A finales del siglo XIX,
alrededor del 1880, la ley no había llegado a la totalidad de las fronteras de
los Estados Unidos, que en determinadas zonas sobrevivía gracias al empeño y
determinación de unos pocos hombres, dispuestos a todo para conservar lo más
parecido a una civilización. El pueblo de Warlock, en la frontera con México,
vive gracias a las minas de plata que abundan en sus cercanías y aunque posee
un par de salones, un hotel, una casa de placer o un almacén, tanto la cárcel
como el juez son más cargos simbólicos que reales, ya que ni siquiera hay
sheriff, sino un ayudante del mismo y para que las decisiones del juez tengan
algún tipo de significado, éstas deben de estar previamente aceptadas por las
partes que se sometan a su juicio.
La ley brilla por su ausencia,
siendo el pueblo pasto de los cuatreros, buscavidas, juerguistas, pistoleros y
mineros resentidos que en él quieren cebarse. Ya son varios los ayudantes que
han sido asesinados o expulsados de Warlock, casi siempre frente a McQuown y su
banda, ladrones de ganado, salteadores de caminos y auténticos dueños del
territorio. Hasta que una serie de hombres del lugar deciden crear un Comité de
Ciudadanos que gobierne en la ciudad y cuya primera acción no es otra que
contratar a Clay Blaisedell con el papel de Comisario, para que cumpla tanto la
ley como sus órdenes directas. La fama precede al famoso pistolero, cuyas
proezas con el revólver se ven aumentadas por el hecho de portar dos Colt
Frontier de empuñadura dorada, obsequio de un conocido periodista.
Considerada la mejor novela de
Oakley Hall, resultó finalista al Pulitzer en el año de su publicación, 1958,
siendo adaptada al cine un año después con el mismo nombre, aunque en España la
conocimos con el título de El hombre de
las pistolas de oro. Hall, que murió en 2008, fue profesor en California
donde, entre otros, tuvo como alumno a Michael Chabon (Chicos prodigiosos, El sindicato de policía Yiddish, La solución final,
Maps & Legends, Gentlemen of the Road), ganador del Pulitzer a su vez y
en su carrera literaria estuvo considerado como uno de los mejores escritores
que reflejaron esa época que originó el único género cinematográfico típico de
Estados Unidos: el western. Aunque escribió más de veinte novelas, entre su
producción destaca la trilogía del Oeste, cuya primera entrega es este Warlock que ahora nos ocupa y que le
llevó treinta años de su vida completar. Ha sido gracias a Círculo de Lectores y a su colección Galaxia Gutenberg que hemos podido ver en nuestro país
fantásticamente editado la primera y segunda entrega de esta saga (Bad Lands).
Es imposible leer esta novela y
no acordarse de Tombstone y el famoso duelo del OK Corral y de históricos
personajes como Wyatt Earp y su fiel amigo Doc Holliday, ya que Hall retiene
esta historia en la memoria y la utiliza para contar la suya propia. Pero hay
que tener cuidado si se piensa en la romántica visión que el director Lawrence
Kasdan, con la inestimable ayuda de Kevin Costner, llevó a la gran pantalla en
1994. Porque los personajes de Hall son mucho más humanos, más complejos y
contradictorios y su tono es más realista, aunque tengamos duelos al sol,
asaltos a diligencias, motines, pelotones de linchamiento e incluso cargas de
la Caballería. Porque otra característica de la estupenda novela de Hall es su
extensión: más de ochocientas páginas de puro entretenimiento, donde no solo
quedan reflejados algunos de los clichés más conocidos del western, sino que se
convierte en un minucioso y apasionante estudio de la condición humana.
Porque con la aparición de
Blaisedell no solo se recrudecen los enfrentamientos; además llegan también su
inseparable amigo Tom Morgan, jugador profesional y siguiéndoles a ambos una
guapa ex prostituta en busca de venganza; también regresa al pueblo John Gannon,
un antiguo cuatrero con graves problemas de conciencia que busca una redención
personal que cree nunca podrá alcanzar. Y todo esto aderezado con las violentas
huelgas de los mineros que amenazan con destrozar la mina o los intentos de los
prohombres de Warlock por conseguir los recursos necesarios para lograr la
gobernabilidad de su ciudad.
Por la pluma de Hall van
desfilando una serie de pintorescos personajes de todo tipo y condición:
peones, prostitutas, forajidos, pistoleros, el enamoradizo médico, el alcohólico
juez Holloway, los comerciantes. Aunque siempre elige la tercera persona
omnisciente para narrar, a veces cambia de punto de vista y echa mano de las
declaraciones de los testigos en primera persona o del diario personal de
Goodpasture, dueño de una de las tiendas del lugar. Hall otorga al tullido
juez, aunque pase más tiempo borracho que sereno, un curioso papel de
conciencia colectiva de lo que está bien y mal, lo que sirve para mostrar el
verdadero significado de la ley y de los hombres llamados a cumplirla,
afectando directamente a los dos grandes personajes del relato, Blaisedell y
Gannon, ambos con un estricto código de honor, el primero condenado por su
audacia y velocidad a la hora de desenfundar y el segundo por un hecho pasado
que lo tortura hasta la náusea.
Ambos deberán buscar su lugar en
la nueva Warlock, mientras se preguntan cuán rápido puede ser un hombre y
cuándo está justificado que mate, aunque sea en nombre de la ley autoimpuesta
de un Comité de Ciudadanos; si es posible al amor en una tierra yerma como la
que pisan o hasta qué punto puede ponerse a prueba una amistad.
Fotograma de la película |
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