Tras la buena acogida que tuvo
la primera aparición del inspector de la policía de Vigo Leo Caldas en 2006 con
Ojos de agua, Domingo Villar lo
recuperó para su segunda novela, publicada en 2009 y que en el año 2015 vio el
salto al cine, de la mano del director Gerardo Herrero.
Villar continúa con el mismo
tono y ritmo que pudimos apreciar en la anterior aventura. Desde esa peculiar
manera de comenzar cada episodio, con una cita del diccionario, hasta la
relación que se ha establecido entre el taciturno inspector y su ayudante de
origen aragonés, Rafael Estévez, cuyo temperamento no hace precisamente buenas
migas con los lugareños.
Lo que sí varía es el
escenario de un nuevo crimen, ya que dejamos atrás la ciudad de Vigo para
llegarnos al pueblo de Panxón, en la provincia de Pontevedra. En una de sus
playas aparece un marinero muerto con las manos atadas. Lo que en un principio
parece ser un suicidio, acaba despertando el recelo del inspector, que decide
iniciar una investigación criminal en un pequeño pueblo costero, dedicado a la
pesca, donde resulta realmente difícil sacar algo en claro de sus habitantes.
Porque el recién fallecido tenía un pasado algo turbio, que ha hecho que la
superstición anide en el corazón de los marineros, temerosos siquiera de pensar
en el asunto.
Una investigación policial que
se desarrolla por los cauces normales y previsibles, sin grandes alardes ni
sorpresas, mientras el inspector Caldas va dando forma en su cabeza a una
historia que se remonta muchos años atrás y que todavía, parece, está lejos de
acabar.
Pero Domingo Villar no se
centra en exclusiva en los detalles del misterio, sino que aporta una mayor
atención a la personalidad del inspector en un momento de su vida no especialmente
feliz. Hace tiempo que vive solo, separado de su mujer y no es capaz de reunir
el valor necesario para hablar con ella y arreglar sus problemas. Al mismo
tiempo, su tío se ve obligado a pasar una larga temporada en el hospital, lo
que le fuerza a una mayor interacción con su padre, retirado en las afueras y
dedicado a sus viñas.
Su afición a los blancos y a
la comida casera no es suficiente como para hacerle llevadero el día y la
consulta radiofónica en la que participa, Patrulla
en las Ondas, cada vez se le hace más cuesta arriba.
La melancolía del inspector se
transmite a la ambientación del relato, en paisajes naturales amplios y
desiertos, donde la mar juega un papel fundamental y donde pocas veces hace
buen tiempo. Y así al lector, que se deja llevar por una combinación acertada
entre desarrollo de personaje y resolución del asesinato.
La tercera novela de Domingo
Villar está a punto de ser publicada, si no lo ha sido ya, de nuevo en Siruela. Aunque desconozco si repetirá
con el inspector Leo Caldas y la extraña pareja que forma con Rafael Estévez.

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