Si la ciencia-ficción tuviera una lengua oficial esa sería sin duda el inglés. La mayoría de grandes autores del género han escrito sus obras en ese idioma y aunque en la actualidad la globalización ha permitido que nuevas voces como las del chino Liu Cixin se unan al canon, sigue siendo algo poco habitual.
Esa es otra de las características de la escritura del polaco Stanislaw Lem, ya que añade un plus a la traducción. No en pocas ocasiones lo que nos ha llegado no ha sido una traducción directa del manuscrito original, sino de otras lenguas como el inglés o el francés. Es por eso que en su última edición de una de las grandes obras de Lem, Solaris, la editorial Impedimenta colocó el nombre de Joanna Orzechowska en portada, recalcando en su publicidad el hecho de que se trata de una traducción directa del polaco.
La bonita edición de Impedimenta, que va ya por la octava, cuenta además con una introducción de Jesús Palacios, lo que viene muy bien para dotar de contexto a una obra compleja pero al mismo tiempo muy importante en la carrera literaria de su autor, ya que es probablemente su novela más conocida a nivel internacional, gracias sobre todo al cine. En 1968 se estrenó una primera versión en ruso, pero no fue hasta que en 1972 Andrei Tarkovsky presentó su versión en Cannes, ganando el Gran Premio del Jurado, que alcanzó una fama inusitada. En el 2002 Steven Soderbergh estrenó la versión norteamericana liderada por George Clooney, un fracaso en taquilla que hoy en día ha quedado prácticamente olvidada.
Publicada en 1961 en la ciudad de Varsovia, la historia comienza con la llegada de un psicólogo, Kris Kelvin, a la Prometeo, una estación espacial de observación científica en órbita alrededor del planeta Solaris. Su misión es el estudio psicológico de los tres únicos ocupantes, que han dado muestras de un comportamiento algo errático.
La novela de Lem comienza con un misterio con el que el lector se topa de frente al mismo tiempo que el protagonista, que accede estupefacto a una estación en desorden. Los científicos que deberían estar al cargo se comportan de la manera más extraña, dominados por el cansancio y la paranoia. No solo no son capaces de dar ninguna explicación de qué es lo que les ha llevado a esa situación, sino que no están dispuestos a colaborar fácilmente –uno de ellos incluso se niega a abandonar su laboratorio-.
La novela da un giro de ciento ochenta grados cuando tras pasar su primera noche a bordo Kelvin se despierta con un nuevo acompañante que no estaba ahí cuando llegó: Harey, su esposa. Algo del todo imposible, ya que ésta se había suicidado algunos años atrás.
Solaris no es una novela mítica de la historia de la ciencia-ficción por nada. Lo que aquí se plantea da lugar a un amplio espectro de interpretaciones y no son pocos los debates que se han originado en torno a la verdadera naturaleza de los hechos que tienen lugar en ese enorme laboratorio espacial alrededor de un planeta alienígena compuesto en su mayor parte por líquido, donde apenas existen unas formas físicas que rompen aquí y allá su enorme superficie acuática.
Por un lado, Lem está interesado en analizar la psicología de su personaje principal, así como de sus acompañantes, enfrentados a una situación del todo imposible pero que, si en un principio les resulta aterradora, pronto comienza a sembrar las dudas en su interior. Por otro, Lem también analiza una cuestión que puede rastrearse en buena parte de su obra y que no es más que el siguiente paso tras un Primer Contacto, esto es, la comunicación con una inteligencia alienígena totalmente diferente a nosotros, lo que podría hacerla sencillamente incomprensible.
La novela también cede algo de espacio a la investigación del psicólogo sobre los estudios científicos previos que han tenido como objeto el planeta Solaris, uno de los grandes descubrimientos de la humanidad en esta era espacial, ya que las sospechas siempre han apuntado a que la propia sustancia que forma los mares del planeta podría estar dotada de cierta inteligencia.
Lem publicó Solaris, su trabajo más famoso, en un momento en el que ya había logrado asentarse como escritor, habiendo firmado un contrato en el que pudo disfrutar de un adelanto económico gracias al compromiso adquirido de entregar tres novelas. La historia de Lem es curiosa por sí misma: vivió la II Guerra Mundial cuando era muy joven, es decir, la ocupación nazi primero y la llegada de la Rusia de Stalin después. Aunque estudió medicina y estuvo en el ejército, al querer dedicarse a la literatura no le quedó más remedio que acomodarse y medrar dentro del comunismo que empapaba toda la sociedad polaca. Y eso significaba sortear la censura, contentar a los burócratas y en definitiva, especializarse en un género, el de la ciencia-ficción, en el que no tenía un especial interés pero gracias al cual llamó la atención, permitiéndole ganarse la vida con él. Otra curiosidad importante sobre su vida es que en ningún momento se decidió a abandonar el régimen en el que se había criado y donde había formado su propia familia.
Es fácil encontrarse con artículos en los que se recalca la extraordinaria imaginación del autor para dar salida a algunos temas que le interesaban disfrazados de novelas de ciencia-ficción –no fue hasta sus últimas publicaciones que pudo dejar de lado este disfraz inaudito-. O su manera de utilizar el lenguaje para llevarlas a cabo. En Solaris nos encontramos con una situación extraordinaria en la que unos pocos seres humanos se ven atrapados con muy pocas alternativas para escapar, pero lo que se nos cuenta es entendible. El estilo es absorbente porque se transmite muy bien la claustrofobia del lugar en el que se desarrollan los hechos, así como la perplejidad de los protagonistas, desde el punto de vista del psicólogo enviado para evaluarlos –para esto se usa la primera persona-.
Salvando las distancias, me ha recordado a La llegada, la película que se basa en un relato corto de otro nombre propio de la ciencia-ficción, esta vez contemporáneo, Ted Chiang. En ella también se abordaban los problemas de comunicación que tendría la humanidad al encontrarse con una inteligencia extraterrestre totalmente diferente a la nuestra, cuyos niveles de conocimiento serían tan diferentes, tan ajenos el uno del otro, que resultaría imposible cualquier tipo de entendimiento entre ambas partes.
En Solaris se plantea esta situación y con ella además se vuelve la
vista al interior, al entendimiento de uno mismo, como persona individual y
como parte de una comunidad.
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