Fenómenos como el de esta serie –o miniserie o programa o lo
que en realidad sea-, que ocurren tan de vez en cuando dan vidilla al mundillo
de la televisión, un poco huérfano de sorpresas con tantas series de calidad
por un lado y tanta copia descarada, siempre al rebufo de los éxitos de otros.
Ha tenido que ser Charlie Broker en el canal Channel 4 -¿quién no se acuerda de esa
genialidad de la parodia que fue Dead Set?- quien se lleve el gato al agua esta temporada con una propuesta
rompedora, original y con mucha más profundidad de lo que aparenta a primera
vista. El sentido del humor también está presente, pero si en algo se parece Black Mirror a su anterior proyecto
repleto de zombies es esa crítica nada encubierta a la sociedad actual y a las
miserias del ser humano. También resulta chocante la forma de presentarla al
gran público, en tan solo tres episodios de una duración moderada –más o menos
entre 50 y 60 minutos- con muy poca relación entre sí y sin ningún hilo
argumental que los ligue. Es como si se trataran de una serie de cortos hechos
para televisión con una tenue temática común, la cual tendrá que ir dilucidando
el espectador. Conviene hacer un pequeño repaso a estas tres historias por
separado para ver su alcance tanto individual como en su conjunto.
El primer episodio es el mejor en mi opinión porque parece
el más real y se encuentra ambientado en la ciudad de Londres en lo que podría
ser la actualidad y donde el primer ministro va a enfrentarse a la decisión más
difícil de su vida: un psicópata ha secuestrado a la princesa de Inglaterra,
joven adolescente querida por el pueblo y amenaza con matarla a menos que el
primer ministro siga unas instrucciones muy precisas en un programa de
televisión en directo, que se pueden resumir en pocas palabras: tener sexo en
vivo con un cerdo. Tal cual. Y de ahí nos llevan a una delirante carrera contra
el tiempo para encontrar al secuestrador antes de que expire el plazo, mientras
se nos va mostrando el papel de los medios de comunicación, las redes sociales
y su influencia o la sociedad británica que presencia atónita lo que sucede. De
hecho, su final no es sólo impactante sino aleccionador.
El segundo episodio rompe con el primero de forma drástica y
evidente, llevándonos a una especie de sociedad futura que vive en interiores
rodeada por una gran tecnología audiovisual donde las personas se encuentran
prácticamente aisladas emocionalmente y se dedican a pedalear sin descanso en
unas bicicletas, lo que les permite ganar puntos con los que pueden comprar
comida o tener ciertos lujos virtuales. La mayor aspiración de todos ellos es
escapar de allí y eso sólo se consigue a través de un reality show a lo “Tienes
talento”. La crítica está servida en todo su esplendor y hermana esta fabula
con otras historias como las de La isla, Blade
Runner o 1984. De hecho, está muy bien pero es el menos interesante de los
tres.
La última entrega también nos deja entrever que se trata de
un futuro cercano por una simple idea: los seres humanos llevan incorporados un
chip que graba todo lo que ven y por medio de un mando de bolsillo pueden
rebobinar todo aquello que han visto en su vida, además de algunas aplicaciones
como hacer zoom, leer los labios o proyectar las imágenes en pantallas externas
como si fuera una conexión wifi. Algo
que sirve para que el espectador tenga un vistazo rápido de como algo así puede
influir en las decisiones más íntimas de la gente.
En su totalidad, Black
Mirror es todo un descubrimiento y digna de un estudio más profundo. Las
relaciones humanas –el amor, la desconfianza, los celos, la curiosidad o el
morbo- son analizados sin cuartel por unos guiones muy cuidados y plasmados en
la pantalla con una gran eficacia –el montaje del tercer capítulo es sublime,
con la gran cantidad de cosas que se nos cuentan revisionadas- que lo hacen divertido, entretenido y a veces muy
emocionante, como ocurre en la primera entrega –es imposible no preguntarse qué
va a ocurrir-. Se trata de una sociedad puesta al límite, pero que no se
diferencia mucho de la nuestra y ahí radica parte de su triunfo; porque siendo
en verdad descabellada, exagerada y paródica, no evita un punto de familiaridad
de lo más inquietante, sobre todo por el uso de la tecnología –abusivo-, de los
medios de comunicación o de las redes sociales.
Inclasificable y muy recomendable.





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