Tras el visionado de los primeros episodios de la serie, mis impresiones sobre la misma iban en
la dirección de la mayoría: una gran expectativa creada gracias al ritmo, al
buen hacer de los actores y sobre todo a la soberbia producción, centrada en
crear un ambiente muy trabajado y personal, triste y realista con un punto
sobrecogedor.
La forma es que se elegía contar la historia también me
pareció adecuada, por diferente, de modo que se establecía cierta distancia con
otros policiales narrados en televisión. En un periodo temporal de algo menos
de veinte años, son dos detectives que fueron compañeros tiempo atrás los que
son entrevistados a su vez por otra pareja de policías, que buscan una serie de
conexiones alrededor de un asesino en serie al que ambos atraparon. O al menos
eso es lo que parece. Porque intercalados con las pesquisas detectivescas no
solo se nos cuentan algunas de las etapas personales por las que atraviesan los
dos protagonistas y como ambos interactúan, si no que se va dejando caer aquí y
allá, con un diálogo suelto o una imagen aparentemente sin importancia, una
subtrama que hace que una vez travesado su ecuador la serie se convierta en
otra cosa bien diferente.
Resulta curioso como con cada nuevo proyecto, los críticos y
aficionados buscan la nueva serie que encumbre a la HBO de nuevo; aquella que sea capaz de desbancar a la santísima
trinidad que representan Los Soprano,
The Wire y Deadwood. Descartada la frialdad de Boardwalk Empire, pese a su soberbio diseño de producción y su
destacable reparto; y con Juego de tronos convertida en un fenómeno de masas, pero todavía lejos de la
excelencia de las series antes mencionadas, con su temática de fantasía de
corte medieval como principal hándicap, nos queda True Detective como el gran aspirante al podio y aunque todavía es
muy pronto –su prueba de fuego será el año que viene, cuando vuelva con su
segunda temporada y se desvele cómo se las van a arreglar para continuarla
manteniendo el nivel- todo apunta a que presentará más de un dilema a los
aficionados a la cadena de cable norteamericana.
Centrados en esta temporada protagonizada por Woody
Harrelson y un soberbio Mathew McConaughey, con una fiel escudera como Michelle
Monaghan y una nueva promesa cinematográfica como la exuberante Alexandra
Daddario, el caso policial va desarrollándose sin prisa y de manera lógica
hasta su quinto episodio, donde el guión se complica de una manera de lo más
interesante. Dejando de lado el alarde técnico y formal del director
californiano Cary Fukunaga que podemos disfrutar en los momentos finales del
cuarto capítulo, con un plano secuencia que se va a más de cinco o seis
minutos, mezclando interiores y exteriores y que tanto dio que hablar en las
redes sociales; es en el quinto donde encontramos el punto de inflexión, con la
aparente resolución del misterio y sobre todo gracias a todas esas referencias
veladas que habían pasado desapercibidas hasta ese momento, a través de dos
conceptos: la Carcosa de la que
hablaba Ambrose Bierce en sus macabros cuentos de terror y El Rey Amarillo, heredado de la prosa de Ambrose W. Chambers, otro
escritor norteamericano del mismo pelo que Bierce, antecesores ambos de Lovecraft y que proveen al espectador
de un nuevo enfoque a la hora de analizar lo que se está contando.
En sus últimos episodios se produce el reencuentro de los
dos detectives, que no acabaron precisamente bien, mientras se van despejando
todas las dudas planteadas alrededor de su relación. Resulta curioso como True Detective ha destacado en las redes
sociales, convirtiéndose en un fenómeno especulativo que recuerda mucho a los
mejores momentos de Perdidos, desde
el punto de vista del fan analítico que produce teoría tras teoría, buscando
las respuestas a qué cojones es Carcosa y quién demonios es El Rey Amarillo. Inevitablemente eso nos lleva al final de la
temporada y a la cascada de comentarios a favor y en contra de su resolución y
es que cuando uno se fija demasiado en un aspecto secundario de la trama, acaba
decepcionado con la conclusión. Personalmente creo que es un final
acertadísimo, emocionante y repleto de tensión, con un guiño especial que tiene
lugar en el momento en que el ex detective sufre su enésima visión. El sentido
epílogo me parece el broche de oro a una serie que se ha aupado con suma
facilidad a lo mejor del año, con el atisbo de esperanza en los ojos del
personaje más nihilista de toda la serie.
Me gusta el diálogo consciente y metaliterario alrededor de
que todo es una gran historia y me reconforta en cierta medida, tras tanta
crueldad y pesimismo mostrado en pantalla –la fotografía y los colores son
soberbios-. Y tiene sentido que nos equivocáramos desviando nuestra atención en
conceptos sacados de la literatura de terror norteamericana del XIX, cuando dio
su giro más pronunciado hacia el horror cósmico y la locura, carente de todo
sentido y explicación. True Detective
es un policiaco que juega con la estructura narrativa, que se sustenta en sus
creíbles actuaciones y en su ambientación opresiva y sobrecogedora, pero que no
avanza a base de golpes de efecto basados en las pesquisas detectivescas o en
las grandes revelaciones, sino en el efecto que producen en los protagonistas y
cómo estos luchan día a día, a través de los años, contra el mal que anida
tanto en su interior como en el exterior, en los extensos y peligrosos pantanos
de Luisiana, cuajados de seres extraños y creencias antiguas.
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