El fracaso de cara al público y a la crítica de Dune (1984) fue enorme, pero a priori eso es algo que no debería haber afectado demasiado a Lynch, un artista con una enorme personalidad, muy seguro de sí mismo y convencido de que, si al menos lo había dado todo en su obra, tampoco podía hacer más para que al público le gustase.
Pero esa no era la percepción del director en aquel momento: no estaba contento consigo mismo, con el proyecto en el que se había embarcado, con la posproducción, y sobre todo, con la lucha con el productor por el montaje final, que lo dejó agotado.
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El curioso inicio de Terciopelo azul |
Así que Lynch cogió lo que pudo de la experiencia, que sin duda lo había hecho crecer como director, meditó largo y tendido y se decidió a recuperar un guion en el que había estado trabajando desde finales de los setenta y que ya había enseñado a varios profesionales del medio, lo que a la postre podría haber resultado catastrófico, ya que no solo había compartido su historia con amigos y actores, también con directivos, por lo que, sin ser consciente de ello, había cedido los derechos del mismo. Es aquí cuando entra la figura salvadora de Dino De Laurentiis, con el que Lynch había firmado para realizar hasta tres películas.
Lo que ocurre es que había cierta incertidumbre sobre el futuro de ambos: Lynch venía de triunfar con El hombre elefante (1980) en los premios de la industria y eso que se trataba solo de su segunda película como profesional. Laurentiis lo contrató para adaptar Dune a golpe de talonario y cuando aparecieron los primeros resultados de taquilla, Lynch ya se estaba ocupando de escribir el guion de la segunda parte, que por supuesto fue cancelada de inmediato. Pero las relaciones entre ambos no se habían resentido lo más mínimo y llegaron a un nuevo acuerdo: De Laurentiis no solo adquirió los derechos del guion de Terciopelo azul, sino que dio su palabra de honor de que no se inmiscuiría en el montaje final de la película, cediéndole el control total al director. Por su parte, Lynch se comprometió a bajarse el sueldo y a trabajar con un presupuesto mínimo, lo que no le debió suponer mucho problema porque así es como había llevado a cabo su debut en 1977 (Cabeza borradora). El productor no solo mantuvo su compromiso hasta el final, sino que decidió apostar por la película incluso cuando tras los primeros pases con público las reacciones fueron demoledoras. Al final, y tras varios pases previos por festivales de prestigio, Terciopelo azul acabó estrenándose en salas comerciales a finales del año 1986, recuperando en taquilla poco más del exiguo presupuesto de seis millones de dólares con el que se había rodado.
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Kyle MacLachlan repite por segunda vez con el director |
Pero más allá de poder decir que la película no había perdido dinero, supuso la segunda nominación a los Oscars como Mejor Director para Lynch –que perdió frente a Oliver Stone- y dos nominaciones más en los Globos de Oro, a Mejor Guion y a Mejor Actor Secundario para Dennis Hopper, mítico intérprete cuya fama de canalla y pendenciero no le podía haber venido mejor para el papel que interpretó –como curiosidad, la película ganó en Sitges-. Por si todo esto no fuera suficiente, con el paso de los años y el devenir de la carrera artística de Lynch, Terciopelo azul acabó convertida en una película de culto.
Y es que aunque en ella ya aparecían algunas de las características que han hecho reconocible a Lynch, como la estupenda dirección de actores o la construcción de una atmósfera diferente y extraña, la verdad es que la trama de Terciopelo Azul se entiende a la perfección. Y es que con el paso de los años, muchas de las historias de Lynch se volvieron cada vez más y más experimentales. Y aunque es verdad que en Terciopelo azul hay alguna que otra cosa extraña, su trama principal es bastante asequible –también tiene su gracia encontrarse con alguna que otra característica que luego pudimos ver en Twin Peaks, el siguiente gran trabajo de Lynch, como ese personaje desquiciado que interpreta Hopper o la decoración de la habitación de una de las principales protagonistas, con ese color rojo que destaca sobre todo lo demás-.
