lunes, 26 de mayo de 2014

Supernatural. Novena temporada



Una año más, la cadena The CW renueva una de sus series bandera, lo que la situará muy cerca de batir el récord de Smallville. Supernatural hace tiempo que saltó su particular tiburón, pero sigue atesorando un público fiel que le permite mantenerse en antena con cierta comodidad, pese a ser una serie que se fagocita a sí misma y que a estas alturas resulta muy opaca para un público nuevo. Quizás por eso la cadena haya apostado por un spin-off, dedicándole uno de los capítulos finales de la temporada, un paréntesis en la lucha diaria de los hermanos Winchester que tiene lugar en Chicago, una ciudad donde hasta cinco bandas de monstruos se disputan el territorio y donde nace un nuevo cazador –además de una historia a lo Romeo y Julieta que hace que las expectativas no es que sean muy altas-.

Las tramas principales de esta novena temporada han girado en torno a las guerras civiles que se libran en el infierno y en el cielo, que provocan no pocas bajas en todos los bandos, incluidos los humanos. Los Winchester deberán aliarse de forma intermitente con Castiel y con Crowley y enfrentarse a un Metatrón con complejo de dios y al último de los Caballeros del Infierno, Abaddon, aspirante al trono. Los primeros capítulos nos mostrarán a un Sam poseído, por mediación del propio Dean, por un ángel que se ha convertido en su única oportunidad de salvación, así como la nueva condición mortal de Castiel. Una vez recuperado el statu quo, cobra importancia Dean y la marca de Caín, arma clave para una guerra tan cruenta.

Supernatural sigue apoyándose en sus principales señas de identidad: referencias constantes a la cultura popular y a la propia idiosincrasia de la serie; repetición de nuevo de los roces entre los protagonistas, que continúan poniendo a prueba el amor que sienten el uno hacia el otro, con más engaños y jugarretas; mucho humor y diversión, aderezada con aventura y acción; ese aire culebronesco marca de la casa donde todo el mundo es joven y guapo y sale siempre de lo más arreglado y el uso de la enorme caterva de secundarios que ha ido formando a lo largo de estos ocho años en antena: el joven profeta Kevin; la hacker y reina de lo friki Charlie Bradbury; la sheriff Jody Mills; Garth, el peculiar cazador amigo de los hermanos y a los que hay que añadir al  actor canadiense Tahmoh Penikett, al que conocen de sobra los aficionados a Battlestar Galactica y Dollhouse, toma un papel secundario como el nuevo ángel que ayuda a Sam contra su voluntad y que acaba en las filas del enemigo.

Aunque esta temporada vuelve a bajar un poco más el listón, hay que reconocer que entre los veintitrés episodios emitidos siempre hay más de uno que merece la pena señalar, el primero en emitirse aquel donde se demuestra que las historias de El mago de Oz son mucho más reales de lo que viene en la serie de libros; la muerte de uno de los secundarios habituales; la búsqueda de la Primera Espada y su único portador, Caín; el caso donde Dean se ve obligado a comunicarse con un perro o el mejor de todos, aquel donde Metatron y la metaliteratura le juegan una mala pasada a Castiel.

El final de temporada tiene un giro de tuerca característico que salva un poco el conjunto. Por un momento creí que iban a  jugar de nuevo una carta que ya hemos visto en varias ocasiones, que no es sino la aparente muerte de uno de los Winchester. Hasta ahora, tanto Dean como Sam han muerto y resucitado; han sido exiliados al Purgatorio o despojados de su alma y cuando parecía que iba a ser más de lo mismo, la Marca de Caín tiene algo más que decir sobre el futuro inmediato del pobre Dean. Un nuevo punto de partida para una serie que nunca abandona del todo la fórmula que la ha hecho funcionar todos estos años, de ahí que siempre nos preguntemos si esta será la solución definitiva que rompa un poco la monotonía en la que ha caído Supernatural

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