Actualmente, el escritor sudafricano se encuentra publicando sus memorias, empresa a la que lleva dedicándose más de diez años, con algunas novelas realizadas entre medio, aparte la consecución del Premio Nobel de Literatura en el año 2003.
A Coetzee también se le reconoce el haber sido el primer escritor en conseguir dos Premios Booker, el último de ellos en 1999 por Desgracia. La primera vez lo consiguió con su cuarta novela, publicada en 1983, que no es otra que la que se está reseñando en este post. Y es curioso como la sensación que transmiten estas dos obras, separadas la una de la otra por más de quince años, es prácticamente la misma: una sensación de pérdida, de desilusión ante las dificultades de la vida, de dureza interior. Si no fuera por la fluida prosa del autor, no sería posible acercarse a estas historias, ambas ambientadas en Sudáfrica y marcadas a fuego por el apartheid y las guerras que allí tuvieron lugar.
Michael K. es un personaje sencillo con el que Coetzee cuenta cosas complejas. Marcado desde su nacimiento por una deformidad física en su rostro –creo que la traducción es labio leporino-, no es ni muy inteligente, ni ambicioso, ni siquiera espabilado. De familia humilde, logra sobrevivir en Ciudad del Cabo como jardinero, tras una infancia de penurias en orfanatos y derivados. Su madre trabaja como criada para una familia de mejor posición y es la única persona con la que se relaciona, a la que visita diligentemente todos los fines de semana. En plena guerra civil su madre comienza a resentirse gravemente de su salud y su último deseo no es otro que volver al lugar de su origen en Prince Albert, una zona de granjas y de terreno desolado muy alejado de la ciudad.
Michael decide con toda determinación cumplir el último deseo de su madre antes de que esta fallezca y maniobrando con una carretilla casera –la pobre Anna ya no puede caminar, tan solo quejarse- intenta escapar de una ciudad sitiada por el desorden sin ningún tipo de permiso, salvoconducto ni plan de maniobra. Desde este momento se nos cuenta una enorme odisea tanto exterior y física –el viaje de ambos en las más lamentables condiciones- como interior e espiritual, con el lento cambio que se va produciendo en Michael, sobre todo cuando en un determinado momento tenga que enfrentarse a su destino completamente solo.
La tristeza de estas páginas es casi palpable, pero Coetzee lo cuenta como si fuese lo más normal del mundo, sin ningún tipo de alarde estilístico o giro de guión inesperado. Michael ansía vivir una vida en paz, libre en comunión con la naturaleza y en contraste con los demás seres humanos con los que se va encontrando. Algunos de ellos lo forzarán a entrar en diversos campos de refugiados, pero su espíritu es indomable y simplemente no está hecho para esas lides.
La mayor parte de la novela se nos narra desde el punto de vista del protagonista, de ahí que a veces en su simpleza se note cierta repetición o un ritmo pausado, que puede echar para atrás al lector incauto. En un momento dado hay un cambio en la historia y comenzamos una parte nueva de la novela en el momento justo en que la paciencia lectora llegaba a su límite. Es entonces cuando se nos ofrece un punto de vista diferente y externo a Michael K. que nos lo describe desde una perspectiva nueva: la de un médico que intenta salvarle la vida en uno de los campos de refugiados a los que va a parar.
Por supuesto que Coetzee nos tiene todavía algo guardado en una tercera parte en la que vuelve al estilo de sus comienzos, como si no quisiera que sus lectores se fueran de manera diferente a la que llegaron. Y es que nos encontramos ante una historia demoledora, de gran tristeza y crudeza, con un personaje cuya vida desgraciada transcurre sin remedio y sin esperanza de cambio; una loa a la libertad muy personal, a la comunión del hombre con la naturaleza y con su propia individualidad, en contraposición de las pobladas ciudades y de los grupos armados que se hacen la guerra los unos a los otros o aquellos que obligan a los refugiados, a los pobres y a los indeseables a trabajar y producir en contra de su voluntad.
Es una novela interesante y profunda, de las que vale la pena degustar con tranquilidad en reflexión. No está hecha para todos los paladares y por eso aquellos que gusten de historias más entretenidas e intrascendentes, no encontrarán en Coetzee a un autor de cabecera. Pero los que se atrevan encontrarán mucha emoción en sus páginas.

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