Miniserie de ocho números que ha significado el regreso del
guionista estrella a la línea que lo vio nacer como tal, Vertigo, dedicada a un público más adulto dentro de la DC Comics. Sin embargo nos encontramos
ante una de las obras más inocentes del guionista escocés, su primera incursión
en la fantasía pura y dura, que a mí particularmente no dejaba de recordarme a La historia interminable, o al menos al
leit-motiv de la novela de Ende: un reino de fantasía más allá del nuestro que
se halla asediado por una poderosa fuerza del mal –la nada en el Reino de
Fantasía; la oscuridad en éste- y cuya última esperanza reside en un incrédulo
niño, en este caso el Joe que da nombre a la aventura.
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Joe es un joven algo solitario, cuyo padre ha muerto hace
poco en la guerra de Afganistán y que vive junto con su madre bajo la amenaza
de perder su casa, ya que su progenitor los dejó con deudas sin resolver. Esto
ha provocado algún que otro resentimiento dentro del muchacho, que también
sufre de diabetes tipo 1. En un momento de mosqueo en que Joe descuide su
alimentación, sufrirá un ataque de hipoglucemia que lo arrastrará a un mundo
desconocido poblado por sus muñecos y juguetes, donde su mascota es una rata
parlante y feroz luchadora y donde su destino parece ser acabar con las fuerzas
del mal. El Moribundo, como pronto lo identifican en esa tierra, deberá
recorrerla en una gran aventura al mismo tiempo que en nuestra realidad Joe
debe de hacer todo lo posible por arreglar el desajuste que está teniendo lugar
en su cuerpo, de forma que las acciones que toma en este último mundo tendrá
severas consecuencias en el de fantasía.
Una historia que a priori sorprende por provenir de quien
viene, pero que al tiempo se convierte en un divertido homenaje a la literatura
épica de capa y espada al más puro estilo El
señor de los anillos, con diversas criaturas y razas, paisajes y tierras.
Destaca sin duda el diseño sobre todo lo demás, más que el propio guión, que no
es original precisamente y eso hay que agradecérselo al dibujante Sean Murphy.
El dibujante norteamericano, secundado a las mil maravillas
por un estupendo colorista como es Dave Stewart, nos ofrece todo un repertorio
en el tablero de dibujo con un estilo desenfadado pero lleno de detalles, con
un acabado algo sucio pero que le permite dar un ligero toque sombrío u oscuro
a la acción. Destacan, como ya he comentado antes, la forma de plasmar el mundo
al otro lado, máxime si tenemos en cuenta la cantidad de historias parecidas
que han visto ya la luz y donde cada vez se hace más difícil innovar. Pero
también habría que mencionar los puntos de vista y de perspectiva que ofrece al
lector, con algunas construcciones en la página muy interesantes y un uso de las splash-pages bastante
acertado, recalcando algunos momentos espectaculares.
No es propio de Morrison dejarse superar por los dibujantes
que le tocan en suerte, sobre todo cuando se trata de obras personales. Pero
aquí ha ocurrido el milagro: ante una historia que tampoco aporta todo lo que
se le podría pedir a Morrison –no tiene ni su mala leche, ni su inventiva
desmesurada- es el dibujante el que la salva e incluso la eleva sobre las
demás.
De la edición de Planeta, poco que añadir: bonita, con tapa
dura pero sin nada especial, excepto la inclusión de las portadas al final en
vez de al principio de cada capítulo, una costumbre bastante molesta en mi
opinión.
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