y octubre de 2011 y a los que la editorial española
aplica una reducción de tamaño, algo que si bien no impide del disfrute de la
obra sí que acaba haciéndole un feo a los dibujos de Munuera, que tan bien lucían en El
juego de la luna, obra de similares características y que la propia Astiberri sí publicara en su formato
original, de ahí el pasmo inicial por la decisión tomada.
Centrándonos en la obra, Díaz Canales se basa en un hecho
histórico como fue la creación de una comuna en el año 1825, llamada New Harmony, por un socialista llamado
Robert Owen en Indiana (Estados Unidos). Ése es el escenario elegido por el
guionista para plantear su historia, aunque lo adecúa un poco a sus propósitos:
Robert McCorman es un idealista anciano cuya fortuna ha dado pie a la comuna de
New Fraternity. Son ya unos años los que dicho asentamiento llevan funcionando,
pero la Guerra de Secesión americana, que se mantuvo en liza desde 1861 a 1865,
va a poner al límite los recursos de la comuna y es en estos casos donde surge el
afán de supervivencia, el de lucro, el miedo a lo desconocido y una serie de
diferentes sentimientos que pondrán en jaque el utópico movimiento al que
aspira el fundador. Un delicado equilibrio al que afectarán en gran medida una
serie de hechos inconexos entre sí pero que acabarán precipitando las cosas: la
aparición de un niño abandonado en el bosque, en estado salvaje y recogido por
la comuna; la llegada años después de una partida de negros que han abandonado
el ejército y finalmente los rumores de que una fantástica criatura habita los
bosques alrededor de New Fraternity, que debe su particular enclave a la
existencia de un laberinto natural, hecho de picos escarpados y cañones de
roca, en sus inmediaciones.
Díaz Canales consigue aunar una gran cantidad de conceptos
en una única obra, de forma que se puede relacionar la historia con otros
intentos de crear una sociedad perfecta –o al menos mejor que la actual- con
sus dificultades, aciertos y fracasos. Me viene a la mente Un mundo feliz, de Huxley o la más reciente El bosque, a la que recuerda poderosamente en muchos
planteamientos. Lo que ocurre es que, si en la película de Shyamalan el mayor
problema era la curiosidad de sus jóvenes, aquí no se trata de eso, sino de los
diferentes puntos de vista, políticos y sociales, de sus miembros y de cómo
harían frente a las dificultades que están pasando.
De ese modo tenemos varias muestras de diferentes ideologías
que apuntan al capitalismo, a la religión, al anarquismo y por supuesto a la
intolerancia, el racismo o la emancipación de la mujer. Todas ellas personadas
en una serie de personajes que se hacen fáciles de reconocer y entender. Al
mismo tiempo el guionista añade unos ligeros toques extras que van dando más
empaque al relato: hay una tierna historia de amor, con rivalidad incluida;
todo lo relacionado con el joven salvaje, lo que hace que nos acordemos de un
clásico como El libro de la selva y
que vive su particular historia de amor con una criatura enorme y espeluznante
con la que tiene una inexplicable afinidad, lo que nos lleva directamente a la
trama del monstruo.
Sin embargo la historia no parece redonda del todo. Quizás
porque ha sido mucho lo que se ha querido abarcar en 108 páginas de historieta
o porque falta concretar algunas cosas en su final, parece que el resultado
último, siendo satisfactorio, deja un poco frío en cuanto que parece que el
drama podría haber dado mucho más de sí con un emplazamiento tan bueno y una
serie de circunstancias muy bien elegidas por el guionista. Imagino que se debe
simplemente a la comercialidad intrínseca de la obra, lo que impide darle una
profundidad mayor y quizás un puntito extra oscuro y de mala leche, algo que la
haga más dura de cara al lector. Más realista, si cabe, teniendo en cuenta que
hay una criatura misteriosa de por medio, auténtico minotauro en su laberinto.
De la parte gráfica se ocupa el dibujante murciano José Luis
Munuera, bastante conocido en Francia gracias a Spirou. En sus últimos trabajos
anda separándose un poco del tono cómico que dicho personaje atesora, pero sin
perder sus raíces, lo que ha dado pie a un trazo y estilo de dibujo que ya es
fácilmente reconocible por el lector. He mencionado antes El juego de la luna, obra con la que Fraternity guarda un parecido formal gracias a los lápices de
Munuera, que combina a la perfección sus estilizadas figuras con una
ambientación soberbia y unos efectos en los fondos y decorados –desconozco la
técnica: ¿acuarela? ¿Pincel?- muy logrados, sobre todo en las escenas
exteriores donde vemos frondosos bosques y en las panorámicas que nos enseñan
la colonia en su totalidad. Al mismo tiempo no hay apenas cuadros de texto y
los diálogos son escasos, de modo que hay muchos momentos contemplativos donde Munuera
debe y puede lucirse, haciéndose amo y señor de la historia y haciendo que esta
fluya a través de sus viñetas. A todo este proceso ayuda y mucho el colorista
Sedyas, dando un color uniforme a la obra con colores apagados y tenues que le
dan un puntito de oscuridad y misterio y que reflejan muy bien lo que es vivir
a base de lámparas de luz, de antorchas o de la luz natural.
En resumen, se trata de una obra notable e interesante en su
planteamiento, que toca muchos palos diferentes sin chirriar y que posee una
ambientación muy buena, sobre todo debido al dibujo de Munuera. En un momento
la cosa parece que se queda corta, que no llega a profundizar todo lo que
debería en esa utopía que están intentando llevar a cabo sus integrantes y que
podría haber dado de sí mucho más, sobre todo si se hubiese optado por un
tratamiento más adulto. Algo que, por otro lado, no le quita calidad a la obra,
que queda como un cuento o fábula moral sobre el hombre y sus modos de
convivencia.





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