Juego de tronos es la serie que tienes que ver al momento si no
quieres que el primero que te encuentres por la calle te destripe el último
giro de trama que ha dejado encandilado al público. Y eso si has conseguido
permanecer ajeno a las redes sociales, a internet o incluso a la televisión.
Todo el mundo habla de Juego de tronos,
algo que beneficia muchísimo a la HBO,
incluso más que la propia audiencia, que ha ido batiendo récords según se iban
emitiendo los capítulos. Las webs
especializadas hacen un seguimiento diario, con resúmenes semanales de cada
episodio al tiempo que están atentas a cualquier dato por parte de la cadena
privada. De hecho, Benioff y Weiss –que ya andan trabajando en su siguiente proyecto-
se han hecho amigos de dosificar información tras cada emisión semanal, ya que
el ritmo que han impuesto en la ficción es tan alto que hay muchos detalles que
se quedan fuera. 
Esta práctica no acaba de
gustar a todo el mundo. Muchas veces lo que se resalta no parece tener una
importancia verdadera y otras veces crea unas polémicas absurdas, como la que nació
a raíz de la inclusión del enésimo cantante disfrazado como un personaje
secundario, una práctica que ha sido habitual a lo largo de toda la vida de la
serie. Aunque se trata más de una anécdota que de una polémica, si tenemos en
cuenta que este ha sido el verano de los ataques informáticos –y posterior
chantaje- a la cadena, de las filtraciones de los guiones y de los capítulos completos
y del curioso y divertido equívoco de HBO
España, que nos puso en el punto de mira de toda la comunidad aficionada a
la serie –y son unos cuantos. Menos mal que estaban los nórdicos ahí para
enmendarlo-. 
Es cierto que la séptima
temporada de Juego de tronos ha sido
la más vista y la más comentada de todas las emitidas hasta la fecha –tiene pinta
que todos sus datos de audiencia y de hype
palidecerán en cuanto se estrene la octava y definitiva-. Pero no lo es menos
que ha sido una de las más irregulares y donde la pareja de showrunners ha tomado la decisión más
importante de la historia de la serie: dar al público lo que quiere, que no es más
que emoción, batallas a vida o muerte, zombies del hielo y dragones. Muchos
dragones. 
Aunque sea en detrimento de la
idiosincrasia de la serie, con un ritmo lento pero seguro que la ha acompañado
desde sus comienzos –y que ya comenzó a sufrir cambios en la temporada
anterior- y donde el desarrollo de personajes era tan importante o más que las
escenas de acción. Y es que Weiss y Benioff han decidido apostar por la
fantasía con mayúsculas, dejando de lado lo poco que quedaba de verosimilitud –se
ha notado especialmente a la hora de situar los personajes en los diferentes
escenarios geográficos del continente de Westeros,
algo sobre lo que se ha hablado en cantidad con un cierto tono socarrón y
paródico-. 
A cambio han simplificado
enormemente el tablero de juego, agrupando las diferentes piezas en dos bandos
bien definidos –ahora mismo no recuerdo ningún lobo solitario que no se haya
unido a los Lannister o a los Stark- cuando no eliminándolas de un plumazo. En
este último aspecto hemos tenido la de cal y la de arena: Lady Olenna o Meñique
han compartido el mismo destino que muchos personajes que han hecho acto de
presencia con el único propósito de ser asesinados. Y es que el tiempo –el real
y el ficticio- se les ha echado encima a los guionistas y todavía hay mucho que
contar, sobre todo teniendo en cuenta el espacio dedicado a las escenas de
acción. 
Que en esta temporada quizás
no hayan estado a la altura de algunas de las batallas anteriores, pero que no
dejan de sorprender al espectador –es importante recordar que los dragones
imponen lo suyo y que los Caminantes Blancos están ya a las puertas de la
civilización-. Y es que entre la nómina de directores habituales de la HBO tan solo podemos destacar a Alan
Taylor, responsable de superproducciones como Thor: el mundo oscuro o Terminator
Génesis. Y para colmo tuvo que lidiar con el episodio más difícil, el que
tiene lugar tras el Muro. La pelea de los barcos quedó algo confusa, dejando
como la más destacada la liderada por Daenerys y Drogon. 
Su obsesión con ir despachando
personajes ha provocado algún que otro problema, ya que hay momentos en los que
parece que siempre es la misma persona la que tiene que hacerlo todo. Eso ha
dado pie a situaciones un tanto forzadas, con varios personajes que son
auténticos Deux Ex Machina –Sam, Bran
y por supuesto el tío Benjen Stark, que se lleva la palma-. 
La séptima temporada es una de
las más espectaculares de toda la serie. Tiene algunas sorpresas interesantes
que veremos cómo se desarrollan en la siguiente y ha atesorado buenos momentos
en torno a varias conversaciones tensas entre protagonistas marca de la casa –me
gustó especialmente la reunión entre hermanos que ha tenido lugar tanto en King’s Landing como en Winterfell-.
Pero también es la temporada con una de las tramas más absurdas que recuerdo:
todo lo relacionado con el secuestro de un Caminante para presentarlo como
prueba ante una Reina de la que nadie se fía y que todo el mundo sabe está loca
de atar. 
Pero en fin: la verdad es que
lo bueno se acaba y ahora ha llegado el momento de centrarse en la acción y la
emoción pura, que es lo que más demanda y comenta la gente; sin dejar de lado
que, a estas alturas, no es posible aventurar cómo va a ser el desenlace de la
historia. Lo poco que sabemos llega con cuentagotas y de momento tiene más que
ver con el rodaje, que está a punto de comenzar, con las localizaciones
europeas que tan buena ambientación están dando –y donde hay que destacar a
nuestro país- y con la estructura que tendrá la octava temporada, de tan solo
seis episodios, cuya duración todavía permanece en el aire –en esta se han
emitido el capítulo más corto de toda la serie y los dos más largos, el último
de ellos de casi hora y veinte de metraje-. 
Poco más hay que añadir.
Excepto Drakarys! Más y más Drakarys!







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