miércoles, 10 de abril de 2024

Mort Cinder, de Héctor Germán Oesterheld & Alberto Breccia

 

Portada de la edición de Fantagraphics

Durante casi dos años, entre 1962 y 1964, se publicó semanalmente en la Argentina las aventuras de Mort Cinder, en una revista de historietas semanal llamada Misterix. Desconozco si hubiera o no alguna historia a color en la antología, pero al menos todo lo publicado de Mort Cinder se hizo en blanco y negro, donde su dibujante, Alberto Breccia, pudo destacar a base de claroscuros, un trazo elegante a la vez que realista y más de una escena trabajada hacia el expresionismo, lo que ha hecho que esta obra perdure en el tiempo, precursora de otros genios del noveno arte como pueden ser Mike Mignola o Frank Miller -como muy bien se encarga de resaltar en su contraportada la fantástica edición que Fantagraphics ha publicado de este material en Estados Unidos-. 

Dicha edición conserva la idiosincrasia del material original, que en sus primeras entregas fue publicado con un formato de página apaisada u horizontal, apostando por dos hileras compuestas por unas tres viñetas en cada una. El tamaño sí que variaba entre ellas, sobre todo porque Oesterheld, reputado guionista que, al igual que Breccia, no necesita presentación, requería a veces de pequeñas viñetas blancas intercaladas para introducir parte de su guion, ya que la información que llegaba al lector era de lo más abundante, a través de diálogos y de cajas de texto que mostraban el pensamiento íntimo de los personajes. 

Ejemplo del arte apaisado de Breccia en Mort Cinder

Otra característica interesantísima de este tomo recopilatorio es la posibilidad de comprender de un solo vistazo la evolución de la serie, tanto por parte del guionista como del dibujante, que en un momento dado tuvo que adaptarse a un formato de página convencional, aunque siguió optando por viñetas de gran tamaño, una o dos por cada una de las tres filas que aparecían en cada página. Las tramas también evolucionaron, aunque el mayor cambio se vivió entre la primera de ellas y el resto -además, esa historia de presentación también es una de las de mayor duración de todo el tomo; junto con la última, que sin duda se benefició de saberse la despedida-. 

En esa primera toma de contacto con el personaje, este se encuentra envuelto en un enorme misterio de terror sobrenatural, ya que el protagonista en realidad es Ezra Winston, un anciano anticuario londinense que se ve arrastrado sin quererlo en una cruzada por salvar el alma de un hombre, al que quedará ligado por lazos de amistad durante el resto de su vida, conocido como Mort Cinder y que posee una cualidad única de lo más extraña, ya que es capaz de resucitar cada vez que muere. El contraste con las historias sucesivas no es pequeño, ya que el guionista argentino opta por un formato episódico y procedimental, en el que se va desarrollando la misma estructura: ya sea por un artículo en el periódico o por un objeto antiguo que acaba en el negocio de Ezra, la memoria de Cinder se dispara hacia el pasado, el suyo propio, en una serie de historias con inicio, nudo y desenlace que podrían haber encajado perfectamente en una antología de la ECC norteamericana, con su giro final sorprendente o su desenlace nada festivo. 

Página de Mort Cinder, por Alberto Breccia

Las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el relato bíblico en torno a la construcción de la torre de Babel o las llanuras de Oklahoma a principios del siglo XX -donde se explora el género carcelario-, conviven con un relato de terror clásico en torno a una maldición peruana que ha sobrevivido en el tiempo desde la época de los conquistadores españoles; con la inhumana recreación de la vida a bordo de un barco negrero; con las investigaciones científicas en busca de reliquias del antiguo Egipto -con un giro final muy curioso hacia la ciencia-ficción-; o una recreación de la batalla de las Termópilas, una de las historias de Mort Cinder más recordadas y que sin duda inspiró a Miller en alguno de sus aspectos -hay más de un diálogo sospechosamente parecido, por no decir igual, a los que podemos encontrar en 300-. 

Oesterheld y Breccia ya se conocían de trabajos previos y la comunión entre ambos es total en Mort Cinder, que permitió al dibujante de origen uruguayo consagrarse como uno de los grandes de la historia argentina -aunque debido a problemas personales tuvo que abandonar el mundo de las viñetas durante unos pocos años tras la finalización de esta obra-. Con el recurso de los viajes temporales, Breccia pudo trabajar con infinidad de escenarios, dando salida a todo tipo de recursos que potenciaran el uso del blanco y negro -hay una vieja anécdota al respecto en la que el dibujante llegó a trabajar solo alumbrado por velas-. 

Los rasgos de Ezra están basados en los del propio Breccia, convenientemente envejecidos

Por su lado, Oesterheld dio forma a un personaje central repleto de misterio, pero al mismo tiempo cercano, ya que su habilidad única no le permite grandes alardes, de modo que siempre que conocemos detalles de su pasado se encuentra en una situación de lo más “normal”, como cualquier habitante medio de esa época -por no decir que se ganaba la vida como buenamente podía, normalmente gracias a su vitalidad física-. En este aspecto me ha recordado al protagonista de la película The Man from Earth, que se estrenó en 2007 y cuya existencia a lo largo de los siglos, con una pequeña gran excepción, pasó bastante desapercibida. 

Mort Cinder es un conjunto de historias que destacan por su parte gráfica, por ese tratamiento del blanco y negro casi experimental para la época. Pero que no eclipsan a una serie de tramas repletas de melancolía, reveladoras de la condición humana, pese a su estructura algo encorsetada. Una colaboración sobresaliente entre dos genios de la historieta que merece ser recuperada cada cierto tiempo.

Pinceladas de expresionismo en Mort Cinder


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