El autor solía
agrupar sus novelas de manera informal según un tema central que compartiesen,
por ejemplo el mar, donde encuadró hasta cuatro títulos escritos a lo largo de
tres décadas. El primero de todos ellos, Las
inquietudes de Shanti Andía, se publicó en 1911, once años después de su
debut literario y apenas dos tras la salida de Zalacaín el aventurero (1909), una de mis historias favoritas de
Baroja y con la que comparte ciertos rasgos, como las descripciones realistas
de los entornos naturales en los que se mueven los protagonistas, en especial
las tierras vascas que tan bien conocía.
Si quisiéramos
considerar esta novela como de aventuras no andaríamos desencaminados, pero con
matices. El protagonista y narrador, Shanti Andía, es un marinero vasco, nacido
en Lúzaro, en Vizcaya, que comparte sus memorias con nosotros de manera precisa
y ordenada, desde su infancia en su tierra natal, con una enorme influencia de
la familia y las tradiciones, salpicada con alguna que otra primera aventura
marítima; su paso por la Escuela Naval de Cádiz y sus primeros encargos en
diferentes navíos y su vuelta a Lúzaro, donde encontrará el amor y desentrañará
una serie de secretos familiares que le han perseguido toda su vida.
Aunque hay
varios lances marineros muy emocionantes, la novela no es comparable a ese tipo
de literatura marítima que realizaban autores como Patrick O´Brian o Alejandro
Paterman (La cacería), donde la
mayoría de la acción transcurre a bordo de un buque y por ejemplo el dominio de
los términos náuticos se hace imprescindible para sacarle todo el jugo a la
historia. Baroja opta por un lenguaje más sencillo y directo y aunque domina la
técnica no abusa de ella, en parte por el particular carácter de su
protagonista, un melancólico personaje que pese a ser marino se pasa la mayoría
de las páginas en tierra. De hecho, se traza un curioso paralelismo entre un
pariente suyo, Juan de Aguirre y él mismo ya que su apacible existencia no
tiene nada que ver con la aventurera vida que ha llevado el marinero, la cual
está repleta de misterios. A lo largo de su vida, Shanti irá descubriendo a
través de diferentes medios –cartas, rumores, relatos en primera persona de
testigos directos- las hazañas llevadas a cabo por su pariente, no todas ellas
dignas de elogio.
Tampoco quiero
dar a entender que el carácter reflexivo de la novela la perjudique en lo más
mínimo: en sus páginas encontraremos lances amorosos, viajes a lo largo y ancho
del globo, piratería y contrabando, pontones que hacen las veces de presidio y
alguna otra cosilla más que la convierten en una muy interesante novela de
aventuras, con un punto extra gracias a ese realismo –la parte que transcurre
en el País Vasco es muy costumbrista- y el lenguaje sencillo y directo del que
hace gala Baroja en todo momento.
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