Los trece primeros episodios de esta serie se han movido en
un terreno conocido para el espectador, donde prima el misterio y los
constantes giros de guión, aderezado con las dosis justas de terror y acción -las primeras impresiones, justo aquí-.
Lo mejor sin duda es la ambientación y el lugar donde
ocurren los hechos, un complejo ultramoderno repleto de laboratorios donde se
estudian los virus más peligrosos el mundo, aislado en el Ártico. Tanto su
interior como sus alrededores son la excusa perfecta para continuas sorpresas,
en forma de habitaciones secretas o de dudosa función. También habría que
destacar la habilidad de los guionistas
para ofrecer capítulos muy entretenidos, a la vez que van desarrollándose las
principales tramas, que no deja de ser la lucha de un equipo del Centro de
Control de Enfermedades contra un nuevo y mortífero virus que se comporta de
una forma totalmente nueva. Por si esto no fuera suficiente, los científicos
liderados por el doctor Farragut tendrán también que lidiar con el máximo
responsable de la instalación, el doctor Hiroshi Hatake, con una agenda
personal propia que a veces lo convierte en aliado y otras veces en enemigo; y
contra una de esas corporaciones todopoderosas llamada Ilaria, que tanto gustan
a los norteamericanos y que han ido copando los papeles de villanos los últimos
años en la televisión y el cine.
De entre todo el reparto habría que destacar al japonés
Hiroyuki Sanada como el más carismático, ya que Billy Campbell (The Killing) se me hace mucho más soso.
Dejando de lado a las guapas doctoras, también tenemos al jefe de seguridad del
laboratorio, hijo adoptivo de Hatake y a un mercenario renegado que se ve
envuelto a su vez en una trama de secuestro de jóvenes niños que viven en
aldeas cercanas al laboratorio.
La ciencia-ficción está muy presente tanto en el
comportamiento de los infectados y en su evolución cada vez más coordinada como
en la naturaleza de algunos de los personajes con los que van encontrándose los
protagonistas y que presentan desde un factor de curación sobrenatural a una
prolongación de la vida que roza la inmortalidad. Aun así hay que reconocer que
pese a lo interesante de la propuesta, esta carece de profundidad y mucho de lo
que ocurre no tiene ninguna otra razón que dar paso a la siguiente escena, de
modo que algunas elipsis son enormes, sobre todo porque cada episodio es un día
en el laboratorio. Es un recurso muy común en las series procedimentales que
aquí se ha adoptado para darle más ritmo a lo que se está contando, algo que
funciona porque hay que reconocer que es una de las series cuyos episodios más
rápido transcurren, de lo entretenidos que resultan. El precio a pagar es que a
veces todo ocurre un poco porque sí y sin mucho sentido.
La renovación de Helix
ha sido todo un golpe de suerte para Ronald D. Moore, pero en calidad se
encuentra muy lejos de su Battlestar Galactica. En otra cadena que no fuera Syfy
no lo habría conseguido, sobre todo tras su decepcionante último episodio. Las
respuestas son prácticamente nulas porque en el fondo no hay una historia
detrás más allá de la continua sorpresa y los giros de guión sin mucho sentido,
de modo que es imposible ofrecer una explicación convincente al comportamiento
de la mayoría de personajes. Por otro lado, había leído en algún lado que Moore
iba a apostar por una estructura tipo American
Horror Story, con temporadas independientes entre sí aunque conectadas en
algunos puntos, tal y como HBO ha
hecho con True Detective. Pero el final
de la primera temporada de Helix lo
desmiente con rotundidad y tal y como ha resultado me costará mucho volver el
año que viene a ver su continuación.
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