martes, 13 de mayo de 2014

La mujer de negro, en el teatro Fernán Gómez de Madrid



Emilio Gutiérrez Caba (Gran Reserva, 23-F) repite por tercera vez en el papel del notario Arthur Kipps, que perseguido por una experiencia traumática de su pasado contrata los servicios de un actor para que le ayude a contar su historia, en un intento desesperado de exorcizar sus demonios internos.

Esta obra por la que el actor y en este caso también director siente tanto afecto, viene adaptada por Stephen Mallatratt para el West End londinense donde lleva representándose veinticinco años –es la segunda obra que más tiempo lleva tras La ratonera-. Resulta curioso que esta historia de terror, que ha sido adaptada también a la gran pantalla en dos ocasiones, la última de ellas el año pasado, con un marcado regusto gótico y clásico que hace imposible no acordarse de otras historias como Otra vuelta de tuerca, de Henry James, fue escrita en 1987 por Susan Hill. Esos inicios epistolares recuerdan tanto al comienzo del viaje de otros personajes de ficción, como el Jonathan Harker del irlandés Bram Stoker.

Normalmente me decanto por la comedia, el drama o el musical a la hora de ir al teatro, de ahí la curiosidad que sentía por la representación de esta obra. En primer lugar hay que decir que tan solo cuenta con dos actores en escena, Gutiérrez Caba e Ivan Massagué, al que no veía desde su extraño personaje de Burbuja en El barco. Se trata de una de esas obras donde el escenario es siempre el mismo y los actores se ven obligados a sacarle mucho partido al escaso atrezzo, de modo que los efectos de sonido y de iluminación se convierten en imprescindibles a la hora de crear el ambiente que la historia demanda. En ese aspecto el espectador no pasará mucho miedo, pero sí que hay algún que otro momento inquietante y hasta un gran susto o dos a los largo de las casi dos horas que dura la representación.

Ambos actores deben representar varios papeles, en especial Gutiérrez Caba, pero se compenetran bien y llevan a cabo un interesante juego metateatral: Massagué da vida a un actor de teatro que se convierte en Arthur Kipps para ayudarle con su historia. No faltan los momentos de comedia, sobre todo con la interacción del perro Spider y en su conjunto resulta una experiencia entretenida y más que curiosa, siendo como es en su origen una historia de apariciones y fantasmas, perteneciente al género del terror gótico.

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