martes, 14 de marzo de 2017

La playa de los ahogados, de Domingo Villar

Tras la buena acogida que tuvo la primera aparición del inspector de la policía de Vigo Leo Caldas en 2006 con Ojos de agua, Domingo Villar lo recuperó para su segunda novela, publicada en 2009 y que en el año 2015 vio el salto al cine, de la mano del director Gerardo Herrero.

Villar continúa con el mismo tono y ritmo que pudimos apreciar en la anterior aventura. Desde esa peculiar manera de comenzar cada episodio, con una cita del diccionario, hasta la relación que se ha establecido entre el taciturno inspector y su ayudante de origen aragonés, Rafael Estévez, cuyo temperamento no hace precisamente buenas migas con los lugareños.

Lo que sí varía es el escenario de un nuevo crimen, ya que dejamos atrás la ciudad de Vigo para llegarnos al pueblo de Panxón, en la provincia de Pontevedra. En una de sus playas aparece un marinero muerto con las manos atadas. Lo que en un principio parece ser un suicidio, acaba despertando el recelo del inspector, que decide iniciar una investigación criminal en un pequeño pueblo costero, dedicado a la pesca, donde resulta realmente difícil sacar algo en claro de sus habitantes. Porque el recién fallecido tenía un pasado algo turbio, que ha hecho que la superstición anide en el corazón de los marineros, temerosos siquiera de pensar en el asunto.

Una investigación policial que se desarrolla por los cauces normales y previsibles, sin grandes alardes ni sorpresas, mientras el inspector Caldas va dando forma en su cabeza a una historia que se remonta muchos años atrás y que todavía, parece, está lejos de acabar.

Pero Domingo Villar no se centra en exclusiva en los detalles del misterio, sino que aporta una mayor atención a la personalidad del inspector en un momento de su vida no especialmente feliz. Hace tiempo que vive solo, separado de su mujer y no es capaz de reunir el valor necesario para hablar con ella y arreglar sus problemas. Al mismo tiempo, su tío se ve obligado a pasar una larga temporada en el hospital, lo que le fuerza a una mayor interacción con su padre, retirado en las afueras y dedicado a sus viñas.

Su afición a los blancos y a la comida casera no es suficiente como para hacerle llevadero el día y la consulta radiofónica en la que participa, Patrulla en las Ondas, cada vez se le hace más cuesta arriba.

La melancolía del inspector se transmite a la ambientación del relato, en paisajes naturales amplios y desiertos, donde la mar juega un papel fundamental y donde pocas veces hace buen tiempo. Y así al lector, que se deja llevar por una combinación acertada entre desarrollo de personaje y resolución del asesinato.


La tercera novela de Domingo Villar está a punto de ser publicada, si no lo ha sido ya, de nuevo en Siruela. Aunque desconozco si repetirá con el inspector Leo Caldas y la extraña pareja que forma con Rafael Estévez. 

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