La vuelta del famoso director tras un retiro que parecía el definitivo se saldó con un enorme éxito de crítica y público. Y es que habían pasado diez años desde el estreno de la estupenda El viento se levanta (2013) y las expectativas estaban altísimas, sobre todo tras una campaña de marketing inexistente y una serie de declaraciones y entrevistas en las que se recalcaba lo difícil que había sido la producción, cuyo desarrollo se vio afectado por la pandemia de coronavirus, y la implicación tan personal de su director, en la que tenía pinta iba a ser una película-legado a sus descendientes repleta de experiencias personales en la línea de lo que vimos en su anterior trabajo.
La historia comienza en el tercer año de la guerra del Pacífico, cuando el protagonista, un niño de doce años llamado Mahito, pierde a su madre en un incendio que tiene lugar en el hospital donde trabaja. Al año siguiente se ve obligado a abandonar Tokio para irse a vivir a una finca en el campo, ya que su padre se ha vuelto a casar con la hermana menor de su esposa fallecida -el cabeza de familia es un importante director de una fábrica cuya producción está orientada a las necesidades de la guerra, en lo que parecen ser partes de aviones-.
Mahito deberá acostumbrarse a una nueva vida en la que su madrastra está embaraza, en la que se encuentra rodeado constantemente de una serie de graciosas sirvientas y en la que tiene problemas en el colegio. Por si todo esto no fuera suficiente, en las inmediaciones de su nuevo hogar se encuentra una misteriosa torre que despierta su curiosidad y a la que tiene vedado el paso. Hasta que se topa con una garza real cuyo extraño comportamiento lo llevará a tomar una serie de decisiones que pondrá en peligro no solo su vida, sino la de su madrastra Natsuko.
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El costumbrismo vuelve a ser fuente de humor |
Cuando he hablado del éxito de la película no ha sido en vano. Por primera vez una película animada estrenaba el Festival de Toronto -en septiembre de 2023- y por primera vez una película de animación se hacía con el Globo de Oro, el Oscar y el BAFTA a Mejor Película -al que hay que sumar otros reconocimientos de diferentes festivales y asociaciones de críticos a nivel mundial-. La taquilla la aupó a una de las producciones japonesas que más dinero han recaudado de toda su cinematografía, teniendo en cuenta tanto el mercado interno como el internacional.
En ella Miyazaki vuelve a un niño protagonista y a esa dualidad entre el mundo real, en el que se combinan escenas de gran calado dramático con otras más costumbristas en las que pululan ese tipo de personaje tan característico de su filmografía que resulta gracioso y entrañable, y un mundo ficticio en el que el personaje principal se ve obligado a penetrar; en esta ocasión en busca tanto de su madrastra, que ha sido atraída a su interior mediante subterfugios, como del alma de su propia madre.
La cuidada animación a la que Miyazaki nos tiene acostumbrados, junto a la música de su colaborador habitual Joe Hisaishi, nos transporta a un mundo en el que las criaturas aladas tienen un inusitado protagonismo y cierta crueldad, donde los pelícanos devoran lo que parecen ser almas a punto de reencarnarse, los periquitos son animales carnívoros ansiosos de comerse a cualquier ser humano con el que se topan y la garza que le acompaña en buena parte del camino no acaba de ser un compañero del que uno se pueda fiar en demasía. Pero donde Mihato vivirá aventuras en las que deberá confiar en una serie de personajes femeninos cuyas extraordinarias habilidades le ayudarán a llegar a su destino, ya sea surcando un tempestuoso océano o penetrando en las entrañas de un misterioso castillo.
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¿Qué misterio esconde en su interior la garza real? |
Más allá de las continuas referencias a su propia vida que introduce el director, El chico y la garza se centra en el paso a la madurez de su protagonista, algo egoísta en los primeros compases de la película y en su paulatina transformación y aceptación de sí mismo y de su nueva vida.
Tengo que reconocer que prefiero la versión más adulta de Miyazaki, como en su anterior trabajo, El viento se levanta. Aunque me gusta mucho la animación y el sentido de la maravilla y la aventura que atesora en su interior El chico y la garza, no es la primera vez que Miyazaki recurre al mundo de fantasía paralelo a la realidad como metáfora para contar una historia de superación y de entrada en la madurez. Ahí está El viaje de Chihiro (2001), uno de sus trabajos más celebrados. Es por eso por lo que disfruté especialmente del prólogo de la historia, que tiene lugar en el mundo real.
Lo que sí hay que admitir es
que al veterano director no parece agotársele, ni un ápice, la imaginación a la
hora de diseñar escenarios y situaciones que no hemos visto con anterioridad.
Su toque entrañable y emocionante también sigue estando ahí y el trabajo de
animación es tan extraordinario como siempre -se notan los años invertidos en
su desarrollo y el altísimo presupuesto de la producción-.
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Periquitos asesinos |
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