viernes, 10 de marzo de 2017

Regreso a Skull Island. El King Kong de Peter Jackson


Tras el estreno de El retorno del rey y sobre todo tras los once Oscars que consiguió en febrero de 2004, de los cuales Jackson era directamente responsable de tres, el director neozelandés se convirtió en uno de los profesionales más cotizados de Hollywood y así se justificó su salario, que batió todos los récords de la industria, en su siguiente proyecto: un remake de una de las películas más míticas de la historia del cine, rodada en blanco y negro en 1933 y toda una revolución en el uso de los efectos especiales: King Kong.

Pero para Peter Jackson era también la culminación de un sueño, de un anhelo muy personal, ya que fue esa película la que lo marcó en su niñez y la que hizo que quisiera dedicarse al mundo del cine. Algunos de sus primeros trabajos no profesionales gravitaban alrededor de la película de Cooper y Schoedsack y ya estuvo a punto de dirigir un remake cuando ya era conocido en Hollywood, aunque las negociaciones con Universal no llegaron a buen puerto, por lo que se vio obligado a postergar la decisión. Lo que al final acabó convirtiéndose en algo muy positivo para él, ya que se embarcó en el extenuante proyecto de rodar una trilogía basada en El Señor de los Anillos, cuyo éxito lo situó en una posición inmejorable para retomar su sueño de infancia.

Una buena muestra de la posición inmejorable de Jackson de cara a negociar con la Universal es la enorme cantidad de concesiones que le hicieron: Jackson logró embarcar a su propia productora y a buena parte del equipo técnico y de guión que había trabajado con él en El Señor de los Anillos y a los que le unía una estupenda relación. También consiguió llevarse el rodaje a su Nueva Zelanda natal, así como firmar a un trío de protagonistas de primer nivel. Pero lo que es más importante: se aseguró un porcentaje de los beneficios de la futura taquilla y un presupuesto inicial de 150 millones de dólares, aunque aquí a Jackson no le acabó de salir bien la jugada: ya tenía fama entonces de pasarse tanto de metraje como de presupuesto y si la película excedía los 175 millones tendría que poner él la diferencia. King Kong se convirtió, en el año de su estreno en 2005, en una de las películas más caras de la historia, pasando de los 200 millones de dólares.


Afortunadamente para el director, que vivió situaciones muy duras durante el rodaje, con una pérdida de peso considerable, multitud de problemas y momentos de auténtica desesperación, la película acabó recaudando algo más de 500 millones de dólares, lo que no acabó de convencer a la Universal, que esperaba mucho más. Al menos en el mercado doméstico la película funcionó muy bien y le permitió recaudar una inesperada cantidad, convirtiendo al final a la producción en un éxito de cara a los inversores.

La crítica también la trató bastante bien. El apartado técnico es sobresaliente y los efectos especiales se encontraban varios peldaños por encima de El Señor de los Anillos, lo que es mucho decir. El cuidado diseño de producción, capaz de reproducir la Nueva York de principios de la década de los treinta en plena Gran Depresión o los interiores de la salvaje isla de la Calavera, se encontraba a un nivel insuperable. El actor Andy Serkis, especialista en dar vida a personajes digitales mediante la captura de movimiento, había trabajado con Jackson interpretando a Gollum y aquí dio toda una demostración de expresividad y de capacidad de mimetismo al dar vida a Kong –tan solo en ponerle el traje y los sensores ya tardaban varias horas-. Tras esta película Serkis ha continuado con esta línea de trabajo: repitió con Jackson en Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio; ha debutado en la nueva trilogía de Star Wars, El despertar de la fuerza y volvió a ponerse bajo la piel de un mono al dar vida a César, en El origen del planeta de los simios y su secuela, El amanecer del planeta de los simios. No son pocas las voces que se alzan cada vez que este hombre se enfunda un traje de captura de movimiento que piden incluir a personajes digitales en las quinielas de los Oscars.


Los actores también recibieron alabanzas, en especial una Naomi Watts que está radiante y que en su interacción con Kong puede dar rienda suelta a todo su talento. Como curiosidad, Watts se dio a conocer en Mulholland Drive, donde también interpretaba a una aspirante a actriz, tal y como hace aquí, deseando dar el salto a Broadway y de momento conformándose con el vodevil. Recientemente la hemos visto en un papel secundario en Birdman y hace ya algunos años nos conmovió a todos en Lo imposible, en un rodaje que tuvo que ser a su vez tan duro como el de King Kong. Adrien Brody, uno de esos actores que pese a tener en su haber grandes interpretaciones no acaba de encontrar acomodo en el Hollywood actual (Midnight in Paris, El profesor), se encarga de Jack Driscoll, un reputado guionista de teatro que en el guión de Jackson se convierte en un intrépido aventurero motivado por el amor que siente hacia Ann Darrow. Aunque es Jack Black el que acaba robando todo el protagonismo, toda una apuesta por parte de Jackson al alejarlo de la comedia y ofrecerle un papel de pícaro sin escrúpulos, embaucador y encantador de serpientes, basado ligeramente en Orson Welles.

La película puede dividirse en tres partes bien diferenciadas: la primera de ellas tiene lugar en Manhattan y a bordo del Venture, el barco que transporta a los principales protagonistas a Skull Island. El guión hace un hábil trabajo de presentación de personajes, juega muy bien con el sentido del humor ligero y va preparando al espectador para el festival de efectos especiales que se le viene encima. Thomas Kretschmann, actor alemán que ya coincidió con Brody en El pianista, se encarga aquí del rudo y ambicioso capitán del barco, mientras que en su tripulación podemos encontrar al propio Serkis como cocinero o a Jamie Bell (Resistencia, Jane Eyre, Snowpiercer), que de aquí pasaría a interpretar al mismísimo Tintín. Colin Hanks o Kyle Chandler (El lobo de Wall Street, Super 8) también tienen pequeños papeles.

