lunes, 10 de marzo de 2014

El corazón del guerrero, de Daniel Monzón



Debut en 1999 del director mallorquín, que abandonaba así su profesión de crítico cinematográfico. Sorprende esta película por lo arriesgado de su planteamiento, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de una ópera prima y que él mismo era el autor del guión –en 1994 Monzón coguionizó una película del director Gerardo Herrero, que ahora ejercía de productor-.

En esta ocasión, Monzón nos traslada a un mundo de fantasía inspirado en el universo de espada y brujería inventado por Robert E. Howard (Las aventuras de Solomon Kane) donde reside Conan el bárbaro. A la aventura y acción normales que tienen lugar en estos decorados tan familiares para el aficionado al género, hay que añadir un poco de sentido del humor. El hábil guerrero y su inseparable compañera están interpretados por Joel Joan y Neus Asensi.

Tras este primer acercamiento a los protagonistas, Monzón rompe la narración y nos traslada al mundo real, en tiempo presente y nos introduce a un joven Fernando Ramallo, Ramón Belda, que sueña que es el guerrero Beldar. A partir de aquí el director salta de un mundo a otro jugando a despistar al espectador y tendiendo puentes entre una y otra historia: Beldar ha sido hechizado y desterrado a un universo paralelo, encerrado en el cuerpo de un joven adolescente y al tiempo Ramón está obsesionado con unos sueños que le asaltan cada noche, provocados por su pasión por los juegos de rol en vivo, donde precisamente elige siempre como personaje a Beldar. El mundo de fantasía del guerrero de metamorfosea con la ciudad de Madrid y son varios los actores que interpretan papeles a cada lado del espejo: Neus Asensi es la escultural guerrera que se pasa la mayoría del metraje semidesnuda y al tiempo una prostituta que trabaja en la Casa de Campo; Santiago Segura (Balada triste de trompeta) es un excéntrico mago y un todavía más extraño vidente en la realidad de la televisión y aparecen también por ahí Adrià Collado, Vicky Peña o Javier Aller.


Los momentos de humor surrealista son abundantes –no me extraña que en su siguiente trabajo, El robo más grande jamás contado (2002), Monzón optará directamente por el género de la comedia-, pero los puntos fuertes de esta película se encuentran en los paralelismos entre ambos universos que se van trazando, sobre todo con la maniobra política que se va introduciendo poco a poco en el mundo real. Destaca sobre todo esto la secuencia que tiene lugar a las puertas del Congreso de los Diputados, que en el mundo de fantasía supone un enfrentamiento entre dos enormes leones y los protagonistas, forzando los efectos especiales al límite.


En su conjunto, la película queda un poco larga y como inconclusa, en cuanto que no se aclara qué es en realidad lo que hemos estado viendo, ¿un cruce entre dimensiones o los delirios de una mente enferma? El metraje es excesivo, más de dos horas de correrías por la ciudad de Madrid, sus subterráneos, algunos de sus edificios más conocidos y ese mundo de espada y brujería. Aunque en los principales festivales de género fantástico consiguió buenas críticas y algún que otro premio importante, su repercusión fue pequeña y es que quizás el mayor fallo de la película es cierta confusión a la hora de marcar un género concreto: al principio parece una de aventuras y en no pocas ocasiones recuerda a otras películas como La historia interminable –sobre todo la segunda parte-; hasta que comienzan a aparecer desnudos gratuitos, conspiraciones políticas y un sentido del humor demasiado exagerado. Confusión que se traslada al espectador, incapaz de discernir si está ante una película para jóvenes o adultos, para amantes de la fantasía y la acción o aquellos que buscan historias más enrevesadas y diferentes.


Con los años Monzón ha mejorado muchísimo: en 2006 estrena el estupendo thriller La caja Kovak y en 2009 su mayor éxito hasta la fecha: Celda 211, que ganó ocho Goyas.

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