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David Lynch, en el rodaje de Terciopelo azul |
Pero volviendo a la historia: la intención de Lynch es mostrar la doble naturaleza que esconden muchos seres humanos en su interior y en definitiva, la de la propia sociedad actual, cuya capa superficial siempre es bonita y perfecta cuando en su interior esconde insectos y cucarachas. Para ello se vale de un relato de cine negro bastante clásico, con un toque perverso, en el que un joven, movido por una curiosidad malsana, se encuentra atrapado en una historia de violencia y sexo, en el que nos encontramos con una gran damnificada, una femme fatale que no es tal, y un terrible villano. También tenemos la dulce compañía del protagonista, que resulta ser un buen chaval que de repente se ve metido en un lío enorme.
Para este último Lynch volvió a confiar en Kyle MacLachlan, que en su segunda película consigue mejorar, y mucho, a lo que pudimos ver en Dune. Esta es otra característica de lo más curiosa del director y guionista: pese a tratarse de una película muy personal y muy importante en su carrera, tras un fracaso enorme, confía la mayoría de papeles a jóvenes actores sin experiencia. Y la apuesta le salió muy bien, porque no solo están todos estupendos, sino que tuvieron una enorme influencia en su vida, tanto personal como profesional. Con MacLachlan luego hizo historia de la televisión en Twin Peaks; con Isabella Rossellini, una joven modelo italiana que había hecho sus pinitos en publicidad y que con tan solo una película rodada en Estados Unidos aceptó el papel de la torturada Dorothy Vallens, en el que lo dio todo –no es un papel fácil precisamente y demostró mucha valentía al aceptarlo-. A raíz de su encuentro en esta película, ella y Lynch comenzaron una relación sentimental que duró casi cinco años.
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Una de las escenas más míticas de Terciopelo azul, con Isabella Rossellini |
Esta es otra habilidad curiosa de Lynch. Sin ser amigo de rodar muchas tomas, no hay apenas reacciones negativas por parte de los actores a la hora de trabajar con él y la mayoría de personas que lo conocen resaltan su carácter afable y amable. Pero por su historial de conquistas, la verdad es que resultaba ser bastante mujeriego y sin embargo no hay acusaciones muy marcadas de sus parejas. Y aquí tenemos un caso de ejemplo revelador: cuando Lynch y Rossellini comenzaron a salir, el primero ya tenía una hija casi mayor de edad de un matrimonio anterior y un hijo pequeño con su segunda mujer, con la que continuaba casado.
El fichaje de Dennis Hopper también fue un riesgo para Lynch. Hopper era en ese momento un actor desahuciado, apartado de la industria por sus problemas con las drogas y el alcohol y la confianza de Lynch lo volvió a poner en el mapa –sin mencionar el hecho de que interpretaba a un cabrón con pintas, adicto, violento y sin escrúpulos-. Su actuación fue de lo poco alabado en un principio en toda la película, que tuvo que hacer frente al rechazo por su tratamiento del sexo y la violencia.
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Dennis Hopper compone un personaje terrorífico y al mismo tiempo extraño |
Terciopelo azul también marca el inicio de la relación profesional de David Lynch y Laura Dern, que en ese momento apenas llegaba a la mayoría de edad y ya había actuado en unas pocas películas. Pocas veces se ha notado tanto en una pantalla la devoción que siente un director por una de sus actrices y eso es algo evidente en el punto de vista con el que Lynch ha filmado a Dern a lo largo de los años –como curiosidad, tanto ella como Rossellini eran hijas de actores artistas reconocidísimos del mundo del cine-.
Pero no es el único inicio para Lynch que se dio en Terciopelo azul: todavía queda uno incluso más importante que su encuentro con Dern y ese es el inicio de su relación con el compositor Angelo Badalamenti. Y es que la película está cuajada de anécdotas que muestran a la perfección el nivel de entendimiento al que llegaron ambos con el pasar de los años y la manera tan original de Lynch de requerirle a su compañero por la música necesaria para acompañar sus imágenes.
