miércoles, 4 de enero de 2012

Black Mirror, la sorpresa de la temporada televisiva es británica


Fenómenos como el de esta serie –o miniserie o programa o lo que en realidad sea-, que ocurren tan de vez en cuando dan vidilla al mundillo de la televisión, un poco huérfano de sorpresas con tantas series de calidad por un lado y tanta copia descarada, siempre al rebufo de los éxitos de otros.

Ha tenido que ser Charlie Broker en el canal Channel 4 -¿quién no se acuerda de esa genialidad de la parodia que fue Dead Set?- quien se lleve el gato al agua esta temporada con una propuesta rompedora, original y con mucha más profundidad de lo que aparenta a primera vista. El sentido del humor también está presente, pero si en algo se parece Black Mirror a su anterior proyecto repleto de zombies es esa crítica nada encubierta a la sociedad actual y a las miserias del ser humano. También resulta chocante la forma de presentarla al gran público, en tan solo tres episodios de una duración moderada –más o menos entre 50 y 60 minutos- con muy poca relación entre sí y sin ningún hilo argumental que los ligue. Es como si se trataran de una serie de cortos hechos para televisión con una tenue temática común, la cual tendrá que ir dilucidando el espectador. Conviene hacer un pequeño repaso a estas tres historias por separado para ver su alcance tanto individual como en su conjunto.

El primer episodio es el mejor en mi opinión porque parece el más real y se encuentra ambientado en la ciudad de Londres en lo que podría ser la actualidad y donde el primer ministro va a enfrentarse a la decisión más difícil de su vida: un psicópata ha secuestrado a la princesa de Inglaterra, joven adolescente querida por el pueblo y amenaza con matarla a menos que el primer ministro siga unas instrucciones muy precisas en un programa de televisión en directo, que se pueden resumir en pocas palabras: tener sexo en vivo con un cerdo. Tal cual. Y de ahí nos llevan a una delirante carrera contra el tiempo para encontrar al secuestrador antes de que expire el plazo, mientras se nos va mostrando el papel de los medios de comunicación, las redes sociales y su influencia o la sociedad británica que presencia atónita lo que sucede. De hecho, su final no es sólo impactante sino aleccionador.

El segundo episodio rompe con el primero de forma drástica y evidente, llevándonos a una especie de sociedad futura que vive en interiores rodeada por una gran tecnología audiovisual donde las personas se encuentran prácticamente aisladas emocionalmente y se dedican a pedalear sin descanso en unas bicicletas, lo que les permite ganar puntos con los que pueden comprar comida o tener ciertos lujos virtuales. La mayor aspiración de todos ellos es escapar de allí y eso sólo se consigue a través de un reality show a lo “Tienes talento”. La crítica está servida en todo su esplendor y hermana esta fabula con otras historias como las de La isla, Blade Runner o 1984. De hecho, está muy bien pero es el menos interesante de los tres.

La última entrega también nos deja entrever que se trata de un futuro cercano por una simple idea: los seres humanos llevan incorporados un chip que graba todo lo que ven y por medio de un mando de bolsillo pueden rebobinar todo aquello que han visto en su vida, además de algunas aplicaciones como hacer zoom, leer los labios o proyectar las imágenes en pantallas externas como si fuera una conexión wifi. Algo que sirve para que el espectador tenga un vistazo rápido de como algo así puede influir en las decisiones más íntimas de la gente.

En su totalidad, Black Mirror es todo un descubrimiento y digna de un estudio más profundo. Las relaciones humanas –el amor, la desconfianza, los celos, la curiosidad o el morbo- son analizados sin cuartel por unos guiones muy cuidados y plasmados en la pantalla con una gran eficacia –el montaje del tercer capítulo es sublime, con la gran cantidad de cosas que se nos cuentan revisionadas- que lo hacen divertido, entretenido y a veces muy emocionante, como ocurre en la primera entrega –es imposible no preguntarse qué va a ocurrir-. Se trata de una sociedad puesta al límite, pero que no se diferencia mucho de la nuestra y ahí radica parte de su triunfo; porque siendo en verdad descabellada, exagerada y paródica, no evita un punto de familiaridad de lo más inquietante, sobre todo por el uso de la tecnología –abusivo-, de los medios de comunicación o de las redes sociales.

Inclasificable y muy recomendable.

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