Rise of the Midnight Sons fue un crossover orquestado por Marvel Comics con el objetivo de aprovechar el inesperado éxito de la versión noventera del Motorista Fantasma. Howard Mackie, guionista poco interesante que sin embargo supo aprovechar su momento con creces, se encargó del relanzamiento del personaje aportando una serie de cambios novedosos que acabaron llamando la atención de los aficionados al terror sobrenatural: el nuevo protagonista, Danny Ketch, un joven repartidor, se convertía en el nuevo Espíritu de Venganza. Más allá de la vestimenta de cuero y la calavera llameante, Mackie le otorgó nuevas armas –una moto moderna, una cadena mágica- y sobre todo un nuevo propósito: vengar a los inocentes, gracias sobre todo a su Mirada de Penitencia, una habilidad sobrenatural que obligaba a los verdugos a sufrir en carne propia el terrible daño que habían ocasionado a sus víctimas. También le otorgó un entorno más urbano, en detrimento de la América profunda que transitaba en su Harley-Davidson su antecesor en el cargo, el acróbata Johnny Blaze, cuya serie regular se publicó mes tras mes desde su debut en 1972 hasta el año 1983 –y que Nicholas Cage interpretó un par de veces en el cine-.
Los lápices de Javier Saltares hicieron el resto a la hora de diseñar al personaje, sobre todo su nueva moto llameante. Caló de tal manera en el público de la época que la Marvel de Tom DeFalco pronto se prestó a aprovechar el tirón del personaje, lanzando toda una línea editorial a su alrededor centrada en un puñado de personajes de temática sobrenatural que en ese momento se encontraban totalmente olvidados. Dicho lanzamiento tuvo lugar en un crossover atípico orquestado en seis partes en el que aparecieron cuatro nuevas series, cuyos primeros números servirían tanto de presentación como de capítulo intermedio de la saga –el inicio y el desenlace se publicarían en la colección del Motorista Fantasma, en ese momento con un jovencísimo Andy Kubert a los lápices, entintado por su propio padre-.
Así aparecieron en las librerías especializadas los primeros números de Morbius, el vampiro viviente, a cargo de Len Kaminski y Ron Wagner; Espíritus de Venganza, con Mackie y Adam Kubert, en la que Johnny Blaze tomaba un mayor protagonismo junto al nuevo Motorista Fantasma –el guionista se había encargado de recuperarlo en su etapa-; Darkhold, a cargo de Christian Cooper y Richard Case, donde la versión Marvel del Necronomicón reunía a su alrededor a un puñado de personajes encargados de encontrar las páginas perdidas del libro maldito –que en ese momento se encontraba bajo la custodia del Doctor Extraño, una vez que este provocó la caída de los vampiros-; y Nightstalkers, con la pareja formada por Chichester y Ron Garney a cargo de traer de vuelta a varios de los secundarios más importantes de la mítica La tumba de Drácula: Blade, Hannibal King y Frank Drake.
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| Portadas de los seis episodios que componen la primera reunión de Los Hijos de la Medianoche |
Vista en perspectiva, es fácil entender los problemas por los que Marvel atravesaba en ese momento. La maniobra editorial se ve desesperada, muy mal planificada y su resultado final apenas aguantó un par de años. El crossover en sí resulta confuso: un batiburrillo de encuentros apresurados con abundante acción, muy poco desarrollo de personajes y clichés por todos lados –la forma de hablar de Blade, por ejemplo, es terrible-. Incluso resulta complicado, si no se conocía la serie del Motorista, entender su estado, con el Espíritu de la Venganza al mando y su huésped, Ketch, recluido en su interior herido de muerte –de ahí la presencia de Blaze, en un intento de ayudar a su contrapartida humana-. Algunos tics de entonces, vistos en perspectiva, resultan hasta graciosos, como las páginas desplegables, ese Blaze siempre con su pitillo en los labios o la tendencia a repetir una y otra vez las mismas situaciones y argumentos: el Motorista Fantasma había sido convertido en un antihéroe, igual que lo había sido en su momento Veneno. Es lo mismo que ocurre con Morbius: su cambio de vestuario viene seguido de una nueva misión que lo lleva a alimentarse solo de aquellos que son culpables de los peores crímenes; mientras que los Nightstalkers, teniendo en cuenta que en ese momento no había vampiros en el Universo Marvel, se transmutan en cazadores de lo sobrenatural –lo que incluye, por fuerza, a varios de los protagonistas de esta saga-. La única serie que me pareció que tenía una premisa más original, Darkhold –y porque me recordaba a una especie de Hellblazer en La Casa de las Ideas- fue la que caló menos en el público, llegando a quedarse inédita en nuestro país, ya que solo se publicaron aquellos números que formaban parte de un crossover dentro de la línea, otro mal endémico de la época –en esos meses el Motorista Fantasma no solo se cruzó con estas nuevas colecciones, sino que también lo hizo con los X-Men de Jim Lee y con el asombroso Spiderman de Alex Saviuk-.
Lo mejor que se puede decir de esta aventura, que tiene a Lilith, Madre de Demonios, como principal villana, es que, sin ser aburrida, sirvió de presentación a un buen puñado de artistas que luego tuvieron su oportunidad dentro de la editorial, sobre todo en la parte gráfica. Kaminski escribió una buena etapa en Iron Man y los hermanos Kubert dieron el salto a la franquicia mutante, donde acabaron haciéndose un nombre que perdura hasta nuestros días. Lo mismo se puede decir de Ron Garney, que desde aquí saltó a una etapa muy celebrada del Capitán América, junto a Mark Waid.
Forum lo publicó en su momento en forma de serie limitada y Panini lo reeditó hace nada en un formato de lujo quizá demasiado exagerado para la calidad de los cómics que atesora, si bien es cierto que son una muestra inmejorable de un tipo de historias que triunfaron en la década de los noventa y que han permanecido en la memoria de muchos aficionados. Y cuyos protagonistas son rescatados cada cierto tiempo por la editorial para caer rápidamente de nuevo en el olvido, hasta que el siguiente guionista que se sienta capaz de hacer algo con ellos los reclame.



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