Tras los éxitos de crítica y público y gracias a la
repercusión que siempre traen consigo las nominaciones a los Oscars, obtenidas
con sus dos anteriores trabajos El luchador (2008) y Cisne negro (2010),
Aronofsky vuelve a un cine más personal en la línea filosófica y metafísica que
logró en La fuente de la vida (2006),
su película más inclasificable. Junto a su guionista de confianza Ari Handel,
el director plantea una revisión del mito bíblico de Noé, el Arca y el Diluvio,
pero teniendo muy presente que The
Fountain fue una película incomprendida que pese a su enorme historia de
amor no llegó a recaudar lo suficiente, poniendo la carrera del director en un
brete profesional.
También en este caso Aronofsky desarrolló un cómic previo a
convencer a la Paramount para desembolsar
los 125 millones de dólares de presupuesto, ya que la historia viene envuelta
en un espectáculo visual apabullante repleto de efectos especiales donde tienen
cabida momentos oníricos que transcurren en los sueños del protagonista; la
ingente cantidad de animales que deben pasar a ocupar su sitio en el Arca; criaturas
de fantasía o el tan comentado fin del mundo a través del agua. En una película donde no sobran los diálogos y
el aspecto visual es tan importante, la música de Clint Mansell brilla con luz
propia en los momentos en que toma el protagonismo y debe hacerlo por encima
del reparto, que está muy correcto en todos sus roles, destacando sobre todos
ellos Russel Crowe (LA Confidential, El dilema, Robin Hood, Red de mentiras, El tren de las 3:10 American Gangster), en una de sus
grandes interpretaciones tras varios papeles donde ha hecho de villano o
secundario, como Los Miserables o El hombre de acero. Como su esposa
repite con el director Jennifer Connelly, con la que ya trabajó Crowe en la
exitosa Una mente maravillosa (2001)
y entre sus hijos destaca sin duda Emma Watson, en un papel muy intenso que nos
hace olvidar su Hermione de la saga Harry Potter.
En papeles secundarios, pero con cierta importancia, nos
encontramos con enormes actores de la talla de Anthony Hopkins (Beowulf, Thor) o Ray Winstone (13, La invención de Hugo), sin dejar de lado las voces de Frank Langella, Nick
Nolte o Kevin Durant, que prestan a las criaturas de piedra, los ángeles caídos
llamados Los Vigilantes o Gigantes, que asisten a Noé en su tarea y que
protagonizan varias escenas de acción espectaculares.
Aronofsky consigue fusionar varios elementos, añadiendo
matices a la historia bíblica y logrando que una película de dos horas y media
no se haga pesada en ningún momento, si bien es verdad que los comienzos en ese
desierto desolado en que se ha convertido el mundo, seguido por la construcción
y defensa del Arca, hacen que una vez ha ocurrido el diluvio lo que se nos
cuenta pierda un poco de interés y tensión. Las dudas y la culpa de Noé están
muy logradas, pero toda la trama del hijo resentido y el polizón en la nave está cogida por los
pelos y añade más bien poco.
La polémica tampoco ha abandonado al director en esta
ocasión. La Paramount no estaba
contenta con el montaje final, así que hizo algunas pruebas con un metraje
alternativo que tampoco funcionaron lo más mínimo, por lo que al final se optó
por estrenar la visión de Aronofsky. Por otro lado, en Estados Unidos ha tenido
ciertos problemas con asociaciones religiosas que no han aceptado muchas de las
explicaciones dadas en la película y en algunos países del extranjero ha sido
directamente prohibida, por jugar con la historia de uno de los Patriarcas más
importantes de los principales libros sagrados de las religiosas monoteístas.
Al final, Noé es
una película que entretiene lo suyo, potente en lo visual y que supone un nuevo
giro en la carrera de Aronofsky en cuanto que ha sabido conjugar mejor sus
inquietudes más personales con un cine más comercial. Eso no quiere decir que
estemos ante su mejor película, The Fountain
me sigue fascinando como ninguna, pero en estos días que corren el éxito en
taquilla es necesario para poder seguir desarrollando proyectos más arriesgados
y poco convencionales. De ahí el giro hacia la épica mostrada por Peter Jackson
en El Señor de las Anillos y la
acción que en muchos momentos se convierte en protagonista. A cambio, Aronofsky
nos muestra una serie de secuencias oníricas y plantea varias cuestiones, por
ejemplo alrededor del mensaje ecológico y el peligro de la industrialización y
desnaturalización del ser humano; del héroe cargado con una responsabilidad
brutal o las dudas a las que tiene que hacer frente un elegido divino, que se
hace patente en esa última conversación del personaje de Crowe con su hija
adoptiva: ¿el Creador unge a su Elegido porque éste llevará a cabo su voluntad
sin dudar lo más mínimo o porque llegado el momento tomará la decisión correcta?
Respuesta que queda pendiente para el apabullado espectador.
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