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Laura Dern, Isabella Rossellini y Kyle MacLachlan, un trío singular |
Y es que no hay que olvidar que Terciopelo azul es una película de bajísimo presupuesto que se rodó casi en su totalidad de noche y que tuvo lugar en un pueblecito de Carolina del Norte donde De Laurentiis tenía un estudio, Wilmington, y donde se rodaban a la vez varias películas para aprovechar todo tipo de sinergias: decorados, profesionales, etc.
Los exteriores de la película están rodados en el propio Wilmington, al menos hasta que Lynch rodó un recuerdo de juventud que le atormentaba desde siempre y que cristalizó en Isabella Rossellini vagando desnuda en una zona residencial con claros signos de desorientación. Al día siguiente la policía se presentó para prohibirles volver a salir del estudio –al menos ya se había filmado la mítica escena del comienzo y que se convierte en el pistoletazo de salida de la trama principal: la curiosidad que siente el protagonista cuando volviendo de visitar a su padre enfermo en el hospital ataja por un descampado y se topa con una oreja humana cercenada-.
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La habitación roja no es exclusiva de Twin Peaks |
La improvisación del rodaje incluía muebles y esculturas realizadas por el propio Lynch, que siempre ha demostrado un proceso creativo tan complejo como prolífico –un artista multidisciplinar en varios sentidos: no solo se expresa a través del cine, la música, la pintura o la escultura, sino que es capaz de hacer varias cosas a la vez como si no tuviera dificultad-. De modo un tanto juguetón, Lynch centra la cámara en dichos objetos en más de una ocasión.
Pero volviendo a Badalamenti. El Blue Velvet que da título a la película es también una mítica canción interpretada según la versión de Bobby Vinton y que Rossellini tenía que cantar en varias ocasiones a lo largo de la película. El caso es que la joven actriz se aprendió una versión diferente y fue gracias al compositor que se pudo arreglar el desaguisado. Algo parecido ocurrió con una canción que Lynch se empeñó en adquirir para que sonara en un momento concreto de la película, pero su productor se negó porque no había dinero para adquirir los derechos. Así que le sugirió al director que escribiera él mismo la canción, cuyo resultado final en palabras del propio Badalamenti era terrible y que por supuesto se encargó de arreglar.
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Kyle MacLachlan e Isabella Rossellini tiene una tormentosa relación en Blue Velvet |
Aquí también empezó esa curiosa manía del director de utilizar partes de la banda sonora compuesta por Badalamenti como efectos de sonido. Y es que la parte técnica, tanto la de sonido como la puramente visual, son aspectos a los que Lynch siempre ha prestado mucha atención –Frederick Elmes fue su director de fotografía, con el que también repetiría en su siguiente película, Corazón salvaje (1990)-.
Lynch acabó muy contento con el resultado final de la película, pese a que tenía filmadas más de tres horas, que tuvo que recortar en la sala de montaje hasta las dos horas –y lo hizo con total libertad-. Terciopelo azul ha ido ganando con el paso de los años, según la idiosincrasia de Lynch ha ido penetrando en el público: aquí ya se encuentran ese ritmo pausado, los personajes al límite, la situaciones que rozan el surrealismo, la imaginería visual que se ha convertido en marca de la casa y en resumen, esa capacidad de crear una atmósfera única que atrape al espectador y que lo transporte a un mundo de dobleces en los que los asesinos desalmados lloran cuando escuchan una canción o donde los jóvenes y tímidos adolescentes acaban entregándose al sadomasoquismo. Donde las situaciones cotidianas se dan de frente con las más extraordinarias y sin embargo todo fluye, porque el viaje es mucho más importante que el destino final.
Y eso que, como he comentado
al principio, Terciopelo azul es una
película que se entiende.
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Rosas y Terciopelo azul |
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