Lo que este vallisoletano ha
llevado a cabo en el último lustro es en verdad sorprendente. No solo se ha
convertido en uno de los escritores más interesantes del competitivo mundo
literario español, sino que lo ha conseguido en un tiempo récord y sin necesidad
de recurrir a ninguna clase de truco, sino a base de tesón –siete novelas
publicadas desde su debut en 2013- y confianza en una manera de narrar muy
personal, que atrapa al lector con suma facilidad y que ha ido construyendo
poco a poco un universo literario reconocible al que apetece volver cada vez con
mayor frecuencia.
Consummatum est, publicada en 2014, pone punto y final a la
trilogía Versos, canciones y trocitos de
carne, que comenzó con Memento Mori
y a la que siguió Dies irae (2014). En
ella se nos narraba la investigación policial llevada a cabo por un inspector
de homicidios de Valladolid en busca de un asesino en serie. Pérez Gellida
jugaba con el lector revelando prácticamente desde el principio la identidad
del asesino, Augusto Ledesma, de modo que su punto de vista se alternaba con el
de Ramiro Sancho, el hombre encargado de darle caza. El gusto de Ledesma en
música y literatura le llevan a marcar los lugares de sus asesinatos con
pequeños poemas y sus habilidades en diversos campos -como el manejo en
internet- lo hacían realmente difícil de atrapar. Con una estructura literaria
muy ordenada, donde en todo momento se respetaban la hora y el lugar geográfico
donde se desarrollaba la acción, el autor fue introduciendo diversos personajes
secundarios la mar de interesantes mientras llevaba al lector en volandas con
continuos giros de guion y un amor por el detalle y la veracidad en cuanto al
tema policial.
Pero lejos de conformarse con
el gran éxito de su primera novela y repetir la fórmula que tan bien le había
funcionado, Pérez Gellida amplió el campo de juego en Dies irae, respetando algunas constantes de su escritura pero
trasladando la investigación a los Balcanes y en concreto a la ciudad de
Trieste –el ansia cultural de Ledesma le lleva a recorrer varios lugares que
han sido importantes para sus escritores favoritos-, añadiendo una serie de
subtramas que se alimentaban del cruento pasado bélico de la zona. Tras una
serie de grandes sorpresas y revelaciones –y un cliffhanger con el que resultaba imposible dejar de leer-, quedaba
todo listo para la conclusión.
Consummatum est es una novela que en su edición de bolsillo se va a
más de 650 páginas, tal es el mimo de la edición, que incluye mapas, poemas, el
listado de la banda sonora que acompaña a Augusto en su metamorfosis e incluso
un Prólogo a cargo de Lorenzo Silva,
toda una referencia en el género negro gracias a los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro y estupendo novelista
con historias como Niños feroces,
donde precisamente alaba el rigor con el que escribe Pérez Gellida, lo que le
valió un reconocimiento por parte de la Sociedad Española de Criminología y
Ciencias Forenses por su “ardua labor de documentación”.
Un pequeño pueblo en la lejana
Islandia, la histórica Praga y de nuevo Valladolid, como cierre de un círculo
prácticamente perfecto, son algunos de los escenarios por los que va a moverse
tanto Augusto Ledesma como el equipo que ha montado la Interpol para atraparle,
en el que tienen un papel destacado varios personajes de las anteriores novelas
relacionados con el inteligente asesino. También se van a introducir algunos
nuevos para dar todavía más empaque a una historia que nunca parece conformarse
y que quiere continuamente sorprender al lector, bebiendo de las técnicas del thriller pero sin despegarse nunca del
género negro al que debe tanto y que, sin embargo, pretende renovar -¡y vaya si
lo consigue!-. Prueba de ello son su desarrollo de personajes o la inclusión de
determinadas subtramas que los dotan de una mayor tridimensionalidad, como por
ejemplo todo lo mostrado alrededor de la familia Lopategui.
En los últimos años ha habido
dos autores españoles que me han sorprendido mucho con sus novelas y a los que
a partir de ahora seguiré incondicionalmente. Uno es Félix J. Palma y su Trilogía Victoriana en el campo de la
fantasía y la aventura; y el otro es César Pérez Gellida con un complejo
universo literario repleto de ambición y ritmo, que continuó en 2015 de una
manera del todo insospechada, con una arriesgada propuesta de ciencia-ficción
pura: Khïmera. Que en 2016 y 2017 se
ha expandido con una nueva trilogía –Refranes,
canciones y rastros de sangre- y con una serie de relatos cortos -tres que
yo sepa, al menos de momento- que profundizan un poco más en algunos aspectos
de su primera obra y que ha sabido atraer a otros artistas como Iván Ferreiro o
Julián Saldarriaga.
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