sábado, 19 de abril de 2014

The Amazing Spider-Man 2. El poder de Electro, de Marc Webb



Uno de los grandes problemas que tiene el cine de superhéroes es el marcado tono episódico de sus secuelas. Si bien es cierto que en la primera película la mayoría del metraje se va en presentar a los personajes y en narrar el origen y motivaciones del héroe, es en las sucesivas entregas donde, liberados de dicho corsé, pueden brillar los guionistas y el director. Pero se corre el riesgo de que la evolución del héroe no sea manifiesta, sino que se trate de una aventura intercambiable por cualquiera de sus compañeras de género. El Batman de Nolan o el Spider-Man de Sam Raimi intentaban reflejar que se trataba de una historia río y las películas producidas por Marvel Studios han encontrado un filón en el universo compartido que van construyendo poco a poco. En ese sentido, Sony no ha conseguido igualar a su competencia y si bien es cierto que esta secuela supera en entretenimiento y espectacularidad a su predecesora –The Amazing Spider-Man se estrenó en julio de hace dos años- no soluciona los problemas en la historia, quedando como una aventura más del personaje que si no llega a ser por el valiente desenlace hubiese quedado como anodina.

En su llamada Fase 2, Marvel Studios ha intentado desligar sus secuelas lo máximo posible de sus predecesoras. Iron Man 3 se decantaba por la comedia sin ningún pudor, Thor El Mundo Oscuro por la ciencia-ficción y la segunda parte del Capitán América tiene más que ver con Los Vengadores que con la aventura intrascendente ambientada en la II Guerra Mundial que fue su debut en la gran pantalla. La secuela del trepamuros comienza igual que la primera parte, potenciando la intrascendente trama de los padres de Peter, con un prólogo innecesario y demasiado largo. SI a eso le añadimos la subtrama de Harry Osborn y su inminente muerte, los devaneos de Peter con Gwen, que es lo mismo que ya nos contaron con Mary Jane pero narrado de forma más acertada; y el necesario espacio para el desarrollo del villano, todo queda demasiado deslavazado, sin apenas conexiones entre ellos y no son pocos los momentos donde lo que se ve en pantalla ocurre porque sí, sin una mayor explicación. También sobran varias escenas, como la de los aviones en el aeropuerto o el juego de Gwen al ser descubierta en OsCorp.

Webb mejora mucho en su narrativa a la hora de mostrar a Spider-Man en todo su potencial y todo queda claro en pantalla, con varias secuencias espectaculares. Por primera vez vemos al Spider-Man cachondo y bocazas, fuerte y ágil como pocos. A veces, cuando el CGI toma el protagonismo absoluto, se notan un poco las costuras pero es el menor de los problemas. Las cámaras lentas no están mal escogidas y hay algún que otro plano de lo más interesante. Andrew Gardfield (La red social, Nunca me abandones) mejora mucho en su interpretación de Peter Parker y de Spider-Man, está más musculado pero al mismo tiempo conserva esa delgadez que le hace idóneo para el papel. Lo mejor de toda la película es de nuevo la interacción con Emma Stone (Gangster Squad, Bienvenidos a Zombieland, Los fantasmas de mis ex novias), genial como Gwen Stacy, trasladando a la gran pantalla toda la química que ambos tiene en su vida real. El director de (500) días juntos se aprovecha de esto al máximo y se nota que es cuando más cómodo se encuentra. Sally Field (Lincoln) también nos regala un par de momentos de lo más emotivos y el resto ya cae directamente en la aparición de los villanos, que como viene siendo habitual, a excepción de Spider-Man 3, van apareciendo por turnos. Jamie Foxx (Django desencadenado, El solista, Cómo acabar con tu jefe) ocupa la mayoría del metraje y su Electro consigue en varios momentos representar una auténtica amenaza para el héroe, en contra de su alter ego, Max Dillon, algo enajenado. Dane Dehaan también cumple como Harry Osborn –su padre hace una breve aparición, encarnado por Chris Cooper (The Company Men, The Town)- y Paul Giamatti (12 años de esclavitud, John Adams, Al encuentro de Mr. Banks, Templario, Cosmopolis, Los idus de Marzo) se divierte como nadie, quedando su Rino como un chiste más de la película, que ha visto su sentido del humor algo depurado y mejor ejecutado que en la primera parte. En el diseño de los villanos también tienen mucho que mejorar, como ya pasaba con el Lagarto: Electro es igual al Dr. Manhattan de Watchmen y el Duende Verde y el Rino son ridículos a más no poder. La inclusión del enemigo acérrimo del trepamuros es todo un error y se narra de forma demasiado apresurada, metido todo con calzador. Si no llega a ser por el valiente final, hubiera sido todo un chasco. Al menos, la vuelta al traje clásico del lanzarredes se puede considerar todo un acierto.

Los aficionados de toda la vida tendrán su dosis de elementos escondidos para saciar su apetito, con nombres como los de Smythe, Jameson, una tal Felicia o el instituto Ravencroft, si bien Kafka ha cambiado de sexo. También aparecen por ahí los brazos mecánicos del doctor Octopus o las alas del Buitre. La típica escena post créditos es del todo incomprensible y está muy mal montada, por razones que desconozco. De igual manera, me ha sorprendido la estruendosa banda sonora de Hans Zimmer, muy poco épica y nada acertada.

Webb mejora algo con esta segunda parte, sobre todo en las escenas de acción y la dirección de actores la tiene dominada. En el guión hay demasiadas manos y son muchas las cosas que se quieren contar, por lo que acaba todo mezclándose un poco en la mente del espectador, que no acaba de identificarse con nada más allá de la relación entre Peter y Gwen –había unas escenas rodadas para el debut de Mary Jane, pero al final se han quedado en la sala de montaje-. El Spider-Man seguro de sí mismo es muy agradable, resulta simpático y carismático y se agradece que una buena parte de las escenas tengan lugar a la luz del día, alejándose de la oscuridad que había en la primera, demasiado influenciada por el Batman de Nolan. Aún así todavía le queda trabajo al director para encontrar su camino y mostrarnos su verdadero Spider-Man y no un pastiche de cosas que ya hemos visto con anterioridad. 

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