Poco podía imaginar el francés
Pierre Boulle que cuando publicó su novela en 1963 estaba dando a luz a una de
las sagas más importantes de ciencia-ficción de la historia del cine y la
literatura. Lo que en un principio era una distopía donde un grupo de
astronautas acababa en un planeta gobernado por simios evolucionados y donde la
humanidad había descendido a poco más que animales de compañía, se convirtió en
algo mucho más grande con el estreno en 1968 de la adaptación de Hollywood, con
uno de los finales más clásicos de la historia del cine, ese en el que Charlton
Heston maldice las guerras arrodillado frente a una Estatua de la Libertad
derruida que revelaba el secreto detrás de toda la película: los astronautas no
habían llegado a un planeta extraño, sino a la propia Tierra, miles de años
tras su partida.
El éxito de la película de
Franklin Schaffner dio pie a cuatro secuelas y dos series de televisión, una de
ellas de dibujos animados, todo producido en la década de los setenta. Los
cómics, los libros y los videojuegos tampoco han sido ajenos al fenómeno y a
principios del siglo XXI se intentó reiniciar la franquicia con un fallido
remake que se estrenó en 2001 con Tim Burton como director, quedando en un
hábil ejercicio de estilo en el diseño de la producción y poco más, si bien es
verdad que se trata de una de las películas menos conseguidas del director, que
renegó de ella en no pocas ocasiones. Aun así fue un éxito para la productora pero
algunos problemas dificultaron la secuela. Como curiosidad, retornaba un poco
al final original de la novela.
La sorpresa llegó justo diez años
después, en 2011, con el estreno de Rise
of the Planet of the Apes, no una secuela, sino una precuela donde se
contaban las causas que habían producido el auge de los simios en detrimento de
la humanidad. La jugada no pudo salirle mejor a la FOX, porque esta película no solo se convirtió en un éxito de
crítica y público, sino que fue uno de los sleepers
de la temporada más aclamados por los aficionados al fantástico. No es que la
historia fuera novedosa y no se hubiera contado antes, pero la película salió
redonda y su secuela está a punto de estrenarse en el mes de julio de 2014.
La idea principal sobre la que se
arma la historia es la revolución de un simio, César, nombre de sobra conocido
por los aficionados a la saga, en contra de sus carceleros humanos. Alrededor
de ese punto central se construye un guión que funciona muy bien en varios niveles.
Los escritores Rick Jaffa y Amanda Silver crean una historia ambientada en el
mundo actual donde un científico desesperado por ayudar a curar el Alzheimer
que sufre su padre acaba adoptando como mascota a uno de los simios con los que
experimenta en el laboratorio, tras tener graves problemas en su investigación.
César, llamado así como homenaje a Shakespeare, pronto demuestra una
inteligencia fuera de lo normal gracias a la terapia genética de la que es
producto y es capaz incluso de comunicarse por signos. Al joven e idealista
científico lo interpreta un correcto James Franco (127 horas, Howl, Caballeros, princesas y otras bestias) que sabe de sobra que él no es el auténtico
protagonista, pero su historia está lo suficientemente bien desarrollada como
para que nos importen sus cuitas personales, con su padre enfermo al que
interpreta John Lithgow (uno de los mejores villanos a los que tuvo que enfrentarse Dexter) o
su novia Freida Pinto (Slumdog Millionaire), esta con un papel más secundario, junto con alguna otra cara
conocida como la de Brian Cox (Templario,
RED).
Pero como he comentado antes, el
auténtico protagonista no es sino César, un simio digital creado por la
compañía WETA que recibió una
nominación por su trabajo en la ceremonia de los Oscars de ese año, perdiendo
de forma sorprendente ante La invenciónde Hugo de Martin Scorsese. Como en esta fase de la historia los simios
todavía no han desarrollado su capacidad de andar totalmente erguidos, tal y
como los conocimos en las películas, los actores disfrazados estaban fuera de
la ecuación, así que se recurrió al actor Andy Serkis y a la captura de
movimiento. Este actor inglés –al que sólo he visto en carne y hueso en la
miniserie Little Dorrit- se hizo
famoso por interpretar al Gollum de El
Señor de los Anillos y desde entonces lo hemos visto, siguiendo la misma
técnica, protagonizar el King Kong de
Peter Jackson, al capitán Haddock en Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio y de nuevo a Gollum en El hobbit. Su próxima aparición en Star Wars ya está confirmada.
El trabajo del actor y la
caracterización que le otorgan los efectos especiales es excelente y el
espectador es perfectamente consciente de los sentimientos que transmite no
solo el primate, sino sus compañeros simios ya que, una vez avanzada la trama,
la familia Rodman es incapaz de mantener a César en secreto más tiempo, así que
es recluido en una instalación con otros animales como él, donde probará la
crueldad de sus carceleros y lo que le llevará a tomar una drástica decisión:
someter a los demás simios a un tratamiento parecido al suyo con el objeto de
dotarlos también de un mínimo de inteligencia y guiarlos a la libertad, que en
este caso no es sino un gigantesco bosque de secuoyas a las afueras de San
Francisco, donde tiene lugar la acción –hay que recordar que en la mitología de
la saga, la Zona Prohibida se asentaba en las ruinas de esta ciudad
californiana-.
El guión funciona muy bien porque
la historia es sencilla pero está bien hilvanada, sobre todo la dualidad entre
el protagonista humano y el punto de vista del animal. Además atesora muchos
detalles de cara a posibles secuelas, como por ejemplo que en un segundo plano
veamos el despegue y posterior desaparición de una expedición de astronautas
con destino a Marte. También se asientan las bases para lo que va a ser la
caída de la humanidad, esta vez recurriendo a un poderoso virus biológico que
afecta a los humanos pero que no resulta mortal para los simios. Merece la pena
resaltar el trabajo en la partitura de Patrick Doyle, ya que hay muchas
secuencias prácticamente mudas donde lo que prima es la acción y la música
ambiente.
Me dejo para el final la figura
del director, porque no pudo sorprender más la elección de este británico que
tan solo había dirigido una película con anterioridad y que nada tenía que ver
con una superproducción de efectos especiales de más de noventa millones de
dólares. Y es que la labor de Rupert Wyatt tras las cámaras es más que
encomiable, con una visión clara en todo momento de lo que está ocurriendo,
atreviéndose con planos secuencia y travellings
bastante elaborados y a manejar montones de figuras en cuadro, pese a que éstas
sean digitales. El ritmo es el apropiado y la hora y tres cuartos que dura la
película se pasan en un suspiro, dejando más de una secuencia de acción que
queda impresa en la retina. Merece la pena destacar que por una vez la
secuencia final, que tiene lugar en el Golden
Gate, es la mejor de la película y es que el tan necesario crescendo está
muy conseguido. Por desgracia la FOX
no ha contado con él para la continuación, siendo sustituido en la silla de
director por Matt Reeves, en auge tras los estrenos de Cloverfield o el remake de Déjame
entrar.
El origen del planeta de los simios no es la mejor película que se
estrenó en su año, pero sí es una buena muestra de cine de entretenimiento y
efectos especiales bien realizado, donde se cuidan los detalles de la historia
y los personajes; donde la acción, sin llegar a tapar todo lo anterior, resulta
novedosa y vistosa y que planta varias semillas para una serie de secuelas que
pueden dar lugar a una nueva saga de ciencia-ficción en pantalla grande de lo
más interesante. Además de la figura de Wyatt, que sale reforzada y a la que
habrá que estar muy atento, sobre todo si sigue ligado al género.
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