miércoles, 6 de septiembre de 2017

Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen

Estrenada a finales del pasado 2016, es una de las películas españolas más interesantes de los últimos años y la confirmación de que al tándem Sorogoyen – Peña hay que tenerlo muy presente para futuros proyectos. Segunda colaboración tras el sorprendente éxito de Stockholm (2013) –sorprendente no porque la película no valiera la pena, sino porque se trataba de una atípica historia de amor financiada a partir de un crowfunding que acabó llevándose un Goya a casa-, cambiando el tono y el género de manera drástica para apostar por un thriller policiaco que pese a moverse por elementos comunes en ningún momento da la sensación de historia ya vista.

Y es que películas como Seven o Memories of Murder han sido citadas por la pareja de guionistas como una serie de remotas influencias a la hora de cohesionar la vida personal de los protagonistas, dos policías al límite, con la investigación que llevan a cabo o al utilizar una serie de elementos costumbristas en la trama que ayudan a la creación de la atmósfera. Sin embargo Que Dios nos perdone tiene una personalidad propia en la que resulta imprescindible la ambientación de la historia en un Madrid reconocible con un punto sórdido en un periodo concreto de su historia reciente, como fue la llegada del Papa Benedicto XVI en las Jornadas Mundiales de la Juventud en pleno verano de 2011 o la Puerta del Sol tras el movimiento 15-M.

La trama principal se desarrolla en torno a un asesino en serie al que dan caza dos policías que no podían ser más opuestos pero que en el fondo son compañeros y se complementan bastante bien, interpretados ambos por Antonio de la Torre (Balada triste de trompeta, Grupo 7) y Roberto Álamo, que se llevó el Goya a Mejor Actor con toda justicia. Su detective de Homicidios es un hombre impulsivo y extrovertido, padre de familia y que alberga en su interior una violencia que no es capaz de contener, lo que le trae muchos problemas. Por el contrario, el actor malagueño tiene graves problemas emocionales –entre otras cosas, es tartamudo- y de comunicación con sus semejantes, pero también da cobijo a una personalidad realmente oscura.


Es uno de los puntos más interesantes de la película: los dos policías arrastran sus propios demonios y uno tiene la sensación de que, de no haber sido por diferentes causas que podrían haberse dado, cualquiera de ellos podría ser el asesino, mientras que el otro sería el policía en otra hipotética vida. Por el contrario, apenas hay espacio para el dibujo en mayor profundidad de los secundarios –en especial el de una mujer que trabaja limpiando portales- y en un par de ocasiones ocurren una serie de casualidades que están un poco cogidas por los pelos y que son esenciales para el devenir de la trama. Pero nada de esto impide el disfrute de la película.

En la última ceremonia de los Goya la película también destacó en los apartados de Mejor Película, Director, Guion, Montaje y Secundario para Javier Pereira, que repite con Sorogoyen tras Stockholm.


Que Dios  nos perdone es un policiaco duro y conciso, que mantiene muy bien el ritmo durante sus dos horas de metraje y que tiene buenas escenas de persecución y de acción, sin ser ese el punto focal de la historia. La ambientación, el tono oscuro y pesimista y la elección de unos diálogos que se sienten muy reales, así como la caracterización de los principales personajes, la alejan del cine norteamericano que apuesta por héroes de acción increíbles. Además viene a unirse a una corriente dentro del cine español que estamos viendo mucho últimamente y que apuesta por un realismo muy conseguido –como La isla mínima-, frente a otras propuestas con un punto más extravagante u original que beben más del cine de entretenimiento más comercial. 

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