Tras el estreno de El retorno del rey y sobre todo tras los
once Oscars que consiguió en febrero de 2004, de los cuales Jackson era
directamente responsable de tres, el director neozelandés se convirtió en uno
de los profesionales más cotizados de Hollywood y así se justificó su salario,
que batió todos los récords de la industria, en su siguiente proyecto: un
remake de una de las películas más míticas de la historia del cine, rodada en
blanco y negro en 1933 y toda una revolución en el uso de los efectos
especiales: King Kong.
Pero para Peter Jackson era
también la culminación de un sueño, de un anhelo muy personal, ya que fue esa
película la que lo marcó en su niñez y la que hizo que quisiera dedicarse al
mundo del cine. Algunos de sus primeros trabajos no profesionales gravitaban
alrededor de la película de Cooper y Schoedsack y ya estuvo a punto de dirigir
un remake cuando ya era conocido en Hollywood, aunque las negociaciones con Universal no llegaron a buen puerto, por
lo que se vio obligado a postergar la decisión. Lo que al final acabó
convirtiéndose en algo muy positivo para él, ya que se embarcó en el extenuante
proyecto de rodar una trilogía basada en El
Señor de los Anillos, cuyo éxito lo situó en una posición inmejorable para
retomar su sueño de infancia.
Una buena muestra de la
posición inmejorable de Jackson de cara a negociar con la Universal es la enorme cantidad de concesiones que le hicieron:
Jackson logró embarcar a su propia productora y a buena parte del equipo
técnico y de guión que había trabajado con él en El Señor de los Anillos y a los que le unía una estupenda relación.
También consiguió llevarse el rodaje a su Nueva Zelanda natal, así como firmar
a un trío de protagonistas de primer nivel. Pero lo que es más importante: se
aseguró un porcentaje de los beneficios de la futura taquilla y un presupuesto
inicial de 150 millones de dólares, aunque aquí a Jackson no le acabó de salir
bien la jugada: ya tenía fama entonces de pasarse tanto de metraje como de
presupuesto y si la película excedía los 175 millones tendría que poner él la
diferencia. King Kong se convirtió,
en el año de su estreno en 2005, en una de las películas más caras de la
historia, pasando de los 200 millones de dólares.
Afortunadamente para el
director, que vivió situaciones muy duras durante el rodaje, con una pérdida de
peso considerable, multitud de problemas y momentos de auténtica desesperación,
la película acabó recaudando algo más de 500 millones de dólares, lo que no
acabó de convencer a la Universal,
que esperaba mucho más. Al menos en el mercado doméstico la película funcionó
muy bien y le permitió recaudar una inesperada cantidad, convirtiendo al final
a la producción en un éxito de cara a los inversores.
La crítica también la trató
bastante bien. El apartado técnico es sobresaliente y los efectos especiales se
encontraban varios peldaños por encima de El
Señor de los Anillos, lo que es mucho decir. El cuidado diseño de
producción, capaz de reproducir la Nueva York de principios de la década de los
treinta en plena Gran Depresión o los interiores de la salvaje isla de la
Calavera, se encontraba a un nivel insuperable. El actor Andy Serkis,
especialista en dar vida a personajes digitales mediante la captura de
movimiento, había trabajado con Jackson interpretando a Gollum y aquí dio toda
una demostración de expresividad y de capacidad de mimetismo al dar vida a Kong
–tan solo en ponerle el traje y los sensores ya tardaban varias horas-. Tras
esta película Serkis ha continuado con esta línea de trabajo: repitió con
Jackson en Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio; ha debutado en la nueva trilogía de Star Wars,
El despertar de la fuerza y volvió a
ponerse bajo la piel de un mono al dar vida a César, en El origen del planeta de los simios y su secuela, El amanecer del planeta de los simios.
No son pocas las voces que se alzan cada vez que este hombre se enfunda un
traje de captura de movimiento que piden incluir a personajes digitales en las
quinielas de los Oscars.
Los actores también recibieron
alabanzas, en especial una Naomi Watts que está radiante y que en su
interacción con Kong puede dar rienda suelta a todo su talento. Como
curiosidad, Watts se dio a conocer en Mulholland
Drive, donde también interpretaba a una aspirante a actriz, tal y como hace
aquí, deseando dar el salto a Broadway y de momento conformándose con el vodevil.
Recientemente la hemos visto en un papel secundario en Birdman y hace ya algunos años nos conmovió a todos en Lo imposible, en un rodaje que tuvo que
ser a su vez tan duro como el de King
Kong. Adrien Brody, uno de esos actores que pese a tener en su haber
grandes interpretaciones no acaba de encontrar acomodo en el Hollywood actual (Midnight in Paris, El profesor), se
encarga de Jack Driscoll, un reputado guionista de teatro que en el guión de
Jackson se convierte en un intrépido aventurero motivado por el amor que siente
hacia Ann Darrow. Aunque es Jack Black el que acaba robando todo el
protagonismo, toda una apuesta por parte de Jackson al alejarlo de la comedia y
ofrecerle un papel de pícaro sin escrúpulos, embaucador y encantador de
serpientes, basado ligeramente en Orson Welles.
La película puede dividirse en
tres partes bien diferenciadas: la primera de ellas tiene lugar en Manhattan y
a bordo del Venture, el barco que
transporta a los principales protagonistas a Skull Island. El guión hace un hábil trabajo de presentación de
personajes, juega muy bien con el sentido del humor ligero y va preparando al
espectador para el festival de efectos especiales que se le viene encima.