Merece la pena destacar la estupenda labor de James Newton Howard en la composición de la banda sonora, nominación al Globo de Oro incluida. En su momento fue bastante polémica, ya que Jackson tenía firmado a Howard Shore, el compositor de El Señor de los Anillos, pero acabó despidiéndolo cuando quedaba muy poco tiempo para estrenar, algo bastante inusual y que vino a sembrar cierta inquietud en torno a la producción, aunque en esos casos Jackson acababa concediendo pases especiales a los ejecutivos donde el metraje seleccionado despejaba todas las dudas.

Jackson no solo se pasó de presupuesto, sino también de metraje, que llegó hasta las tres horas. De hecho, la verdadera acción y la aparición de Kong no tienen lugar hasta bien pasada la primera hora y es entonces cuando la historia se transforma en un espectáculo de aventura y acción fantásticamente dirigido. Como director, el neozelandés no solo siente predilección por los primeros planos, sino por los travelling imposibles y por la planificación de extensas secuencias de acción que, si bien es cierto que gozan de una nitidez fantástica, a veces duran demasiado y siempre atesoran algún que otro momento demasiado exagerado. Por poner algún ejemplo de esta misma película, no deja de ser risible que en plena estampida de dinosaurios Driscoll se convierta en un intrépido corredor de fondo que incluso es capaz de soltarle una patada en el aire a un tipo de velocirraptor. Lo mismo se puede decir del enfrentamiento de Kong con los tres tiranosaurios, sobre todo cuando deviene en la caída hacia las lianas –una prueba del cuidado del diseño de producción es que en la concepción de la innumerables criaturas que habitan la Isla Calavera no se limitaron a copiar otras ya existentes, sino que decidieron jugar con qué podría haber ocurrido tras 65 millones de años de evolución en un lugar aislado de la civilización-.


Es decir, Jackson es excesivo, pero hay que reconocer que tiene pulso narrativo y que sus elaboradas secuencias quedan inmejorables en pantalla grande. A cambio, a veces es verdad que el CGI canta un poco, pero es un elemento de crítica menor. También se le puede achacar que al darle tanta salida a escenas de acción, el resto de tiempo para explicar las tramas queda un poco cojo. La historia de amor resulta apenas abocetada y la huida de Driscoll y Ann sufre de una elipsis brutal. Sin embargo, a la hora de cimentar la relación entre Ann y el gorila, la cosa cambia, porque se toma su tiempo.


También merece la pena destacar la buena mano que demuestra a la hora de jugar con el terror. Primero en todo lo que tiene que ver con el descubrimiento, llegada y desembarco en la isla, hasta que Ann es ofrecida al rey Kong –de esta parte solo le echo en cara unos movimientos de cámara un tanto extraños a los que recurre en ciertos momentos-. De igual manera, hay una secuencia posterior que tiene lugar en lo profundo de un barranco, poblado de insectos y criaturas asquerosas que consigue enervar al más pintado. Y es que Jackson comenzó su carrera con un tipo de cine muy imaginativo pero repleto de escenas gore, combinadas con un sentido del humor de lo más negro. Como curiosidad, en Braindead había un homenaje a la película original de King Kong, ya que el bicho que propagaba la enfermedad tenía su origen en la Isla Calavera. Aquí hay una nueva vuelta de tuerca sobre este tema, ya que en la bodega del Venture se puede encontrar la caja donde viajó a la civilización.


No es el único homenaje que hay a la película original: al principio de la historia, cuando el personaje de Jack Black busca una actriz pregunta precisamente por Fay Wray, a la que además Jackson tenía reservado el último diálogo de la película, aunque falleció antes de poder grabarlo. El neozelandés, muy aficionado a aparecer en todas sus películas, se reservó el mismo cameo que los directores de la versión de 1933: la de uno de los pilotos que acaban derribando a Kong del Empire State. Lo que no he sido capaz de encontrar es algún tipo de referencia al remake que se estrenó en 1973, con Jeff Bridges y Jessica Lange de protagonistas y que dio inicio a una franquicia. Como curiosidad, se hizo con un Oscar a Mejores Efectos Visuales, premio que también ganó la de Jackson –junto a dos más: Mejor Sonido y Edición de Sonido-.


La historia sufre un poco en su ritmo tras la salida de la isla de la Calavera, solo recuperándose en el clímax del film, ya que se trata de una de las secuencias más míticas de la historia del cine y donde Jackson se muestra a la altura.

El King Kong de Peter Jackson es una buena muestra del saber hacer de su director y máximo responsable a la hora de encargarse de una superproducción de estas características, destinada a reventar las taquillas del mundo entero. También es la película ideal para conocer de primera mano sus obsesiones como cineasta y algunos de sus fallos más evidentes. Por desgracia desde entonces no parece que se haya sentido igual de cómodo con su trabajo: The Lovely Bones fue todo un fracaso, pese a contar con un villano muy conseguido y la reciente trilogía de El Hobbit ha tenido demasiados altibajos, tantos que no son pocos los que hubieran preferido un cambio en la silla de dirección, como estaba previsto en un principio.


Esperemos que su siguiente proyecto siga ligado a la aventura que tan bien retrata, ya sea con las aventuras de Tintín o con algo bien diferente. Pero seguro que quedará espectacular en pantalla. 


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