Estrenada a finales del pasado
2016, es una de las películas españolas más interesantes de los últimos años y
la confirmación de que al tándem Sorogoyen – Peña hay que tenerlo muy presente
para futuros proyectos. Segunda colaboración tras el sorprendente éxito de Stockholm (2013) –sorprendente no porque
la película no valiera la pena, sino porque se trataba de una atípica historia
de amor financiada a partir de un crowfunding
que acabó llevándose un Goya a casa-, cambiando el tono y el género de manera
drástica para apostar por un thriller policiaco que pese a moverse por
elementos comunes en ningún momento da la sensación de historia ya vista.
Y es que películas como Seven o Memories of Murder han sido citadas por la pareja de guionistas
como una serie de remotas influencias a la hora de cohesionar la vida personal
de los protagonistas, dos policías al límite, con la investigación que llevan a
cabo o al utilizar una serie de elementos costumbristas en la trama que ayudan
a la creación de la atmósfera. Sin embargo Que
Dios nos perdone tiene una personalidad propia en la que resulta
imprescindible la ambientación de la historia en un Madrid reconocible con un
punto sórdido en un periodo concreto de su historia reciente, como fue la
llegada del Papa Benedicto XVI en las Jornadas Mundiales de la Juventud en
pleno verano de 2011 o la Puerta del Sol tras el movimiento 15-M.
La trama principal se
desarrolla en torno a un asesino en serie al que dan caza dos policías que no podían
ser más opuestos pero que en el fondo son compañeros y se complementan bastante
bien, interpretados ambos por Antonio de la Torre (Balada triste de trompeta, Grupo 7) y Roberto Álamo, que se llevó
el Goya a Mejor Actor con toda
justicia. Su detective de Homicidios es un hombre impulsivo y extrovertido,
padre de familia y que alberga en su interior una violencia que no es capaz de
contener, lo que le trae muchos problemas. Por el contrario, el actor malagueño
tiene graves problemas emocionales –entre otras cosas, es tartamudo- y de
comunicación con sus semejantes, pero también da cobijo a una personalidad
realmente oscura.
Es uno de los puntos más
interesantes de la película: los dos policías arrastran sus propios demonios y
uno tiene la sensación de que, de no haber sido por diferentes causas que
podrían haberse dado, cualquiera de ellos podría ser el asesino, mientras que
el otro sería el policía en otra hipotética vida. Por el contrario, apenas hay
espacio para el dibujo en mayor profundidad de los secundarios –en especial el
de una mujer que trabaja limpiando portales- y en un par de ocasiones ocurren
una serie de casualidades que están un poco cogidas por los pelos y que son
esenciales para el devenir de la trama. Pero nada de esto impide el disfrute de
la película.
En la última ceremonia de los
Goya la película también destacó en los apartados de Mejor Película, Director,
Guion, Montaje y Secundario para Javier Pereira, que repite con Sorogoyen tras Stockholm.
Que Dios nos perdone es un
policiaco duro y conciso, que mantiene muy bien el ritmo durante sus dos horas
de metraje y que tiene buenas escenas de persecución y de acción, sin ser ese
el punto focal de la historia. La ambientación, el tono oscuro y pesimista y la
elección de unos diálogos que se sienten muy reales, así como la
caracterización de los principales personajes, la alejan del cine
norteamericano que apuesta por héroes de acción increíbles. Además viene a
unirse a una corriente dentro del cine español que estamos viendo mucho
últimamente y que apuesta por un realismo muy conseguido –como La isla mínima-, frente a otras
propuestas con un punto más extravagante u original que beben más del cine de
entretenimiento más comercial.



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