Thomas Kretschmann, actor alemán que ya coincidió con Brody en El pianista, se encarga aquí del rudo y
ambicioso capitán del barco, mientras que en su tripulación podemos encontrar
al propio Serkis como cocinero o a Jamie Bell (Resistencia, Jane Eyre, Snowpiercer), que de aquí pasaría a
interpretar al mismísimo Tintín. Colin Hanks o Kyle Chandler (El lobo de Wall Street, Super 8)
también tienen pequeños papeles.
Merece la pena destacar la
estupenda labor de James Newton Howard en la composición de la banda sonora,
nominación al Globo de Oro incluida. En su momento fue bastante polémica, ya
que Jackson tenía firmado a Howard Shore, el compositor de El Señor de los Anillos, pero acabó despidiéndolo cuando quedaba
muy poco tiempo para estrenar, algo bastante inusual y que vino a sembrar
cierta inquietud en torno a la producción, aunque en esos casos Jackson acababa
concediendo pases especiales a los ejecutivos donde el metraje seleccionado
despejaba todas las dudas.
Jackson no solo se pasó de
presupuesto, sino también de metraje, que llegó hasta las tres horas. De hecho,
la verdadera acción y la aparición de Kong no tienen lugar hasta bien pasada la
primera hora y es entonces cuando la historia se transforma en un espectáculo
de aventura y acción fantásticamente dirigido. Como director, el neozelandés no
solo siente predilección por los primeros planos, sino por los travelling
imposibles y por la planificación de extensas secuencias de acción que, si bien
es cierto que gozan de una nitidez fantástica, a veces duran demasiado y
siempre atesoran algún que otro momento demasiado exagerado. Por poner algún
ejemplo de esta misma película, no deja de ser risible que en plena estampida
de dinosaurios Driscoll se convierta en un intrépido corredor de fondo que
incluso es capaz de soltarle una patada en el aire a un tipo de velocirraptor.
Lo mismo se puede decir del enfrentamiento de Kong con los tres tiranosaurios,
sobre todo cuando deviene en la caída hacia las lianas –una prueba del cuidado
del diseño de producción es que en la concepción de la innumerables criaturas que
habitan la Isla Calavera no se limitaron a copiar otras ya existentes, sino que
decidieron jugar con qué podría haber ocurrido tras 65 millones de años de
evolución en un lugar aislado de la civilización-.
Es decir, Jackson es excesivo,
pero hay que reconocer que tiene pulso narrativo y que sus elaboradas
secuencias quedan inmejorables en pantalla grande. A cambio, a veces es verdad
que el CGI canta un poco, pero es un
elemento de crítica menor. También se le puede achacar que al darle tanta salida
a escenas de acción, el resto de tiempo para explicar las tramas queda un poco
cojo. La historia de amor resulta apenas abocetada y la huida de Driscoll y Ann
sufre de una elipsis brutal. Sin embargo, a la hora de cimentar la relación
entre Ann y el gorila, la cosa cambia, porque se toma su tiempo.
También merece la pena
destacar la buena mano que demuestra a la hora de jugar con el terror. Primero
en todo lo que tiene que ver con el descubrimiento, llegada y desembarco en la
isla, hasta que Ann es ofrecida al rey
Kong –de esta parte solo le echo en cara unos movimientos de cámara un tanto
extraños a los que recurre en ciertos momentos-. De igual manera, hay una
secuencia posterior que tiene lugar en lo profundo de un barranco, poblado de
insectos y criaturas asquerosas que consigue enervar al más pintado. Y es que
Jackson comenzó su carrera con un tipo de cine muy imaginativo pero repleto de
escenas gore, combinadas con un sentido del humor de lo más negro. Como
curiosidad, en Braindead había un
homenaje a la película original de King
Kong, ya que el bicho que propagaba la enfermedad tenía su origen en la
Isla Calavera. Aquí hay una nueva vuelta de tuerca sobre este tema, ya que en
la bodega del Venture se puede
encontrar la caja donde viajó a la civilización.
No es el único homenaje que
hay a la película original: al principio de la historia, cuando el personaje de
Jack Black busca una actriz pregunta precisamente por Fay Wray, a la que además
Jackson tenía reservado el último diálogo de la película, aunque falleció antes
de poder grabarlo. El neozelandés, muy aficionado a aparecer en todas sus
películas, se reservó el mismo cameo que los directores de la versión de 1933:
la de uno de los pilotos que acaban derribando a Kong del Empire State. Lo que no he sido capaz de encontrar es algún tipo de
referencia al remake que se estrenó en 1973, con Jeff Bridges y Jessica Lange
de protagonistas y que dio inicio a una franquicia. Como curiosidad, se hizo
con un Oscar a Mejores Efectos Visuales,
premio que también ganó la de Jackson –junto a dos más: Mejor Sonido y Edición de
Sonido-.
La historia sufre un poco en
su ritmo tras la salida de la isla de la Calavera, solo recuperándose en el
clímax del film, ya que se trata de una de las secuencias más míticas de la
historia del cine y donde Jackson se muestra a la altura.
El King Kong de Peter Jackson es una buena muestra del saber hacer de su
director y máximo responsable a la hora de encargarse de una superproducción de
estas características, destinada a reventar las taquillas del mundo entero. También
es la película ideal para conocer de primera mano sus obsesiones como cineasta
y algunos de sus fallos más evidentes. Por desgracia desde entonces no parece
que se haya sentido igual de cómodo con su trabajo: The Lovely Bones fue todo un fracaso, pese a contar con un villano
muy conseguido y la reciente trilogía de El Hobbit ha tenido demasiados altibajos, tantos que no son pocos los que
hubieran preferido un cambio en la silla de dirección, como estaba previsto en
un principio.
Esperemos que su siguiente
proyecto siga ligado a la aventura que tan bien retrata, ya sea con las
aventuras de Tintín o con algo bien diferente. Pero seguro que quedará
espectacular en pantalla.










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