Desde que Steven Moffat y Mark
Gatiss reformularan al personaje creado por Conan Doyle en el 2010, cada una de
sus breves apariciones en la pequeña pantalla se ha convertido en un evento
televisivo, tanto en su país de origen como allende sus fronteras, siendo como
es una de esas creaciones universales que prácticamente todo el mundo conoce.
El éxito de Sherlock también ha contribuido a que
sus actores protagonistas hayan emprendido nuevos caminos profesionales, dentro
y fuera de la pequeña pantalla, dificultando todavía más si cabe el rodaje de
nuevos episodios. La segunda temporada llegó dos años después, en 2012 y la
tercera lo hizo en 2014. Ante la imposibilidad de rodar una nueva temporada en
2016, se optó por un curioso experimento, un especial navideño que transportaba
a los protagonistas a la época histórica, la era victoriana, que los vio nacer y que se tituló The Abominable Bride –el décimo episodio
de la serie-.
Ya desde los mismos comienzos
se apostó por temporadas de pocos capítulos, tan solo tres, aunque estos fueran
de una duración superior, casi hora y media cada uno. Y así en 2017 ha vuelto
con su cuarta temporada y tres episodios más. Y con ella ha llegado la polémica,
porque por primera vez se nota un cierto agotamiento en la fórmula. Y es que no
está nada claro que el camino elegido por Moffat para sus personajes sea el más
adecuado, o al menos el que convenza a los aficionados.
Cuando Sherlock y Watson
volvieron a Baker Street, no solo se trataba de una modernización del canon del
personaje. La química entre Cumberbatch y Freeman; las excentricidades del
primero y la vuelta de tuerca que se producía sobre los viejos relatos de Doyle
se convirtieron en marca de la casa; en algo que los aficionados podían
reconocer en cada uno de los episodios. También había novedad a la hora de
presentar en pantalla ciertos aspectos de la investigación, como el uso de las
nuevas tecnologías o algunos de los procesos mentales de Sherlock.
Uno de los problemas con los
que se enfrenta Moffat es que no ha sido capaz de mantener esas características
de los comienzos de la serie, por no hablar de que en algunos momentos los
episodios llegan a aburrir. Lo que al principio era un claro homenaje a la obra
de Doyle ha quedado en un puñado de referencias a algún que otro título o
situación. Cumberbatch está más desatado que nunca y en muchas situaciones
llega a ser realmente cargante. Y la obsesión de Moffat con su Palacio de la
Mente tampoco es algo bueno. Lo que era uno de los mejores descubrimientos de la
serie ha acabado fagocitándolo todo. Ya tuvimos una buena muestra de ello en el
especial navideño del año pasado, donde lo que se nos contaba ocurría en una
pequeña fracción de tiempo, ya que toda la acción tenía lugar dentro de la
mente de un Sherlock hasta arriba de drogas y al borde de la sobredosis. El
problema era que no quedaba muy claro qué es lo que se nos intentaba contar.
De esa forma llegamos al
primer episodio de esta cuarta temporada, uno de los más confusos de toda la
serie. La amenaza de Moriarty sigue latente, pero en un segundo plano. En
realidad el episodio se centra de nuevo en la figura de Mary y en las
consecuencias que tendrá que afrontar debido a su violento pasado.
Al menos, en el segundo
capítulo la serie remonta el vuelo al centrarse en la relación rota de Sherlock
y Holmes, gracias a la presencia de un antagonista claro interpretado por Toby
Jones (Capitán América, El topo, La niebla).
Aunque de nuevo tenemos las constantes idas de olla de Holmes, al menos el
final es un buen cliffhanger para el
último episodio, donde una nueva amenaza se plantea, esta vez a la altura no
solo de la mente de Sherlock, sino también de la de su hermano Mycroft.
La cuarta temporada de Sherlock va de menos a más. En su primer
episodio ha dado ciertos síntomas de agotamiento, aunque luego ha logrado
remontar el vuelo, primero sin grandes alardes y finalmente recordando a los
mejores momentos de la serie. Y esto es en realidad lo que ha ocurrido: que con
cada nuevo episodio Moffat y Gatiss se superaban a ellos mismos y convirtieron
la serie de la BBC en lo mejor que se
podía encontrar en televisión. Y ahora, en cuanto tienen un pequeño traspiés,
pues se nota. Y se le perdona, por los buenos momentos que os ha dado y por los
que podrían quedar, aunque cada vez sea más difícil juntarlos a todos, delante
y detrás de las cámaras.




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