Nueve años después del estreno
de la adaptación de Ghost in the Shell,
Oshii volvió al particular universo creado por Masamune Shirow, repitiendo las
claves que habían hecho grande a su película, si bien es cierto que los años no
pasan en balde y el adelanto en la técnica de efectos especiales se deja notar
mucho más que en 1995.
De nuevo la ambientación y el
cuidado de los fondos y escenarios por los que se mueven los personajes es una
pieza esencial de la historia que quiere contar Oshii, así como la música de
Kenji Kawai, que repetía con el director. De igual manera, se repite el espacio
en el guión para el desarrollo de diferentes ideas en torno a la relación entre
humanos y máquinas y la diferencia que hay entre ellos. Filosofía, ciencia,
religión y un continuo uso de citas literarias en boca de los personajes.
La trama principal gira en
torno a una investigación policial de la Sección
9 liderada por Batou, que junto a Togusa deberá resolver el asesinato de
una serie de personas a manos de unos muñecos robóticos de última generación,
muy parecidos a los seres humanos.
Tal y como hizo con la primera
película, el guionista y director toma la idea de uno de los casos que
investigaba la Sección 9 en el manga
original The Ghost in the Shell y lo
adapta levemente para dar salida a sus inquietudes morales y filosóficas. Y
aunque en un principio dijo que la película funcionaría por sí sola, no como si
de una secuela al uso se tratara, la presencia de la Mayor era demasiado jugosa
como para dejarla pasar por alto.
Se pueden encontrar grandes
secuencias de acción en esta película, con Batou desatado dando rienda suelta a
todo el poder que atesora su cuerpo robótico. No me atrevo a afirmar si es peor
o mejor que la anterior, porque tienen tantos puntos en común y se parecen
tanto en su desarrollo que si no es por el uso de los efectos visuales nos
costaría diferenciarlas. Quizás eso sea un punto a favor de la primera, ya que
su animación tradicional siempre me ha resultado más atractiva que los efectos
modernos que juegan demasiado con los volúmenes y el 3D.
Innocence se estrenó en Cannes y compitió por la Palma de Oro. Su
repercusión fue menor, está claro, pero funcionó muy bien entre la crítica y el
público. Oshii le tiene tomada la medida a un universo de ficción al que ha
dedicado, en mayor o menor medida, buena parte de su carrera profesional. Y eso
es algo que se nota en la pantalla.




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