lunes, 10 de abril de 2017

Punisher: zona de guerra, de Chuck Dixon & John Romita Jr.


Los años noventa, de infausto recuerdo para los aficionados que los vivimos en primera persona, trajeron una evolución al cómic de superhéroes norteamericano que casi acaba con él –pese a que entre tanta paja siempre es posible encontrar obras más que reseñables que se publicaron en aquellos años-. Dos son las principales características que definen a los cómics de la época: los héroes se volvieron más oscuros y sus acciones más violentas, mientras que el diseño de los mismos sufría una serie de cambios bastante ridículos: los disfraces multicolores dejaron paso al negro, al cuero, a los pinchos y a las cadenas.

De entre todas las colecciones que se publicaban entonces, aquellos personajes que vivieron su mejor momento fueron precisamente los antihéroes de verdad, los que siempre habían sido así, como Frank Castle. The Punisher War Zone, estrenada en 1992, era la tercera serie regular protagonizada por el personaje tras The Punisher (1987) y The Punisher War Journal (1988), que lanzaron Carl Potts y Jim Lee.

En esta nueva serie de la franquicia, el guionista Chuck Dixon (Robin Año Uno, Batgirl Año Uno), que luego asociaría su nombre a la franquicia de Batman en el Universo DC, no inventa nada nuevo, pero sí que se las arregla para introducir algunos aspectos novedosos en el modus operandi de el Castigador. Asentado en Brooklyn, de nuevo lo tenemos enfrentado a una familia mafiosa italiana, los Carbone. Primero el guionista lo separa de Micro, su incondicional apoyo, en lo que parece ser una ruptura que tardará en resolverse. Y luego le hace cambiar drásticamente de técnica: esta vez se infiltrará dentro de la familia, bajo una identidad falsa, para tener acceso a jugosa información que le permita ir destrozándolos poco a poco desde dentro, aparte de llevarse por delante a la competencia.


El tebeo está repleto de violencia constante: peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos y explosiones. Muertes por doquier. E incluso una tortura con un soplete y un polo de helado que fue adaptada en la película protagonizada por Thomas Jane.

La historia de Dixon es más que correcta. Introduce a un nuevo personaje, Fusil, hijo del tiempo que lo vio nacer y a lo largo de los seis primeros números de la colección –los que vienen recopilados en este tomo- logra darle un desenlace apropiado, dejándose algunos cabos sueltos para el futuro. Comprende a Frank Castle y no teme llevarlo un poco más allá. Por ejemplo, nunca había leído con anterioridad que utilizara la seducción y el sexo como un arma más. La trama central no es nada del otro mundo, ni siquiera es original, pero funciona y se desarrolla con naturalidad.


La auténtica estrella de este inicio de la colección son los lápices de John Romita Jr. acompañado por las tintas de Klaus Janson –un artista que ya estuvo ligado a la primera colección del personaje-. El color de Gregory Wright añade el toque para un acabado magnífico. Páginas repletas de fuerza y de detalle, con secuencias elaboradas y un autor que siempre se ha sentido cómodo dibujando a mafias italoamericanas y escenarios de los bajos fondos de la ciudad. Daredevil o Spiderman también han conocido estas predilecciones de Romita. Puede que en algún momento se le fuera la mano con alguna que otra arma más grande de lo habitual, pero se le perdona, ya que en aquella época era tendencia entre los dibujantes de cómic.

Estos primeros seis números de la colección –Romita duró dos más y Dixon tuvo dos etapas en la serie- fueron recopilados por Forum en su colección One-Shot, una serie de tomos con tapa roja con una preocupante tendencia a perder las hojas con el paso del tiempo y que se centraban, más que en recopilar etapas de series regulares, en miniseries de diferentes personajes. Romita Jr. fue uno de los autores más utilizados en este formato: Cable:sangre y metal, El hombre sin miedo o Los años perdidos. Carlos Pacheco también vio publicadas sus inicios en el cosmos mutante.
 

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