viernes, 3 de febrero de 2012

Moneyball: Rompiendo las reglas, de Bennett Miller

Una película con seis nominaciones a los Oscars que probablemente no rasque ninguno y que aquí en nuestro país todavía sorprenderá su presencia entre lo mejor del año, si descontamos la más que correcta interpretación de Brad Pitt (Benjamin Button, Malditos bastardos) que sigue sumando méritos a su carrera.

El director ya sabe lo que es estar en la ceremonia de Los Ángeles, ya que en 2005 llamó mucho la atención con Truman Capote, gracias sobre todo a la interpretación de Philip Seymour Hoffman, que también tiene aquí un papel secundario de entrenador, más importante de lo que parece a simple vista. Como ya ocurriera en aquella, la dirección de Miller es académica, correcta pero anodina, cediendo todo el protagonismo a su estrella, un Brad Pitt que se esfuerza por resultar creíble, dando vida a Billy Beane, un antiguo profesional del mundo del beisbol que no consiguió triunfar y que ahora es el manager de uno de los equipos más modestos de la costa oeste: los Atléticos de Oakland, cuyo presupuesto palidece en comparación con el de sus competidores, por lo que siempre acaba en los últimos puestos de la clasificación.

La parte interesante de esta película se encuentra en el guión de Steven Zaillian –que cuela otra historia en los Oscars junto con Millennium- y el gran Aaron Sorkin, que ganó la estatuilla el año pasado por La red social y es el creador de grandes hitos televisivos como El ala oeste de la Casa Blanca. Juntos adaptan un libro de parecido título que cuenta una historia que aconteció a principios de siglo en la liga de beisbol norteamericana: Beane, harto de la injusticia del deporte que ama y del que vive, decide de una forma revolucionaria confiar la confección del equipo a las estadísticas y los procesos de ordenadores que le facilitan su nuevo ayudante, al que interpreta Jonah Hill, un graduado en economía en Yale.

La película goza de un ritmo muy interesante donde se nota la mano de su guionista: Moneyball podría haber sido una miniserie para televisión perfecta por sus características, ya que prefiere centrarse en los interiores de los despachos y en la gestión del equipo por parte de Beane que en las jugadas en el campo, de las que apenas vemos nada de metraje. Por esto resulta una historia diferente del deporte por excelencia norteamericano, pero que al mismo tiempo es extrapolable a cualquier otro, nuestro futbol por ejemplo, crítica al mismo tiempo de la injusticia que suponen los grandes presupuestos. Del inicial desprecio de sus compañeros de trabajo, la desobediencia de su entrenador, la incredulidad de los aficionados o los insultos de la prensa especializada a la más genuina sorpresa y a la consecución de un récord espectacular en la historia del deporte. Pero las cosas no son lo que parecen y aquellos visionarios que pretenden cambiar el mundo a su alrededor suelen tener en común varias cosas: en primer lugar se les toma como lunáticos y en segundo pocas veces son ellos los destinados a triunfar, sino aquellos que se apoyan en sus hombros –me refiero por supuesto al campeonato ganado por los Red Sox en 2004.

La historia es buena y Pitt cumple de sobra como baluarte de la misma, contándonos su historia profesional y personal en paralelo, describiendo a su personaje con detalle. Me pone un poco nervioso que siempre ande con un vaso a cuestas, ya sea para beber o para escupir, pero supongo que se trata de una apreciación personal. Se cuenta algo interesante, revolucionario, pero la dirección de Miller no acaba de contárnoslo como tal, sino como algo muy normal y eso le perjudica. Podría pasar desapercibida si no fuera por Pitt y sin duda hubiese quedado mucho mejor como drama televisivo, porque vale mucho la pena para aquellos que gusten de gestas deportivas.

Tuvo cuatro candidaturas a los Globos de Oro y seis a los Oscars, donde destacan Mejor Película, Actor principal y Secundario y Mejor Guión Adaptado, donde podría rascar algo.

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