Stieg Larsson murió el 9 de
noviembre de 2004 a la edad de 50 años, de un repentino ataque al corazón.
Apenas hacía unos días que había entregado a su editor un tercer manuscrito
sobre una saga policiaca en la que llevaba inmerso varios años de su vida, protagonizada
por un periodista de investigación. El primer capítulo de la misma ni siquiera
había sido publicado todavía, por lo que Larsson murió sin llegar a conocer el
tremendo éxito de sus creaciones.
La Saga Millennium pronto se convirtió en un fenómeno literario a
escala mundial que acabó filtrándose con toda naturalidad a otros géneros, como
el cómic o el cine –la industria sueca estrenó con bastante éxito una
adaptación de cada uno de los tres volúmenes de la saga a partir del año 2009,
mientras que Hollywood puso en manos de David Fincher Los hombres que no amaban a las mujeres, estrenada en 2011 y
ganadora de un Oscar, entre varias jugosas nominaciones-. Por desgracia,
Larsson no es solo conocido por ser uno de los escritores de género negro más importantes
del siglo XXI, sino por ser el centro de una agria disputa en torno a su
herencia millonaria, con una batalla legal protagonizada por su compañera
sentimental, con la que llevaba una vida conviviendo y su padre y hermano, con
los que apenas se trataba y que fueron los que se llevaron el gato al agua –la
ley sueca no debe de tener muy en cuenta a las parejas fuera del matrimonio
para estos casos, creo recordar-.
Los Larsson movieron pronto la
posibilidad de continuar con la lucrativa saga, ya que se había filtrado que el
escritor tenía esbozados los argumentos de hasta siete novelas más. Todo este
periodo es un continuo ir y venir entre filtraciones y noticias falsas, muy
difícil de seguir por parte del aficionado, por lo que no hay nada seguro en
todo lo que se contó. El caso es que un nuevo nombre entró en juego: el del
periodista y escritor sueco David Lagercrantz, todo un superventas en su país
de origen gracias a una serie de biografías de personajes como Alan Turing y
sobre todo, la de Zlatan Ibrahimovic. Recuerdo haber leído un reportaje en
algún medio en el que se mostraba las increíbles medidas de seguridad con las
que el periodista debía trabajar para poder llevar a cabo la nueva novela de la
saga, que acabó publicándose en 2015.
En Los hombres que no amaban a las mujeres, Larsson contaba la
historia de un periodista de investigación caído en desgracia que para
ahorrarle el mayor daño posible a su revista decide retirarse del mundillo
editorial en Estocolmo y trasladarse a una pequeña isla apartada del norte de
Suecia a sueldo de un excéntrico millonario, dueño de una de las empresas
industriales históricas del país. Aunque oficialmente se encuentra realizando
una biografía del extenso clan, en realidad su misión consiste en repasar la misteriosa
desaparición de una joven ocurrida treinta años atrás, para intentar arrojar
nueva luz sobre la investigación. Con esta primera y extensa novela, Larsson
sumergía al lector en un ambiente algo claustrofóbico, tanto por el lugar
geográfico donde se desarrolla la mayoría de la acción como por su forma de
describir la idílica sociedad sueca, repleta de corrupción y putrefacción en
prácticamente todos sus estratos. Larsson conseguía atrapar al lector merced a
una minuciosa investigación, de lo más creíble y a un extenso reparto coral de
entre los que destacan Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, una joven mujer de
aspecto frágil con graves problemas sociales que oculta en su interior una
personalidad arrolladora y peligrosa.
Como he comentado antes, el
éxito de la novela fue inmediato y enorme y su segunda y tercera parte
cambiaban ligeramente el estilo, formando ambas un todo algo separado de la
primera parte. En La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire nos encontrábamos
de nuevo con una investigación criminal de enormes proporciones destinada a
sacudir los cimientos de la sociedad sueca, repleta de asesinatos, chantajes y
giros inesperados que hacían la delicia de los lectores. Sin embargo Larsson
decidió además profundizar en su personaje fetiche, una Lisbeth Salander cuyos
orígenes en una familia criminal se convertían en pieza fundamental de la
novela.
En esa misma línea continua la
novela de Lagercrantz, situada unos cinco años tras la finalización de la
anterior aventura. De nuevo Blomkvist y Millennium
se encuentran en una situación complicada, siendo presas ambos del ataque de
varios medios de comunicación rivales y de los tejemanejes de un nuevo socio
inversor cuya línea editorial choca de frente con los ideales que se supone
debe defender la publicación, de libertad de prensa o denuncia social. Hasta
que Blomkvist recibe una llamada de un matemático y científico sueco, un genio
especializado en Inteligencia Artificial que ha recibido una serie de amenazas
de muerte y que necesita revelar algo importante.
Es entonces cuando se inicia
una investigación que se mueve en varios frentes a partir del asesinado del
científico: la periodística, liderada por Mikael; la policial, donde nos
encontramos con la mayoría de personajes de las anteriores novelas y la que
lleva a cabo Lisbeth Salander, movida de nuevo por un interés personal, lo que
no impedirá una nueva colaboración con el periodista. En ese aspecto, Lagercrantz
respeta de forma escrupulosa el estilo y forma de las anteriores novelas de
Larsson, ambientada en Estocolmo y alrededores y con elementos comunes como un
reparto coral y un misterio alrededor de un tema tan candente y de actualidad
como es la vigilancia extrema de las agencias de espionaje, un tema que saltó a
la opinión pública a raíz de las revelaciones de Snowden. Lo servicios secretos suecos, las grandes corporaciones o
incluso la NSA tienen un papel relevante en esta novela, donde por fuerza hay
que destacar varios aspectos: en primer lugar se trata de un capítulo más de
una saga que seguro continuará más pronto que tarde, donde se introduce un
nuevo villano sacado del pasado de Lisbeth que todavía tiene mucho que decir en
la vida de los protagonistas; mientras que la propia Lisbeth se convierte aquí
en una Mary Suede aspecto gótico y rebelde, tal es su maestría y
resolución en prácticamente todo lo que hace. Quizás esta parte ha quedado algo
exagerada, pero está claro que es el personaje más reconocible de la saga y el
más icónico.
En definitiva, el cuarto
capítulo de la Saga Millennium es
continuista con lo que habíamos visto con anterioridad, sobre todo con el
segundo y tercer volumen. No inventa nada nuevo e intenta llevar a los
personajes por un camino ya prefijado de antemano. Pero se trata de una fórmula
que funcionó en el pasado y que aquí lo sigue haciendo: sigue siendo tan
entretenida y aditiva como sus predecesoras. Es una de esas novelas que atrapan
con suma facilidad, pese a la extensión de la misma y a la complejidad de sus
muchas subtramas y personajes.

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