Durante varios años la unión de estos dos talentos británicos, Boyle y Garland, director y guionista respectivamente, nos trajo varias películas de lo más interesantes, sobre todo dentro del género de terror y ciencia-ficción. La playa (2000), donde el primero adaptada una novela del segundo, marca el punto de inicio de su colaboración, que se prolongó en la influyente 28 días después (2002) y en Sunshine (2007), donde acabaron enemistados por desavenencias con el desenlace de esta última historia.
Nada parecía indicar que volverían a colaborar: a Boyle le fue muy bien en solitario -en 2008 Slumdog Millionaire se llevó ocho premios Oscar- y por su lado Garland dio el salto a la dirección de sus propias historias en 2015 con Ex Machina. Además, tras una secuela que funcionó bastante bien en 2007 -28 semanas después-, lo que iba a ser una lucrativa franquicia entró en una maraña de derechos que impidió su continuación. Ha sido la solución de este problema el que ha traído de vuelta al equipo creativo que nos trajo 28 días después, junto con un Cillian Murphy en calidad de productor y el director de fotografía Anthony Dod Mantle, imprescindible dada la personalidad visual de la película de infectados.
La resurrección de la saga ha venido de la mano de un nuevo intento de conversión en franquicia, con un proyecto pensado para una trilogía en donde Boyle rodará la tercera parte, todavía pendiente de fechas; mientras que Nia DaCosta, la directora de la interesante nueva versión de Candyman (2021), estrenará el próximo enero una segunda parte que se ha rodado al mismo tiempo que esta que nos ocupa, tanto para economizar costes como para darle un mismo empaque narrativo.
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Aaron Taylor-Johnson y el debutante Alfie Williams en 28 años después |
En este último aspecto, 28 años después paga un pequeñísimo peaje al dedicarle tanto su prólogo como su epílogo a lo que veremos en la secuela, dejando el grueso de su metraje para introducir al personaje protagonista y sus circunstancias, un chaval de apenas doce años llamado Spike que debe enfrentarse a un rito de iniciación en el que, guiado por su padre, abandonará la seguridad de los muros del asentamiento en el que vive para adentrarse en un mundo totalmente desconocido para él, con el objetivo de probar su valía matando por primera vez a un infectado -tras lo que suponemos ha sido un intenso entrenamiento en el manejo del arco y flechas, su principal arma ofensiva-.
Lo curioso de 28 años después es que es una película radicalmente diferente y extraña, que bordea constantemente esa fina línea entre lo que puede ser una cosa interesante o una soberana tontería. Son como dos historias en una y para colmo elije no repetir los esquemas de sus dos predecesoras -Garland decide ignorar completamente los estragos del virus de la rabia fuera de las costas de Reino Unido, aunque contradiga de primera mano lo que se mostró en el epílogo de 28 semanas después-.
El contexto nos lleva a la isla de Lindisfarne, en Northumberland, famosa por su historia vikinga. La fuerza de las mareas ofrece una protección natural a los seres humanos que se refugian en su interior, mientras que en el exterior los infectados también han evolucionado de diferentes formas, clasificados por la velocidad y destreza de sus movimientos -incluso se introduce una nueva categoría, los Alphas, capaces de cierta inteligencia y en torno a los cuales se forman comunidades de estos seres dados a la rabia sin control-.
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Ralph Fiennes interpreta a un excéntrico médico |
La película maneja bien las escenas de tensión y terror, con algún que otro susto muy bien conseguido, pero no repite las multitudinarias secuencias de persecución de sus predecesoras. Llegado un momento la historia cambia, dependiendo de la relación del niño con sus padres, interpretados por Aaron Taylor-Johnson (Godzilla) y por Jodie Comer. La evolución de Spike es a marchas forzadas y eso se nota en su encuentro con el excéntrico personaje al que interpreta Ralph Fiennes.
Por su parte, el dúo formado por Doyle y su director de fotografía sigue interesado en la innovación digital que ya nos trajo la primera película, usando todo tipo de cámaras diferentes -incluidas las incorporadas en el iPhone de Apple- en todo tipo de usos y posiciones -al hombro, a mano, incorporadas a drones, etc.- Si a eso le sumamos un montaje en línea con lo que hasta ahora ha sido la saga -nervioso a veces, interrumpiendo la secuencia constantemente por misteriosas imágenes- tenemos las características que ya conocemos pero llevadas un paso más allá, lo que le otorga a esta nueva entrega un punto bastante original. La música es un buen ejemplo de ello: Boyle siempre le ha otorgado un papel narrativo importantísimo en sus películas, pero aquí nos encontramos además con montajes donde igual tienen cabida capítulos de los Teletubbies que documentales antiguos o un poema de Kipling recitado con enorme intensidad.
En definitiva, 28 años
después es una vuelta a una saga que no ha optado por repetir la vieja
fórmula, sino que con buena parte de los ingredientes que la hicieron
interesante nos sirve un plato reconocible, pero con los suficientes elementos
diferentes como para hacerlo interesante por sí mismo. Tiene tensión, innovación,
entretenimiento y, a ratos, cierta esquizofrenia que habrá que ver qué tal se
desarrolla en las futuras entregas para acabar de juzgarla en toda su
extensión.
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Imagen del rodaje con iPhones en 28 años después |
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